La separación o divorcio de los padres pueden ser considerados como
una adversidad principalmente para los hijos por el componente de pérdida que conlleva unido a sentimientos y emociones difíciles de entender y asimilar (algunos de ellos ambivalentes). El psiquiatra Luis Rojas Marcos señala en su libro Superar la adversidad que "ningún niño está emocionalmente preparado para afrontar la separación de sus padres y, excepto criaturas que son víctimas de malos tratos o abusos continuados, muy pocos ven en la ruptura una segunda oportunidad".
Sin embargo, no es tanto el divorcio en sí mismo lo que puede provocar mayor
afectación a los niños, sino la situación emocional asociada al mismo,
principalmente el conflicto entre los padres antes, durante y después del
divorcio propiamente dicho.
Existen investigaciones que señalan que el factor más importante que determina cómo afecta el divorcio a un niño es:
- cómo los padres gestionen emocionalmente su ruptura
-si mantienen o no una buena cooperación como padres
-y de qué forma ayudan (o dificultan) a sus hijos en el proceso, tanto en el momento de comunicar a los hijos su decisión como en todo el reajuste familiar posterior.
No es fácil para los niños y niñas ni resulta algo pasajero. Recuerdo el caso de un adolescente que después de una separación desde hacía ¡8 años! seguía soñando despierto que sus padres iban a volver a estar juntos pese al conflicto descomunal que desde entonces arrastraban... Y no era el único. Este pensamiento casi "mágico" (por lo dificil de conseguir) es algo que acompaña la narrativa de muchos chicos y chicas de padres separados con los que he trabajado.
Quizás los cambios "espaciales" en cuanto a lo de tener dos casas o el cambio de colegio si hay traslado a otro municipio son los menos importantes. Los asuntos realmente difíciles de entender y asimilar son principalmente de otra índole. Algunas
de las tareas que tienen que debe
lograr un niño cuyos padres se han separado son:
- Lidiar con sus
sentimientos de pérdida, de tristeza, impotencia y rabia hacia sus padres.
- Entender la ruptura
marital, abandonando sus fantasías de restauración del matrimonio.
- Aprender a relacionarse
de un nuevo modo con cada uno de sus padres.
- Restablecer un sentimiento de ser amado y
poder amar sin miedo a la pérdida.
A ello habría que sumar otras emociones y estados como la negación, el miedo, la culpabilidad, la inseguridad, la regresión, etc.
asociadas a la pérdida que puede suponer la separación o el divorcio de los padres.
No todos los
niños y niñas van a reaccionar igual ante una situación de separación o
divorcio ni necesariamente tendrán que vivirlo como algo negativo. Los factores de resiliencia infantil, el modo en cómo van a atravesar esa situación, van a tener que ver con características personales y
evolutivas (como la edad en que tiene lugar), con la respuesta del entorno, con la existencia de tutores de
resiliencia que pueden contribuir a que el impacto sea menor y más rápida y
adaptativa la asimilación de su nueva realidad (los papás y mamás pueden estar demasiado ocupados en sus conflictos desatendiendo parcialmente sus responsabilidades parentales y marentales) , pero también al sentido que le
van a otorgar los propios menores a la situación y lo que viene detrás de ella.
Y ese sentido viene dado por lo que representa para ellos este cambio en su vida. En algunos
casos viven la separación con alivio, aunque no lo manifiesten por el conflicto
de lealtades lógico. Paulino Castells los llama los “hijos del suspiro” a quienes se les escapa un profundo suspiro
de alivio cuando se les pregunta cómo están en casa después de que se han
separado sus padres. "Son los hijos del conflicto en su más alto grado de virulencia. A los que el dulce hogar se les
convirtió en un espantoso infierno.”
Los niños son
espectadores pasivos (y en algunos casos activos) del desgaste afectivo y
relacional de sus padres y pueden vivir el proceso de separación y/o divorcio como vivir entre dos mares. Dos mares en los que el conflicto de los adultos se transforma en potentes olas que chocan de lleno en la afectividad y emocionalidad de los hijos.
Mark Beyebach (Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca) siguiendo la clasificación que recogen Encarna Fernández Ros y Carmen Godoy Fernández (autoras del libro Los niños ante el divorcio, 2002), y añadiendo alguna más, describe diferentes posiciones perturbadoras y patógenas en las que a menudo se encuentran los menores tras una separación y también antes y durante la misma (a continuación recojo textualmente las descripciones pues no hay párrafo que tenga desperdicio):
Mark Beyebach (Profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca) siguiendo la clasificación que recogen Encarna Fernández Ros y Carmen Godoy Fernández (autoras del libro Los niños ante el divorcio, 2002), y añadiendo alguna más, describe diferentes posiciones perturbadoras y patógenas en las que a menudo se encuentran los menores tras una separación y también antes y durante la misma (a continuación recojo textualmente las descripciones pues no hay párrafo que tenga desperdicio):
1. El niño escindido
A menudo los
hijos de padres divorciados se ven obligados a actuar ante cada progenitor (y a
veces también ante la familia de éste) como si el otro no existiese. El adulto,
dolido por la separación, ha decidido actuar como si su ex cónyuge no existiera
y ha transmitido esta exigencia a su hijo. Así, la niña no se siente libre de
enseñar a su padre las fotos de su cumpleaños en las que aparece su madre; el
hijo esconde en un cajón el libro que el padre le ha regalado; o los hijos no
se atreven a tener en su habitación fotos del progenitor no custodio. En
definitiva, el menor no ha recibido el “permiso psicológico” (Fernández Ros y Godoy Fernández, 2002) de un
progenitor para relacionarse libremente y querer al otro. El resultado es que
no se siente aceptado en su totalidad, por cuanto tiene que ocultar una parte
importante de su vida a sus seres queridos, con el efecto de minar su
autoestima y su seguridad personal.
2. El niño mensajero
Es
probablemente una de las posiciones más habituales. Los progenitores recurren
al hijo para comunicarse entre ellos.
“Dile a tu madre que no puedo recogerte mañana a las 6, que vendré a las
9”, “Dice mamá que está harta de que no laves mi ropa cuando estoy contigo” o
“Mamá dice que si no le pasas la pensión esta semana no vengas a recogerme el
viernes” son formas muy desafortunadas de eludir la necesaria comunicación
entre los padres y de implicar al hijo en el conflicto post-divorcio. Tienden a
generar en el menor una gran ansiedad, especialmente cuando los mensajes que se
ve obligado a transmitir son de índole más emocional y más críticos. En otros
casos, el menor puede valerse de su posición de mensajero para manipular a los
padres modificando u omitiendo ciertos mensajes. En este caso, el efecto
negativo sobre el menor deriva del exceso de poder que se le proporciona.
3. El niño espía
Es un grado
más del niño mensajero. Aquí, uno o ambos progenitores se valen del menor para
averiguar detalles de la vida de su expareja, a menudo incluso sobre detalles
íntimos (“¿Cómo está con su nuevo novio? ¿Se besan mucho?” “¿Hasta qué hora
salió él por la noche? ¿Sabes con quién estaba?”). El niño se ve colocado en un
conflicto de lealtades, especialmente cuando percibe que quien le sonsaca puede
utilizar la información contra el otro progenitor, a nivel emocional o incluso
a nivel legal. A menudo, la única escapatoria de esa posición es tratar de
responder con evasivas o incluso negarse a contar nada a un progenitor sobre lo
que hace con el otro. Aunque eso protege temporalmente al menor de tener que
“traicionar” a uno de los padres, previsiblemente aumente la incertidumbre de
quien le está preguntando y genere interrogatorios más intensos o más
“disimulados”. La ansiedad, el mutismo y la desconfianza de los adultos son
posibles resultados.
4. El niño colchón
En este caso,
el niño asume la responsabilidad de tratar de minimizar el conflicto entre sus
padres, algo que probablemente ya intentaba hacer antes del divorcio: si el
padre critica a la madre por algún descuido de ésta, tratará de defenderla “sin
que se note” asumiendo él la culpa; si la madre critica al padre, hará lo
propio para defenderle a él. Esta posición obliga al niño a una hipervigilancia
constante, `pendiente siempre de no indisponer aún más a un progenitor contra
el otro. Al final, es el niño quien, desde el punto de vista emocional, se
lleva todos los golpes.
5. El niño edredón
Nos gusta
utilizar esta expresión para referirnos al niño parentalizado que trata de
proteger, consolar, reconfortar… al progenitor al que percibe como más débil (y
que a menudo está utilizando una posición de víctima precisamente para atraer
al hijo). En algunos casos, el niño o la niña llegan a suplantar el papel del
otro progenitor, actuando como pequeños “mariditos” o “mujercitas” que
acompañan a la madre o al padre, asumen tareas domésticas inapropiadas para su
edad, etc. (Fernández Ros y Godoy Fernández, 2002). El problema
de esta posición es que da al menor un nivel de responsabilidad excesivo para
su nivel de desarrollo (Minuchin, 1974), obligándole a veces a actuar como un
“adulto en miniatura” en vez de seguir viviendo de acuerdo con su etapa de
niño. La hiperresponsabilidad, la obsesividad y la ansiedad pueden ser el
resultado. Si el niño no llega a la altura que se espera de él, se sentirá
culpable.
6. El niño bate de beisbol
Nos referimos
con este calificativo al niño al que sus padres directamente utilizan como arma
para agredir al ex cónyuge. Como el padre no está comprando la ropa que la
madre cree que debe comprar a su hija, la madre no le mete en la maleta el
disfraz para la fiesta del colegio. El padre se reafirma en su posición y la
hija acaba yendo a la fiesta sin disfraz. En respuesta, la madre se niega a
modificar el horario de visitas y la niña se pierde la siguiente fiesta en el
colegio. El menor no sólo sale perjudicado a nivel práctico, sino que acaba
aprendiendo que sus necesidades son relegadas en virtud de la pelea entre los
adultos. El mensaje de “tú no importas” repercute en la autoestima y confianza
del niño.
7. El niño invisible
Se trata del
menor que es ignorado por uno de sus progenitores, generalmente el no custodio,
que básicamente abandona a su hijo. En la mayoría de los casos el abandono
psicológico de un menor es, o bien consecuencia del desapego o la
irresponsabilidad del padre no custodio, o bien el resultado del alejamiento al
que le somete el progenitor custodio. Sin embargo, en el peor de los casos esta
constelación puede ser un paso más de la situación anterior: un progenitor
“castiga” a su ex pareja tomando la represalia de despreciar e ignorar al hijo
o hijos de ambos. El menor que sufre las consecuencias suele ser precisamente
el que está más aliado al progenitor custodio. También es posible que en este
terreno se diriman juegos relacionales más complejos, en los que también puede
intervenir la variable de género. Por ejemplo, el padre, aliado con su hijo de
10 años, le recoge a él para las visitas pero se niega a llevarse a la niña de
8, a la que percibe como la aliada de la madre.
8. El subversivo subvencionado
En este caso,
uno de los progenitores alienta y promueve la indisciplina, desobediencia e incluso
agresividad del menor hacia el otro progenitor. La forma más habitual de este
escenario es el de una madre custodia que ve su autoridad parental cuestionada
por un hijo… al que su padre no sólo no controla, sino que anima en su
enfrentamiento con la madre. Este tipo de configuración, que tampoco es
inhabitual en familias intactas, resulta mucho más grave cuando hablamos de
familias divorciadas, por cuanto es aún más difícil que los padres se pongan de
acuerdo para controlar a sus hijos. El resultado suele ser hijos
descontrolados, agresivos e incluso antisociales."
En todas estas
posiciones relacionales existe un enorme SUFRIMIENTO en los niños y niñas. Y todas ellas son forma de poner a prueba la resiliencia infantil, de resistir situaciones insostenibles, de sacar fuerzas y esperanzas buscando una felicidad difícil de encontrar si no es a veces por parte de otros adultos significativos que les tienden una mano en este navegar entre mares contrariados.
Quizá la tarea
más importante que tienen que realizar es aceptar que lo mejor es que ya no
vivan juntos papá y mamá. Muchos de los esfuerzos que realizan los hacen con el
fin de conseguir que vuelvan a estar juntos, al precio que sea. Y evitar este
sufrimiento es en gran medida responsabilidad de los progenitores. De cómo ellos
gestionen la información, emociones y actuaciones en todo el proceso de
separación va a depender la adaptación realista y comprensiva de
los niños y niñas a esta situación con la que han de aprender a convivir. En lugar de vivir entre dos mares confrontados, es mucho mejor enseñarles a vivir en "un único mar a rayas"...
El cuento que viene a continuación, El mar
a rayas, de Susana Barragues Sáinz, de la Editorial A.Fortiori (2009) ayuda a
entender a los niños y niñas que es
mejor que sus papás no vivan juntos. http://afortiori-bilbao.com/pdf/Textos_mar_a_rayas_castellano.pdf
Un mar donde reine la armonía y el respeto no tiene que ser necesariamente un lugar donde no haya diferencias. Lo importante es que las diferencias y las distancias sean suficientemente controladas por los adultos,para que así los niños y niñas puedan entender que muchas veces es mejor vivir separados sin que ello merme lo más mínimo el afecto y amor que papá y mamá sienten por ellos. Los niños no han de ser rompeolas de los conflictos parentales. Han de aprender a ser pequeños veleros que navegan en un mar a rayas que no pueden juntarse.
Espero que os
guste el cuento y disfrutéis de su lectura. En el próximo post continuo con este tema tan
interesante abordando otros aspectos relacionados con la resiliencia infantil y el divorcio.
¡Feliz semana!
Muchas muchas muchas gracias, cuando me pongo en el lugar de mi hija (cumple 7 la semana que viene) y pienso lo que debe sufrir y lo poco que debe entender todo esto... Me ha encantado el cuento, creo que le va a servir mucho. Y felicidades por tu blog.
ResponderEliminarMe alegra mucho que te haya gustado y servido el cuento.
ResponderEliminarEspero que tu pequeña pueda poco a poco comprender (seguro que aceptar le costará más) que aunque cambian las circunstancias, los afectos siguen siendo los mismos hacia ella.
Espero que a ella también le guste el cuento, y además, con 7 años, seguro que es capaz de expresar cómo se siente la protagonista con algún dibujo, o con plastelina, o inventando ideas que le ayuden a navegar mejor en ese mundo diferente pero seguro... y con ello ayudarla a expresar sus emociones.
Suerte en este nuevo mapa de navegación familiar y un abrazo.
Me gustaría saber que psipedagogo afirma que un libro puede utilizarse como herramienta terapéutica para hacer superar un divorcio o separación
ResponderEliminarInmaculada no termino de entender tu pregunta, si pides un nombre específico o si hablas en general. En lo que puedo responderte es que en tanto que psicóloga y pedagoga (no psicopedagoga) yo si afirmo que los cuentos son una de las herramientas terapeuticas efectivas en la superación de cualquier adversidad, dificultad o conflicto emocional en los niños y niñas (y en hasta en los mayores cuando el texto es adaptada la edad) ya que la narrativa permite la externalización, la identificación con los personajes y la comprensión de cuestiones difíciles de abordar directamente. Conozco muchos/as psicologos/as que los emplean (yo misma por supuesto) como herramienta eficaz si bien no la única pues el abordaje de cuestiones complejas como la superación de un divorcio o separación no puede tener soluciones tan simples como leer un cuento. A eso ha de acompañarle la actitud de escucha de un adulto, la creación de espacios de comunicación donde se pueda expresar sentimientos, etc. Espero haber respondido a tu pregunta. Saludos
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