"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"
"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

jueves, 31 de diciembre de 2015

Encuentros con chispa: tutores de resiliencia

Era una noche estrellada y ahí, desde lo alto de un cometa, el Principito susurraba como en otras ocasiones: “Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya”. Erguido como sólo él sabía hacerlo, miraba hacia abajo intentando vislumbrar el mayor número posible de niños y niñas que necesitaran consuelo, afecto y comprensión. Tenía un firme propósito para este Nuevo Año: un niño, un tutor de resiliencia. Se resistía a creer la idea tan frecuentemente escuchada de que aquel que nace en un entorno hostil o que ha pasado muchas penurias no podrá nunca ser feliz ni llevar una vida organizada. Por eso, desde lo más alto, dirigió el cometa en el que se desplazaba hasta la estrella Resilio haciéndolo chocar contra ella, lanzando así millones de chispas mágicas capaces de unir personas....(posible continuación de El Principito, espero me disculpe el autor, esté donde esté, por la osadía)

No hace falta tener unos enormes ojos para ver ni una gran boca con que hablar para crear relación, tan sólo la mera existencia de dos personas que se encuentran, se perciben y reconocen como tal, se "sienten" e inician un acto de comunicación que hace que mirada y voz se conviertan en mágicas llaves de esperanza

He podido sentir de niña – y a veces de más mayor- la conexión inexplicable con alguna persona con la que, de forma casi imperceptible, comencé a sentirme comprendida, aceptada, valorada. Basta una mirada, o unas pocas palabras que cubran la angustia o preocupación para comenzar la transformación.

En otras ocasiones, no pocas, me he encontrado al otro lado de la orilla. Entre sorprendida y asustada he escuchado muchas veces frases del tipo “aquello que me dijiste me hizo cambiar …”, “un día tú me aconsejaste…”, y quizás yo ni recuerde el día ni las palabras regaladas que tanto bien hicieron.


El poder de los encuentros es inconmensurable. Cuando tenemos como objeto de trabajo la relación de ayuda, no somos realmente conscientes de cuan importantes podemos ser para los otros. Y sin embargo, no es algo que elijamos, que podamos escoger a la carta para quienes vamos a ser referentes. Ha de mediar esa “chispa” capaz de hacer renacer la confianza en quienes la creían perdida, el afecto en quienes pensaban no sentirse dignos de amor, la belleza en terrenos áridos que tan solo estaban en barbecho esperando ser sembrados. Es posible sembrar esperanza, semilla de resiliencia.

No debemos olvidar que un buen campesino no lo es tanto si no dispone de herramientas apropiadas para labrar allí donde el desierto afectivo congeló la emoción, las inclemencias del tiempo dañaron la autoestima y los roedores dañinos rompieron raíces. Hace falta una mirada de aprecio para poder ver más allá del campo árido y visualizar un futuro esperanzador.

Una chispa es suficiente para encender el inicio de una relación que no necesariamente ha de ser terapéutica, tal vez incluso sea una relación puntual, un encuentro único que despierta en el otro una ilusión, un cambio, una meta. O puede ser un acompañamiento incondicional donde la aceptación y el respeto mutuo definen las reglas. Tal vez el verbo To be con su variabilidad de acepciones describa de la mejor forma lo que supone ser tutor de resiliencia: ser y estar al mismo tiempo. Ser auténtico estando disponible, permaneciendo. Valemos más por cómo somos que por lo que sabemos, pero sobre todo por lo que sentimos y hacemos sentir al otro. Las 3 "S": ser, saber, sentir. Todas ellas necesarias y presentes en los encuentros significativos.

Para aquel que dude del valor de estos encuentros según las investigaciones se sabe que las experiencias relacionales, las relaciones interpersonales, modelan la organización de las neuronas y por tanto la arquitectura cerebral. Dice Jorge Barudy (2010) que la mente infantil y luego la adulta emergen de la actividad cerebral, cuya estructura y función se encuentran modeladas por las relaciones interpersonales. La vida de las personas, incluso los patrones de apego, se van modificando en función de los encuentros interpersonales que se van teniendo.

De ahí la importancia que cobran las relaciones que se establecen con tutores de resiliencia. La revinculación afectiva con adultos que se convierten en importantes y confiables pueden suponer el inicio de un proceso de resiliencia. Un acompañamiento singular.

Acompañar es una preciosa palabra unida a la de tutor de resiliencia. En ese acompañamiento, si se establece un vínculo capaz de ofrecer seguridad y confianza, la relación puede tener un triple componente:
a) minimizador de riesgos
b) generador de aprendizajes para la vida 
c) transformador de patrones relacionales y conductuales

Y seguimos encontrando en nuestras vidas a lo largo del tiempo personas que se convierten en parte de nuestros gustos, aficiones, intereses y afectos. La vida ha puesto en mi camino muchas personas con las que me siento bien y me hacen sentir bien. Algunos forman parte de esos encuentros fabulosos que hacen posible reinventar una y otra vez la ilusión cuando las fuerzas flaquean, o consiguen despertar sonrisas que calman penas. Otras veces soy yo quien forma parte de la vida de las personas siendo una especie de faro en la tormenta, un atento silencio que escucha lamentos o simplemente alguien confiable. Muchas veces me asombra la rapidez con la que los niños y niñas comienzan a hablarme de sus preocupaciones como si nos conociéramos de siempre. Supongo que la chispa es más fácil encenderse en contextos seguros, con personas que transmiten seguridad. 

Si ayudamos, como decía nuestro particular Principito, a cada niño o niña a encontrar su estrella, a hacer brillar sus potencialidades, a creer en sí mismos mirando adelante por mucho que el pasado se empeñe en echarles la zancadilla, quizás, sólo quizás, podamos ser para ellos tutores de resiliencia. Y si no es así, al menos habrán merecido la pena nuestros esfuerzos.

Y hoy, en este día de Fin de Año, queremos celebrar conjuntamente que existen personas adultas capaces de brindar apoyo y afecto a niños y niñas con dificultad para vincularse. 

Quiero dar las gracias a José Luís Gonzalo Marrodán del blog Buenos tratos, a Sagrario Martín García e Iñigo Martínez de Mandojana Valle del blog Dando Vueltas y a Tatiana Cáseda Fernández e Iván Rodríguez Ibarra, compañeros y amigos todos ellos de esta “causa por los buenos tratos y las buenas prácticas” ya que me han brindado la oportunidad de participar en la elaboración de un documento muy valioso que surge tras la celebración de las II Conversaciones de apego y resiliencia infantil, celebradas el pasado mes de noviembre en Donosti bajo la dirección de José Luis y a las que no pude asistir (muy a mi pesar). 

Una muestra más de que para estar no es imprescindible la presencia física, de que la unión por algo que compartimos y en lo que creemos consigue sumar esfuerzos e intenciones como la publicación simultánea que en este día está teniendo lugar. Tres blogs hermanos que quieren lanzar un mensaje de esperanza al unísono recogido en un único documento que podéis encontrar en los blogs amigos de Buenos tratos y Dando Vueltas sobre vueltas o en el enlace https://goo.gl/ASjD5T (también pinchando en esta portada). Con ilusión, alegría y emoción queremos hacer llegar la voz de todos los que apostamos por los buenos tratos, de los niños, niñas y adolescentes que tienen brillantes sueños por cumplir pese a pasados oscuros, y de tantas y tantos tutores/as de resiliencia que con su labor van tejiendo afectos, recursos y metas. Todos iguales, todos diferentes, capaces de hacer surgir la magia al son de Bibidi Babidi Bu.


Para los que habéis llegado hasta el final, acabaremos el post de la misma forma que lo empezamos: 

Y allí, en la estrella fugaz desde donde viaja ahora el Principito, es posible divisar miles de chispas que en el Planeta Tierra unen personas de manera continuada. Nadie sabe de donde surgieron. Algunos miran para arriba pensando que algún meteorito hizo de las suyas encendiendo este fuego inocuo que cae en forma de lluvia. Otros piensan que un volcán dormido despertó lanzando lava y que los vientos del norte transportan a diferentes partes del mundo. Lo que sólo el Principito sabe es que esa chispa entre dos estuvo siempre en el interior de las personas y sólo el encuentro cara a cara posibilitó que salieran hacia afuera. Bastó una mirada, un gesto, una palabra, para que surgiera. Un encuentro con chispa que despertó las brasas de nuestra condición humana, nacidos para dar y recibir afecto, para ser seres sociales, para vincularse una y otra vez. En algún lugar del Planeta existe un tutor de resiliencia (o más de uno) para cada niño o niña, referentes de vida, y allí, desde lo alto, el Principito esboza una feliz sonrisa cuando al mirar hacia abajo descubre millones de chispas luminosas formando un bonito circuito de esperanza y oportunidades.

¡FELIZ 2016!


domingo, 13 de diciembre de 2015

Enseñar a crecer feliz, la huella parental

Enseñarás a volar,
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar,
pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir,
pero no vivirán tu vida.
Sin embargo…
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
perdurará siempre la huella
del camino enseñado.
(Poema de la Madre Teresa de Calcuta)

Quizás no pueda describirse mejor que con este precioso poema la forma en que, de manera explícita muchas veces y de forma velada otras tantas, los padres y madres vamos cumpliendo la tarea de educar a los hijos.

Cuantas veces nos hemos lamentado de lo ingrato de esta tarea, de que por más que se repiten las cosas los hijos siguen actuando igual y no cambian, que las enseñanzas caen en saco roto. Nada más lejos de la realidad. Todo llega, lo que pasa es que a veces el tiempo está reñido con las circunstancias, que hacen que aquel se alargue en muchas ocasiones dando lugar a procesos casi interminables como la adolescencia tardía, o una infancia salpicada por la dificultad para instaurar hábitos como la higiene, el orden, la planificación en el estudio, etc. Eso no significa que las enseñanzas no impregnen de sentido las experiencias de los hijos e hijas, sino que muchas veces se dan otros factores que influyen en los resultados. La mayor o menor maduración emocional, el grado de desarrollo cognitivo que facilita la planificación y el razonamiento, la existencia de alguna alteración o trastorno en la infancia, por ejemplo, pueden influir de manera positiva o negativa en ello.  

La madre Teresa de Calcuta tiene razón cuando resalta la importancia de lo aparentemente imperceptible. La huella del camino enseñado por los padres perdura en el mapa de vida los hijos, de tal manera que en función de cómo haya sido su paso (la relación y las competencias parentales) se dibujará un camino u otro. No es lo mismo el paso acompasado de una educación basada en la coherencia educativa (disponibilidad, sensibilidad, flexibilidad, afecto, normas y límites) que el paso de una apisonadora que arrolla cuanto hay en el camino como ocurre en muchas familias en las que los padres no respetan y humillan o maltratan a sus hijos desde una educación escudada tras el autoritarismo.

¿Qué puede hacer un niño o niña que crece en un contexto familiar violento, acusador, tóxico? Sobrevivir en muchos casos, vivir en el horror en algunos otros. Suerte que existen procesos casi mágicos resilientes que permiten que emerjan las fuerzas suficientes con la ayuda de personas que valoran, protegen e impulsan a niños y niñas a dar sentido a su vida, al autoconocimiento, a la superación.

Y en esto de equivocarse como padres y madres (que somos humanos y por ello no estamos exentos de errores) es de ley tomar conciencia de qué es lo que nos hace errar. No es lo mismo no saber hacer que pretender hacer con los hijos e hijas aquello que no pudimos conseguir, intentar que cumplan sueños impropios e inapropiados, mantener ceguera ante las verdaderas necesidades e intereses.

Los moldes de escayola generan figuras idénticas. La educación sin embargo, moldea sin moldes, sin hormas. Cada manifestación de afecto, cada vez que se hace cumplir normas realistas y adaptadas a la edad, cada palabra de aliento, cada enseñanza de valores mediante el ejemplo, va moldeando, van abriendo un camino de vida. Que va a ser distinto para cada hijo e hija. Otra cosa distinta será  qué derroteros o rumbos van seguir, no lo podremos saber. De ahí la importancia de darles suficientes herramientas personales para que superen los posibles baches o dificultades con que necesariamente se van a encontrar. 

Como en otras ocasiones, comparto con vosotros un material que creo que puede ayudar a conseguir esto de darles herramientas. Se trata de una publicación de UNICEF (2008) que tiene por título “Ayudemos al niño a crecer feliz”(http://www.unicef.org/uruguay/spanish/Ninos_Contentos_1_final_20070706.pdf) y que ofrece orientaciones dirigidas a padres o tutores de niños y niñas de 6 a 12 años. ¡Qué título más bonito por cierto!


A continuación se recogen algunas pautas interesantes, inteligentes y apropiadas que ofrece la publicación: 

AYUDARLO A SER INDEPENDIENTE

1. Aceptar su individualidad. Debemos evitar las comparaciones porque, por lo general, son muy dañinas. Y debemos aceptar que el niño pueda querer para sí mismo algo diferente de lo que nos gustaría para él. Aunque nos cueste, debemos admitir que es una persona distinta y tiene derecho a elegir entre opciones, así como a desarrollar gustos diferentes a los nuestros.
2. Incentivarlo a explorar su mundo. Es importante alentar la curiosidad y el interés del niño, en especial a través del juego y la lectura. Y en tanto explora el mundo, debemos enseñarle a confiar en sí mismo permitiéndole tomar decisiones paulatinamente.
3. Ayudar a que encuentre alternativas para lo que quiere. Explorar las ventajas y desventajas de las opciones que se le ofrecen permitirá al niño no sólo tomar decisiones, sino también formar su propio criterio en base a las pautas y los valores que los padres le trasmitimos. En un mundo plagado de mensajes ambiguos -y hasta engañosos-, la exploración será una herramienta fundamental en su vida.
4. Darle libertad para resolver sus problemas. El niño necesita desarrollar actividades solo, por más que le resulten difíciles. Si se lo permitimos, contribuiremos a que aumente la confianza en sí mismo.
5. Respetar su ritmo de crecimiento. Se habla mucho de la importancia de la estimulación, y los logros de nuestros hijos nos llenan de orgullo. Sin embargo, no debemos forzar al niño a hacer determinadas cosas -como andar en bicicleta o aprender a escribir- antes de lo debido. Su capacidad para hacerlo dependerá de su madurez física, psíquica y emocional. Cada niño tiene sus ritmos. Si estimulamos a nuestros hijos respetando sus tiempos, ellos podrán desarrollar sus habilidades en forma paulatina y de acuerdo con sus edades.

AYUDARLO A SER MÁS FUERTE

1. Mostrar que tenemos una imagen positiva de él. Debemos reconocer ante el niño los aspectos positivos de su personalidad y de sus actitudes, así como sus logros, por más “pequeños” que éstos parezcan. Felicitemos a nuestro hijo por su esfuerzo, independientemente de los resultados que logre. Y evitemos atacarlo o condenarlo por sus fracasos. Sigamos su desarrollo con interés, para que perciba lo importante que él es para nosotros.
2. Enseñarle a expresar sus sentimientos. La manera ideal de lograrlo es expresando nuestros propios sentimientos, tanto los de alegría y felicidad por nuestro hijo como los de enojo o frustración por algo que nos ocurrió.
3. Ante un comportamiento que nos parece malo, demostrar que nos molesta el acto, pero no el niño. Delimitando claramente lo que nos molesta de su actitud, ayudaremos al niño a cambiar el comportamiento negativo.
4. Mostrar la incondicionalidad de nuestro amor. El niño necesita sentirse seguro y querido, aun cuando “nos saque de quicio”. En casos así, conviene esperar a que el enojo pase para tratar de entenderlo. La comprensión debe predominar en las buenas y en las malas; y debemos ser capaces de apoyar a nuestro hijo tanto en sus alegrías como en sus tristezas. Expresiones como “no te quiero más” no educan y, por el contrario, tienen un efecto devastador en el niño.
5. Evitar criticarlo por su forma de ser. Cada niño tiene su propio carácter y su forma de ser. Aunque en ocasiones a los padres nos cueste aceptar la forma de ser de nuestro hijo, debemos hacerlo. Un buen ejercicio para lograrlo es recordar el alivio que sentimos cuando a nosotros mismos nos aceptan con nuestros defectos e imperfecciones.
6. Evitar el rezongo constante. A nuestros hijos les cuesta asimilar todas las reglas de los adultos. Si los rezongamos permanentemente, acabarán siendo niños cohibidos o dejarán de prestar atención a lo que les decimos como estrategia de adaptación.
7. Evitar las amenazas.
 La amenaza no es el camino indicado para que el niño haga caso. Es más sencillo y respetuoso explicarle qué comportamiento esperamos de él, y las ventajas de comportarse de ese modo, que amenazarlo."

Estas y otras muchas cosas interesantes podéis encontrar en la publicación, os invito a que la exploréis. Espero que sean de vuestro interés.

martes, 1 de diciembre de 2015

Los hijos bambú

Después de un tiempo en el que no me ha sido posible dedicarme a mi blog, retomo con ilusión y ganas la tarea de escribir, y esta vez para hablar de los hijos bambú.

Te preguntarás ¿Qué es eso de los hijos bambú?. Piensa un poco antes de seguir. ¿Qué sabes de esa planta? ¿Será que por su dureza me refiero a niños y niñas poco empáticos? ¿Quizás que son inaccesibles por su dificultad para llegar a lo alto de su caña?

Voy a hablaros de un niño bambú: José es un adolescente de 14 años con pinta de chico malo por su apariencia exterior. No va al instituto muchos días, no recoge su cuarto y a regañadientes ayuda algo en casa no sin antes hacer enfadar a sus padres. No parece tener ilusión por nada que no sea salir con sus amigos y fumar de vez en cuando algún porro. Contesta, se rebela a las normas de casa, a veces golpea la puerta e insulta a su padre.  ¿Hijo tirano, te preguntarás?

No, no es un hijo tirano, sino un hijo de la violencia. O mejor dicho, un chico que lleva años soportando la tiranía (esa sí) de su padre. Años viendo y recibiendo golpes físicos y emocionales. Al principio, de más pequeño, no podía hacer nada, se sentía impotente. Cuando creció descubrió que podía medirse con su padre, pero no sólo para defenderse él sino también para proteger a su madre. Daría su vida para que ella fuera feliz, para que sonriera a toda hora, para que pudiera comer cada día tranquila sin pensar de forma agitada cual será la discusión siguiente. Adora a su madre pero al mismo tiempo se encuentra enfadado con ella porque no hace nada para parar al monstruo.

El bambú japonés, dice un cuento zen, durante los primeros siete años parece no desarrollarse, como si la semilla plantada no diera sus frutos. Sin embargo, el séptimo año, en solo seis semanas crece ¡hasta 30 metros!. ¿Qué hizo crecer la semilla de nuestro chico bambú? ¿El odio a su padre o el amor a su madre? ¿Fue un crecimiento hacia fuera anteriormente contenido y ahora guiado por el rencor o creció internamente hasta ser lo suficientemente fuerte por dentro para sostener su historia?

Quizás lo más fácil es decir que la rabia le hace ser ahora violento y agresivo, que por modelado imita a su padre. Otros, los más ingenuos pueden pensar que es un adolescente poco considerado con su progenitor que se desvive por traer el dinero para comer cada día. Que su actitud pasiva ante la vida, su falta de responsabilidad, su desorden le hagan ganar la etiqueta de adolescente conflictivo.

Si le conocieras bien no podrías decir lo mismo. José es un chico sensible al que la vida, su vida, le endureció hasta crear una capa exterior que le hace menos vulnerable. Siete años sufriendo y padeciendo la violencia pueden hacer que se acumule mucha rabia, pero verle rodar lágrimas por sus mejillas mientras reconoce que pierde el control cuando su padre le pega o le amenaza, que se defiende como puede porque no va a permitir que toque una sola vez más a su madre, a la que cuando se levanta cada día le da un beso de buenos días, que la mira con admiración y afecto cada vez que habla…¿responde a la descripción de un hijo tirano tal como su padre y otras muchas personas le ven?

El bambú japonés durante los siete años que tarda en dejarse ver desarrolla un complejo sistema de raíces, fruto del goteo continuado del agua que su cuidador/a le proporciona. Esta madre, afectiva y atenta, con una capacidad parental mínima y una incapacidad de defensa máxima, ha ido regando día a día la personalidad de José, dotándole de un afecto y un reconocimiento que en no pocas le resultó caro ante la violencia y falta de empatía del monstruo. Su confianza en José, su apoyo incondicional, su aceptación como persona aunque no acepte muchas de sus conductas, han creado esa red de raíces internas que ayudan al chico a erguirse fuerte para defender y defenderse, para proteger y protegerse.

A veces al pensar en él alguna vez he pensado en la historia de Tim Guénard quien creció durante años obsesionado con la idea de matar a su padre por los malos tratos recibidos. Pero en el caso de José no fue igual, hubo un adulto, su madre, con quien logró vincularse y generar un apego seguro. Ella le defendía siempre (incluso cuando en ocasiones no tenía la razón), se ponía entremedias, les separaba en los conflictos. La mirada de aprecio no se nublaba ni en los peores momentos en los que el chico se descontrolaba. Su sensibilidad, su permanencia, su disponibilidad son los lazos entretejidos de las raíces de José

Le faltó siempre valentía para dejar atrás al violento y sus agresiones, ahora ya más maquilladas por la intervención del chico en escena. Ni siquiera en la última crisis familiar en la que se destaparon mucho más de cara al exterior los problemas conyugales, la disfuncionalidad en la pareja (¿se puede ser violento y funcional?) e incluso la intervención policial, hicieron que la mujer se armara de valentía. Confía en que su hijo bambú logrará un camino distinto, saldrá de esta violencia porque tiene dones muy preciados como la afectividad, el sentido del humor, su fortaleza. Ella no tuvo la fortuna de ser una hija bambú, la educaron para servir, para no protestar, en un ambiente de conflicto y negligencia. Pero en algún momento de su vida logró plantar la semilla de bambú y cambiar su historia por otra más esperanzadora. La esperanza me hace a mí pensar que podrá convertirse algún día en alguna de esas plantas que el viento arranca del desierto y pueda rodar a otro lugar mejor.

Algunos niños y niñas víctimas y testigos de la violencia son niños bambú, no todos. Los golpes fragmentan su capacidad resiliente, en ocasiones partiendo su tallo justo cuando comienzan a crecer deteniendo así su desarrollo, y en el peor de los casos, impidiendo que crezcan fuertes raíces sobre las que sostenerse mientras se apoyan en tutores de resiliencia. No todos tienen la fortaleza necesaria para pedir ayuda ni adultos que les protejan. Necesitamos jardineros sociales encargados de brindar afecto, apoyo y seguridad. Es cosa de tod@s.

Contacta conmigo

resilienciainfantil@gmail.com