"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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lunes, 24 de diciembre de 2018

Permanencia y cambio es el mío. Y tú ¿te animas a hacer un acróstico?


Hace cuatro años mi estimado amigo y compañero Apega, el psicólogo José Luis Gonzalo Marrodán me propuso el reto de despedir el año con un acróstico, a lo que no me pude negar, primero porque me apetecía por esa chispa de travesura infantil que suponía (de pequeña era un pasatiempos estupendo), y segundo porque me parecía un buen momento para hacer balance de lo que había sido aquel año. Desde entonces ha llovido mucho como se suele decir, y ha habido un poco de todo. Pero me quedo con lo bueno y con lo que ahora tengo, que es mucho, una vida personal y profesional muy feliz.

Me sorprende al repasar algunas entradas de mi blog y sobre todo esta del acróstico que, aunque mi báscula y el espejo donde me miro por la mañana se empeñan en recordarme que el tiempo pasa y no soy la misma, no cambiaría nada de lo que hace cuatro años escribí en ese post. Permanencia y cambio. Como la vida misma. Nuestros pensamientos y formas de ver de la vida se adaptan a las experiencias que vamos teniendo pero queda algo, no sé cómo definirlo, que nos hace enlazar pasado y presente, como si fuera nuestra propia esencia y aquello que nos caracteriza.

 Y hoy, día de Nochebuena, me apetece compartir el mismo acróstico, con las letras que conforman el nombre de este blog, resiliencia infantil, celebrando que el tiempo me ayuda a acumular experiencias y conocimientos pero no me resta la capacidad de mirar al otro, niño/a, adolescente o adulto, con la suficiente sensibilidad como para llegar a su emoción.



Y tú ¿te apuntas a hacer un acróstico?

Reto. Cada nuevo niño o niña, cada familia, cada persona que entra en mi camino profesional suponen un reto, un desafío, una oportunidad de ayuda en la que se ponen en juego habilidades, capacidades y conocimientos confiando que puedan traducirse en pequeñas dosis de alivio emocional, en grandes cantidades de promoción de sus recursos y en millones de partículas de esperanza, aceptación, ilusión, confianza, empatía, libertad, etc. que hagan posible la revinculación afectiva, la posibilidad de creer en la relación de ayuda y volver a poder crear lazos de afecto que sanan heridas y entretejen nuevas miradas del pasado y preparan nuevos diseños del futuro.

Esperanza. De poder creer en el cambio entendido como la búsqueda de pedacitos de felicidad, de mirar adelante confiando en un futuro capaz de ofrecer a nuestros niños y niñas oportunidades para disfrutar de la vida. La vida es bonita para los que se sienten amados aunque sea solamente por un adulto capaz de hacerle sentir importante, grande por dentro. De este modo podrán afrontar mejor las adversidades. Mejor si les acompaña la preciosa frase “si tienes un porqué para vivir encontrarás casi siempre el cómo”.


Sonrisa. Lo que nunca debe faltar en la cara de un niño o niña. Hay mil razones para sonreir cada día, solo hace falta verlas o pensar en ellas. A veces imaginarlas como posibles. El poder de una sonrisa es inmenso, conecta con nuestras neuronas espejo de manera inmediata. ¿Eres capaz de resistirte a sonreir cuando ves que lo hace un niño o niña?. El lenguaje de la felicidad.


Ilusión. Según la RAE puede tener como acepción “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos” o también “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”.  Permitidme que ofrezca mi propia definición de ilusión - como recogía en una entrada anterior http://resilienciainfantil.blogspot.com.es/2014/01/el-sembrador-de-estrellas-o-lo-que-tu.html-, como la posibilidad de modificar el significado de las cosas ( y las historias) modificando el entorno. Mirar desde diferente perspectiva a veces para ver las luces y fortalezas de las personas. Que aunque la persona no lo vea, la luz que deja a su paso en un futuro iluminará el camino. Pensar que a veces tenemos estrellas junto a nosotros aunque no las veamos. Que ante la oscuridad/adversidad siempre sale una luz interior de la que no éramos conscientes en otros momentos de nuestra vida. Y lo mejor, que la ilusión no tiene edad ni sabe de diferencias.



Libertad. Sensación de hacer y decir lo que uno quiere. Saber que te puedes alejar pero que hay vuelta posible. Elegir, no sentirse coaccionado ante exigencias de otros. En mi caso, libertad es realizar las cosas que me gustan, compartir, poder expresarme, inventar o tomar de otros lo que me parece bonito, sentarme ante el ordenador y dejarme llevar. Un sueño que quisiera fuera compartido con todas las personas que sufren mientras esperan el momento de escapar de su jaula sea cual sea ésta.


Inocencia. La esencia de los niños y niñas. No hay maldad en ellos, solo estrategias de supervivencia generalmente aprendidas de los adultos para escapar de algo o para dejar de ser invisibles ante ellos. Nunca un niño o niña es culpable de su sufrimiento, no hay nada que justifique un maltrato activo o pasivo.


Empatía. Calzarse los zapatos del otro. Sentir como sienten pero sin perder de vista ese “como si” que decía Carl Rogers. Comprender como sienten y piensan los niños y niñas y sus familias manteniendo la suficiente distancia mínima para que no nos invadan sus sentimientos de forma viral, pero teniendo la suficiente aproximación como para entender sus emociones en función de sus coordenadas personales.


Niñez. Período de la vida que debería ser siempre maravilloso pero que en ocasiones se ve enturbiado por circunstancias familiares, porque existen padres y madres que no pueden, o no saben o no quieren desempeñar su rol. Gracias a la existencia de tutores de resiliencia esos nubarrones pueden desplazarse y ver que el sol sale cada día, ¡¡pese a que vuelvan a aparecer las nubes acompañadas de rayos y truenos!!. La creación de paraguas resistentes con varillas flexibles capaces de resistir los azotes del viento y fuertes tejidos impermeables que permiten avanzar en el camino de la niñez enturbiada y encontrar la luz del sol gracias a personas significativas que les acompañan en su crecimiento. La mejor etapa de la vida.


Confianza. Nada más bello que la capacidad de ofrecer a los otros un espacio seguro donde poder sentirse sentido y reconocido, de escuchar sus palabras diciendo “tú me entiendes” o “siempre voy a confiar en ti”. Esa confianza se traduce en compromiso, en una especie de conexión invisible que hace que fluya un canal de comunicación genuina, de revelar sentimientos, destaparse ante el otro porque se siente que no te hará daño. Nuestros niños y niñas han sufrido muchos desengaños en su vida, muchas veces por parte de quienes debieran ser sus protectores y cuidadores…y sin embargo siguen confiando en quienes saben mirar más allá de lo visible, quienes no se quedan con sus actos inadecuados o sus respuestas desproporcionadas. Como decía Saint- Exuperié: lo esencial es invisible a los ojos.


Ingenuidad. Lo que nunca quiero perder. La capacidad de asombrarse de sorprenderse incluso por lo evidente. Lo que permite dar pasos adelante pisando baldosas de confianza. Compañera de la inocencia y amiga de la ilusión. Capacidad que se pierde con experiencias que hacen daño.


Aceptación. Somos lo que somos por las experiencias vividas y la interpretación que de las mismas hacemos. Solo aceptando a la persona, con su historia y la mochila que lleva podemos ofrecer una relación de ayuda. Pero no siempre es fácil. Se entremezclan juicios de valor, resonancias personales, limitaciones para tolerar a quien es distinto a uno mismo.


Imaginar. Crear, construir en la mente, idear rutas que lleguen a buen puerto. Planificar. Vivir con el pensamiento lo que queremos vivir en la realidad. Inventar mundos posibles. Reinventar el pasado.


Naturalidad. Ser uno mismo, sin impostar. Reconociendo las debilidades y limitaciones y, ¿por qué no? elogiando nuestros puntos fuertes, lo que sabemos hacer bien. Espontaneidad, asertividad, ser capaces de decir lo que sientes o piensas de manera respetuosa. Los años me han hecho ser cada vez más natural, incluso a veces puede que demasiado. Siento la necesidad de pensar en voz alta ante las personas, niños y adultos con los que trabajo. Compartir hipótesis que me ayuden a ayudar, sin que ello signifique que lo sepa todo o que no me equivoque.


Familia. Grupo social capaz de transformar lo posible en real, de ofrecer afecto, consuelo, seguridad, valores, y  dar sentido a nuestro proyecto de vida. Espacio de laboratorio social donde se germinan las relaciones futuras, se practica para hacer frente a las dificultades y se aprende a disfrutar de las cosas bonitas. Relaciones vinculares donde comienza a desarrollarse la resiliencia primaria.


Apego. Un tipo de vínculo afectivo que se diferencia de los otros en que mediante el mismo se busca la protección, el cuidado, la seguridad y bienestar en la relación. La sensibilidad, la disponibilidad, la aceptación y la valoración del niño o niña por parte del adulto promueven el apego seguro. La inconsistencia, la negligencia, el maltrato, la falta de disponibilidad tienen como consecuencia el desarrollo de apegos inseguros con graves consecuencias a lo largo de la vida. Sentirse apegado a alguien forma parte de los tesoros de la vida.


Narrativa. Historia que hacemos de nuestra historia. Explicación y representación de mi vida y mis circunstancias. Importante en muchas ocasiones reelaborar la historia, darle otro sentido, otra significación que permita integrar las experiencias vividas y sentidas de manera adaptativa, sin que el dolor impida o bloquee la expresión de los recursos personales de la persona. Un cuento de uno mismo. El final podemos construirlo, el principio no.



Tiempo. Bien escaso muy necesario. Las relaciones necesitan tiempo. Los avances necesitan tiempo. La cicatrización de heridas necesitan tiempo. “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que le hizo tan importante”, leíamos en  El Principito. Mientras esperamos el paso del tiempo transformamos nuestras circunstancias.


Introspección. Mirarnos para adentro, pensar y sentir de manera autocentrada. Aprender a conectar con nuestro mundo interior para poder comprender y entender al prójimo. Paso previo a la mentalización, solo puedo sintonizar contigo si manejo y se modular mi frecuencia.

  
Luciérnagas. Otra metáfora de la resiliencia. Todos sabemos de estos fascinantes gusanos de luz, capaces de brillar en la oscuridad con luz propia. Emitir rayos de fortaleza aun cuando desconocemos el futuro inmediato. Iluminar nuestros entorno para hacernos ver y para ver a los otros. 


Os deseo un Feliz Fin de Año y que el 2019 os traiga buenos momentos de Felicidad, Paz y Amor.


martes, 11 de diciembre de 2018

Cuento de Navidad para esos niños y niñas que sueñan


Os invito a leer este cuento de Navidad que he escrito, distinto y a la vez tan mágico y entrañable como todas las historias que tienen lugar en estas fechas tan señaladas. Espero que os guste.

Dedicado, con cariño, a todos los niños y niñas adoptados:

Eran las 16.30 horas de un día cualquiera. Uno de esos días en los que la desgana se columpiaba dulcemente desde un extremo a otro de la clase, haciendo un guiño travieso que impedía prestar atención a la maestra. Sólo la alegría de saber que faltaban cinco días para las vacaciones de Navidad era lo único que despertaba una sonrisa a Martina. Solo cinco días y podría respirar, sin tener que hacer esos malditos deberes que no entendía, aunque lo intentaba hasta rabiar, por mucho que los profesores no se dieran cuenta de su esfuerzo. 

-“Hoy leeremos un cuento de Navidad, ¿quieres empezar tú, Lucia? “, dijo la profesora.

Los ojos de Martina cobraron luz de repente. Le gustaba mucho escuchar cuentos. Le recordaba a su madre cuando cada noche, desde su llegada a casa, al ir a dormir le leía una historia. Contar cuentos es mucho más que contar historias, es dejar fluir la imaginación desde lo real a lo imposible, de la certeza a la fantasía. Lucía, su compañera, empezó a leer en alto una bonita historia que hablaba de unos pastores que caminaban perdidos en una tarde de diciembre cuando se dirigían a una aldea en busca de una estrella. Martina escuchaba atenta el relato, entre entusiasmada y curiosa. Su capacidad de atención, seriamente defectuosa para las tareas escolares, se veía asombrosamente desarrollada cuando algo le atraía. 

Mientras escuchaba, un pequeño rayito de sol, que entraba desde la ventana que estaba a su derecha, se posó sobre su retina, deslumbrándola. Miles de luces doradas aparecieron en ese momento destelleando y atrapando a Martina en una especie de túnel monocromático en el que se vio transportada, como si de un largo tobogán dorado se tratase.

-“¿Dónde estoy? “, se preguntaba, mientras miraba de un lado para otro.

No había visto nunca ese lugar. Solo recordaba la intensa luz que entró en sus ojos y, de repente, ese extraño lugar. Se deslizaba sin hacer ningún esfuerzo hacia un remanso de luz que había a lo lejos. Cuando llegó por fin, se detuvo en una especie de haz de luz que parpadeaba tímidamente, y quedó allí sentada. Nunca había estado allí antes. A decir verdad, no era ni siquiera un lugar como los que ella conocía. Todo estaba a oscuras, salvo el haz de luz que hasta allí la trajo, y pensó ¿qué hacía ella allí?.

De repente, una especie de ventana con forma redonda se abrió, y poco a poco comenzó a deslumbrarse a lo lejos algo que semejaba ser una casa. Allí, en una de las estancias, había una cuna de madera, desgastada pero limpia. Una niña jugaba en su interior balbuceando cortos sonidos mientras sonreía ella sola al escucharse.  Su madre estaba en un rincón de la sala haciendo con barro una figura que parecía ser un jarrón. Sus ojos, tristes y apagados, apenas se abrían lo suficiente para mirar de reojo a la niña, mientras sus manos deambulaban por el barro sin llevar un certero ritmo. Sólo sujetaban levemente la figura que iba forjándose, pero que aún se encontraba por definir cómo sería su aspecto final. Su lánguida cara reflejaba pesar y tristeza.

-“¿Sabes quiénes son? “, le dijo a Martina una vocecita que escuchó por detrás de ella.

Se giró rápidamente y pudo ver una especie de pequeño duende con orejas de elfo, un gorro verde a rayas del que lateralmente caía un enorme pompón blanco, un pantalón rojo con cinturón y unas babuchas acabadas en punta.

-“¿Quién eres tú?”, gritó Martina sorprendida.

-“Soy Max, uno de los duendes de la Navidad. Siempre he vivido en tu mente desde aquella mañana en que tu mamá te trajo al mundo. Ella deseó cuando tú naciste que nunca te pasara nada malo y que la felicidad te acompañara. Y en ese momento surgí yo, para acompañarte en cada Navidad. No me has visto antes porque andas siempre un poco enfadada cuando se avecinan estas fechas. La rabia es mi enemiga y, aunque llevo nueve años intentando hablar contigo, no había sido posible hasta hoy. “ 

 - “¿Nueve años?, ¿llevas nueve años conmigo?, !Que cosas tan extrañas cuentas¡. ¿Seguro que no eres una pesadilla de esas que a veces me molesta por las noches? “.



-“Tranquila, estoy aquí para enseñarte algo. ¿Ves eso de ahí abajo? Dijo señalando a la casa. “¿Ves a esa mamá y a esa niña?. Eres tú. Esta es tu historia antes de que te adoptaran esos papás que te quieren tanto.” 

-“¿Soy yo?” Dijo poniendo los ojos como platos. “Si soy yo… ¿Porqué no pude seguir allí? ¿Qué pasó para que me abandonara? ¡Era muy pequeña!. ¿Qué hice mal para que mi madre no me tuviera con ella? “.

-“Entiendo tu pesar, debe ser muy difícil pensar en ello. Es normal que te pongas triste y hasta un poco enfadada. Pero mira, mira ahí abajo. ¿qué más ves? Esa mamá está muy triste porque ha tenido que tomar una decisión muy difícil. Mira sus ojos, están vidriosos de tanto llorar. No puede cuidar de su pequeña”.

-“¿Pero por qué?¿dónde está ella ahora?¿qué va a pasar con mi historia?¿porqué no pudo cuidarme? ¡Si me hubiese querido no me hubiera dejado!”.

Casi sin que pudiera terminar, empezaron a llover del cielo cientos de copos de nieve en forma de interrogante. Los había de muchos tamaños y formas. Unos más grandes y redondeados, otros más finos y con forma cursiva. Formaron de repente una tormenta de figuras que dejaron un enorme manto blanco en el suelo de ese misterioso lugar.

- El pequeño duende contestó: “No tengo respuesta para todas tus preguntas, pero tengo unas cuantas preguntas sin respuesta…¿Hasta cuando vas a sufrir por algo que quizás nunca sepas?¿Qué es peor, sufrir por lo que pudo haber sido y no fue, o disfrutar de lo que afortunadamente ha sido? No tenemos siempre un porqué a nuestro alcance para muchas de las cosas que ocurren. Un accidente que deja en silla de ruedas a alguien, un ser querido que se muere, un incendio que arrasa una casa, las guerras, el hambre, la soledad de muchas personas. En todas ellas, cuando sobreviene la desdicha, existen dos caminos: uno, el del lamento y la pasividad, el otro el de la aceptación y la lucha por seguir adelante. Tú no elegiste venir a este mundo, pero gracias a alguien que lo decidió por ti, hoy estás aquí. Y tienes la oportunidad de decidir cómo quieres que te acompañe tu historia.”

Mientras iba hablando la niña iba calmándose cada vez más y más. De repente, el elfo paró de hablar y señaló con el dedo hacia la ventana donde estaba la madre trabajando ese barro cada vez más endurecido. Martina y él pudieron observar como un rayito de sol, muy parecido al que entró por la ventana de la niña, hizo su aparición de forma repentina. La mujer, por primera vez sonrió mientras el rayito entraba en su retina y como si de un hechizo mágico de Navidad se tratara, comenzó a verse reflejado en el cielo un haz de luz que unía, de manera única, los ojos de Martina con los de aquella mujer. De su boca salió un pequeño susurro que decía “mi niña, se feliz allí donde estés”, mientras seguía con los ojos bien abiertos para no dejar escapar ni una pizca de esa luz que unía a las dos.



El timbre que anunciaba el final de la clase sonó. ¡Ya eran las cinco!.

-“Martina, despierta, que estás embelesada y ya es hora de marcharnos a casa”, le dijo Pedro, su compañero.

 La niña hizo un ademán como de despertar de un sueño ¿o quizás no lo soñó y fue cierto?. No lo sabremos, no tenemos respuestas para todas las preguntas. Pero siempre tendremos historias para contar en Navidad.


Por Conchi Martínez Vázquez


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