¿Estás suficientemente tranquila/o, dispuesta/o a concentrarte en una lectura un tanto más teórica que otras veces (que no por ello poco importante), con tiempo para la reflexión antes, durante y después?
¿Estás ahora con una actitud predispuesta para intentar asociar los contenidos con ejemplos de niños y niñas de tu entorno? Si no es así, y las prisas que a todos nos envuelven te acompañan en este momento, te invito a que pospongas la lectura de esta entrada, pues aunque con ella, y gracias a las investigaciones que provienen de autores de relevancia en el tema del apego podemos llegar a componer algunas piezas más de este puzzle que suponen las relaciones tempranas, es preciso realizar una lectura pausada para saborearla mejor.
Al igual que en las dos entradas anteriores, hablamos del modelo mental de relación y cómo la representación que el niño hace de sí mismo, de los demás y de la relación que se establece, va a influir en el estilo de apego que desarrolle. Como en las otras entradas, también las ideas y conceptos han sido extraídos del libro Vinculaciones Afectivas de Mª Josefa Lafuente y Mª José Cantero (editorial Pirámide, 2010). En esta ocasión y dado lo denso del tema, la entrada es prácticamente una transcripción de la información que aparece en un apartado del capítulo del libro que habla del sistema de apego.
Empezamos:
"Los modelos
mentales de relación repercuten sobre la calidad del apego a tres niveles: emocional,
comportamental y cognitivo.
El modelo mental que deriva de la calidad de la interacción con
cada una de las figuras significativas dentro del sistema familiar, y que es
responsable de la calidad del vínculo de apego desarrollado, determina el tipo
de sentimientos y conductas, afectando tanto a su nivel de expresión como a su
calidad, e influye sobre el procesamiento de la información, focalizando la
atención selectivamente, depurando los recuerdos y conduciendo a
interpretaciones más o menos realistas o sesgadas.
a)
A nivel emocional, los modelos influyen en los
sentimientos generales que experimenta el sujeto. Si el modelo mental es
positivo, los sentimientos serán de seguridad, confianza, alegría y bienestar;
si el modelo mental es negativo,los sentimientos serán de inseguridad,
desconfianza, ansiedad, incertidumbre,vergüenza, cólera, disgusto y malestar en
la reacción emocional inmediata ante una situación o “evaluación primaria” (una
adolescente se alegra porque un chico que acaba de conocer la telefonea) y en
el proceso que contribuye a que la respuesta emocional se mantenga, se exagere
o se debilite o “evaluación secundaria” (después de hablar con él podrían
derivarse tres posibles cursos emocionales: continúa contenta, exagera
imaginando ya un noviazgo con él, o piensa que nunca volverá a llamar).
Un
modelo mental positivo predispone además hacia una expresión emocional más adaptativa,
caracterizada por su moderación, capacidad de autorregulación, aproximación
reflexiva y no defensiva a las emociones y apertura emocional.
b)
A nivel comportamental, influyen en la
intensidad de las conductas de apego y en el tipo de conductas, planes y
estrategias, tanto almacenadas como nuevas, que van a ir manifestándose. Si el
modelo mental es positivo, las conductas de apego serán adaptativas y se
activarán y desactivarán en situaciones apropiadas y con la intensidad
adecuada: por ejemplo, si alguien está en desacuerdo con una decisión de su pareja
intentará razonar y dialogar con ella.
Sin embargo, si el modelo mental es
negativo las conductas de apego no serán adaptativas: por ejemplo, al estar en
desacuerdo con una decisión de la pareja el sujeto la evita, se limita a
criticarla o le pega. Además, si el modelo mental es negativo, las conductas de
apego se activarán en situaciones inapropiadas y, en ocasiones, a niveles
demasiado altos, o quedarán prácticamente desactivadas, incluso en aquellas
situaciones en las que lo apropiado sería activarlas.
Por ejemplo, se ha podido
comprobar que las reacciones ante el dolor de los niños ambivalentes y
desorganizados controladores son consistentemente más exageradas, y que los
controladores tardan más en tranquilizarse y su respuesta conductual es más
colérica. La reacción del ambivalente se justifica porque el niño necesita
asegurar una respuesta a su dolor por parte de una madre que él sabe que es
inconsistente, poco respondiente e hipersensible a las manifestaciones
emocionales negativas. La conducta del desorganizado controlador se explica
porque el niño tiene una madre amenazadora o atemorizante que le conduce a
evaluar como más amenazadora de lo que realmente es cualquier situación que le
produce malestar.
c)
A nivel cognitivo, los modelos, una vez
construidos y organizados, operan de forma inconsciente e influyen en el
procesamiento de la información: son, como dice Googvin (2008) “filtros
interpretativos” (…) La influencia del modelo sobre el procesamiento de la
información a nivel inconsciente contribuye, especialmente cuando el modelo es
negativo, a que el individuo preste atención a ciertos aspectos del estímulo
con preferencia a otros, creando sesgos en la codificación y recuperación del
recuerdo y afectando a los procesos de explicación. (…).
Bowlby habla del papel desempeñado por los mecanismos de defensa sobre la información que va a depositarse en el modelo mental. Pero no asume estos mecanismos sin más, sino que los reelabora a la luz de la teoría del procesamiento de la información.
Los teóricos del
procesamiento de la información indican que “excluimos selectivamente
información disponible pero irrelevante, para focalizar nuestras limitadas
capacidades de una forma más eficaz en lo que resulta más importante para la
tarea en curso. Según Bowlby, la exclusión defensiva –denominada por otros
represión-puede fundarse en similares mecanismos, se excluye selectivamente
información disponible (hechos, identidades, necesidades propias), pero con el
objetivo de desviar percepciones, sentimientos y pensamientos que de otro modo
nos causarían una ansiedad y sufrimiento psicológico insoportable”.
La
exclusión defensiva tiene a corto plazo una función autoprotectora, pero impide
que actualicemos nuestro modelo adecuadamente y que nuestro sistema de apego se
active en los momentos apropiados, conduciendo a un uso exagerado o
excesivamente restringido de las conductas de apego.
Bowlby especula además con
la posibilidad de que la exclusión defensiva pueda estar facilitada por la
separación de las informaciones contradictorias en diferentes sistemas de
memoria, haciendo así más difícil que se detecte el conflicto entre ellas y se
modifiquen. Por ejemplo, se comprueba que algunos sujetos dan descripciones
generales positivas de sus padres (memoria semántica) y se contradicen cuando
explican episodios concretos negativos de su vida con ellos (memoria
episódica). Sin embargo, lo que se aparta de la consciencia no se elimina nunca
del todo, y de hecho es frecuente que al recordar algo con motivo de una
terapia el paciente diga “siempre lo supe, pero nunca he pensado en ello”.
Bowlby
cita tres situaciones especialmente proclives a la exclusión defensiva:
1)
La primera se refiere a cuando un niño activa
intensamente su conducta de apego y su figura de apego no le da una respuesta
adecuada e incluso le castiga o le
ridiculiza. Por ejemplo, el niño tiene miedo de algo, pero en lugar de
tranquilizarlo y ofrecerle apoyo se burlan de él y le dejan solo.
2)
La segunda tiene lugar cuando un niño se entera
que su figura de apego quiere que ignore, dándole ella una versión distinta de
los hechos que ha presenciado, y en ocasiones ordenándole que no se le ocurra
comentar nada a nadie, porque si cuenta algo nadie le va a creer, o incluso
castigándole. Entonces para eliminar su ansiedad, el niño excluye recuerdos
importantes de su consciencia, y sólo deja a nivel consciente la versión verbal
que le ha dado su figura de apego. En este caso puede formar dos juegos de
modelo mental, uno accesible a la consciencia, basado en la información falsa, y
otro inaccesible a la consciencia o solo intermitentemente accesible, que
contiene la experiencia vivida por el niño y su propia interpretación.
Un
ejemplo relativamente frecuente que ejemplificaría esta segunda situación es la
versión falsa dada al hijo sobre el suicidio de un progenitor que él ha
presenciado o descubierto, diciéndole que ha sido un accidente o el resultado
de una enfermedad. Otro caso es el relacionado con actividades sexuales como
cuando el niño descubre una infidelidad, o cuando la madre se dedica a la
prostitución y hace pasar a los clientes por parientes, o cuando el progenitor
comete incesto con el niño y luego se comporta como si las interacciones
sexuales no hubieran ocurrido.
3)
La tercera ocurre cuando el sujeto ha hecho o
pensado algo que le hace sentir insoportablemente culpable o avergonzado o
cuando le impiden expresar sus sentimientos o le animan a no hacerlo. El
incesto también podría entrar en este tercer supuesto, ya que un niño o
adolescente que es obligado a participar en interacciones sexuales con un adulto
se sentirá avergonzado o culpable.
Otro ejemplo para este tercer supuesto sería
el del progenitor que, cuando muere su pareja, le dice a su hijo que debe ser
valiente y que no llore, o él mismo no se permite afligirse y su hijo sigue su
ejemplo. O el del niño al que sus padres le piden que no llore cuando despiden
a su cuidadora porque le pondría más difíciles las cosas a la cuidadora, o le
advierten que cuando se queda en el hospital o en la guardería que no llore o
no volverán a por él. También valdría como ejemplo la situación en la que un
progenitor que ha tenido una infancia traumática, para no recordarla, exige a
sus hijos que se muestren siempre felices.
A veces el
niño puede excluir defensivamente sólo la identidad de la persona hacia la que
él tiene sentimientos hostiles, desviándolos hacia otra persona menos
importante, o incluso hacia sí mismo en forma de autoculpa.
Quienes se convierten en cuidadores compulsivos para apartar su atención de sus propias necesidades de apego no satisfechas, están procediendo por estos mecanismos. Son aquellos que realizan una inversión del rol, proporcionando cuidados a un progenitor que los demanda y por el contrario no los proporciona. El niño siente ira hacia su progenitor porque éste no le da la protección esperada y no satisface sus necesidades; sin embargo, excluye también de su mente esas necesidades y elabora una imagen parcial en la que su progenitor es cariñoso, generoso y merece amor y gratitud.
Quienes se convierten en cuidadores compulsivos para apartar su atención de sus propias necesidades de apego no satisfechas, están procediendo por estos mecanismos. Son aquellos que realizan una inversión del rol, proporcionando cuidados a un progenitor que los demanda y por el contrario no los proporciona. El niño siente ira hacia su progenitor porque éste no le da la protección esperada y no satisface sus necesidades; sin embargo, excluye también de su mente esas necesidades y elabora una imagen parcial en la que su progenitor es cariñoso, generoso y merece amor y gratitud.
También puede
recurrirse a la falsa atribución defensiva, es decir, a reinterpretar el suceso
defensivamente, deformando las motivaciones del cuidador. Por ejemplo, si un
niño es maltratado, puede llegar a la interpretación “me pegan porque me
quieren y desean que sea mejor”.
Así pues, el
modelo interno de sí mismo y del otro influye en una relación a través de los
procesos de recuerdo, interpretación y atribución, que por un lado reflejan
objetivamente la realidad y que por otro crean subjetivamente la realidad de
uno mismo, del otro y de la relación de ambos. Las relaciones inseguras parecen
fomentar procesos regulatorios engañosos respecto a sí mismo y respecto al
otro, ya que disminuyen la capacidad para atender y procesar información
relacionada con el apego. En cambio, las relaciones seguras favorecen la
creación de realidades positivas, ya que una actitud de confianza suele
elicitar confianza recíproca pero también más objetiva, porque el sujeto está
abierto a procesar todo tipo de información."
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