No recuerdo cuando fue la primera
vez que leí o escuché la palabra resiliencia hace ya bastantes años. Pero de
entonces a hoy puedo decir que ha sido un motor de transformación en mi manera
de trabajar con familias, un cambio de mirada y de sentir las relaciones con
los otros.
Hace casi doce años que trabajo
en el mismo sitio pero entonces las cosas funcionaban de otra manera. Se
trabajaba sobre los factores de riesgo, con indicadores de posible situación de
desprotección, con vulnerabilidades. No es que ahora no manejemos los
mismos conceptos ni desatendamos aquellos factores de riesgo que inciden sobre
los niños, pero interesa mucho más (o al menos de la misma manera) las
capacidades que tienen, las relaciones que mantienen con otros niños y con recursos
de su entorno, las vinculaciones afectivas que aportan una base de seguridad,
el sentido que le dan a su vida.
Riesgo y Resiliencia. Dos palabras que caminan de la mano y que se complementan y aunque pudieran ser aparentemente antagónicas, en el fondo forman parte del mismo foco, algo así como unos anteojos que posibilitan aumentar aquello sobre lo que se enfoca, unos binoculares por los que se vislumbran tanto los factores de riesgo como los de protección, y que dependiendo de quien los utilice puede apreciar finalmente una imagen más o menos nítida de la persona, observando tanto sus debilidades como sus fortalezas, así como todo lo que le rodea ayudándole o limitándole en su vida. Eso es muy importante cuando trabajamos con niños y familias.
Y he reconocer que me siento
orgullosa de haberme dejado embriagar de la esencia del término pese a que ello
me lleve a veces a no estar de acuerdo con otros profesionales o con los propios
padres cuando intento no sólo fijarme en lo que no hacen o en lo que hacen mal,
sino resaltar otras muchas cosas que saben y pueden hacer. A veces parece que
hablamos de niños o adolescentes distintos. O que yo soy una ilusa confiada porque
ellos me toman el pelo. Pero yo sé que no es así.
Una sonrisa de complicidad, una
mirada con ternura, una frase de agradecimiento. Ese es el lenguaje de la
resiliencia:
- La aceptación incondicional de su persona aunque su conducta sea
inadecuada. No existen los niños “malos”, solo existen niños buenos que
presentan comportamientos disruptivos o inadecuados, muchas de las veces fruto
de su propia experiencia de maltrato o de la incompetencia parental para ayudar
a regular sus emociones y conductas.
- La escucha activa de sus argumentos sobre lo que piensan o hacen. Todo
importa en el niño. Da igual que parezca una tontería el motivo por el que
pelearon en el patio, o si pensamos que se equivocan cuando verbalizan que no
quieren saber nada de su papá porque no le viene a ver todo lo que él o ella quisiera.
Sentirse escuchado tiene una función de alivio.
- El reconocimiento de su dolor por las situaciones duras que atraviesan,
aunque para otros carecen de importancia. El dolor de un niño puede venir de
diferentes razones algunas de ellas incomprensibles e incluso inaccesibles a padres
y profesionales. Seguramente ellos mismos a veces no saben si quiera porqué se sienten mal.
- El compartir y celebrar sus éxitos cada vez que nos encontramos. Un
aprobado después de una mala racha académica, su nueva habilidad para atarse
los zapatos, haber resuelto un problema con una amiga. Cada éxito es una gota
de lluvia que mantiene viva e incrementa la base de su autoestima.
- La
aportación de orientaciones para que su vida sea al menos un poquito más feliz.
Si se dan de forma adecuada los niños aceptan los consejos cuando vienen de
personas significativas y no de manera impositiva: “quizás puedas hacer…”, “se
me ocurre que en tu situación otro niño haría…”, “prueba a ver si esto funciona
y me lo cuentas el próximo día a ver cómo ha ido”, etc.
Esa es la relación profesional que quiero y me
gusta, alejada de prejuicios, críticas destructivas y manifestaciones de
superioridad.
Y ese lenguaje dialéctico a
partir del cual los profesionales podemos contribuir a la promoción de
conductas y actitudes resilientes con protagonistas de excepción y únicos como
son cada uno de los niños y adolescentes, puede quedar reflejado en gran medida en el
siguiente vídeo (Be happy):
Ser feliz no es fácil. Hacer
felices a los otros con palabras de aliento, gestos de aprobación,
acompañarles silenciosamente cuando sobran las palabras, o simplemente sonreírles
haciéndoles sentirse sentidos, sí lo es. Solo basta conocerles y recocerles como personas capaces de superar los retos de la vida y salir incluso fortalecidos.
Mi más sincera enhorabuena para mi amiga, compañera y profesional de referencia.
ResponderEliminarMe alegra infinitamente que, al fin, hayas hecho realidad un proyecto en el que crees, disfrutas y es además, una herramienta perfecta para todos aquellos que necesitamos contar con una guía en el tema de la resiliencia infantil.
Muchos profesionales ya siguen tus escritos, participaciones realizadas en otros blogs, grupos, publicaciones, etc., saben de que hablo cuando hago referencia a tu calidad, por tanto mi gratitud por tu generosidad una vez más, tienes una cualidad que sabes "envidio" (en el buen sentido de la palabra) casi diariamente, que mejor momento y manera para utilizarla que éste ¿verdad?
Gracias a tí por acompañarme en mis ilusiones,valorar mi trabajo junto a tí y alentarme a alcanzar mis metas. Has estado ahí desde el inicio de mis pinitos en la intervención familiar y he crecido junto a tí como persona y como profesional. Gracias por el buen trato que recibo de tí. Un abrazo
ResponderEliminarSerá un placer leerte y aprender de tus aportaciones. Feliz camino!!! Un beso
ResponderEliminarMuchas gracias Sagrario!!! Yo también disfruto y aprendo con vuestras reflexiones. Me encanta "conoceros" virtualmente a tí y a Iñigo y formar parte de este fantástico mundo de la resiliencia. Un abrazo
EliminarSoy mamá adoptiva, hasta hace casi 7 años que llegó nuestra hija, nunca había oído la palabra resiliencia. Aunque una vez que la conocí, me dí cuenta que tenía gente muy cercana que era un ejemplo de resiliencia.
ResponderEliminarMe interesa mucho el tema, como mamá adoptiva sé que tengo la tarea de ser tutora de resiliencia, como bien dice José Luis Gonzalo, y quiero prepararme de la mejor manera posible. Agradezco siempre estos espacios que me permiten adentrarme más profundamente en la temática. Aquí me tendrás de visita con mucha frecuencia.
Un abrazo desde México,
Alejandra
Alejandra,en primer lugar mi más sincera admiración a tí y a todas las mamás y papás adoptivos. Me parece un acto tan generoso y altruísta al tiempo que difícil por los retos que conlleva más allá de la parentalidad de cualquier niño que solo los valientes sois capaces de hacer. Seguro que eres una estupenda tutora de resiliencia de tu niña y espero que encuentres en este blog tu espacio para participar cuanto quieras y en la forma que te apetezca. Juntos se aprende siempre más.
ResponderEliminarOtro abrazo para tí desde este otro lado.