“Lo importante no es lo que
hicieron de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con eso que hicieron de
nosotros”. Esta conocida frase de Jean Paul Sarte resume, según mi opinión, el
último libro que acabo de leer, “Nunca es tarde para tener una infancia feliz. De la adversidad a la resiliencia”, de Ben Furman, editorial Octaedro, lectura que recomiendo a todos y todas los que
han tenido una infancia difícil…y a los que tuvieron la suerte de tenerla más
fácil para que puedan comprender un poco más lo complejo de las relaciones
humanas.
Comienzo reconociendo que el
título del libro causó en mí el efecto deseado, desató mi interés por leerlo.
Con un montón de libros
pendientes en mi parrilla de salida para leer, éste logró no sólo con el título
sino también con el contenido, que en dos días lo acabará (aprovecho para dar
las gracias a Pilar Surjo por recomendarlo en el grupo de Resiliencia). Gracias
a su fácil lectura, así como a la cantidad de ejemplos de historias reales que
contiene para explicar las ideas centrales se hace ameno y entretenido.
Cuando lo leía, pensaba en muchos
de las/os mamás y papás que me han escrito un email contando cómo en la
actualidad sentían rechazo por sus hijos/as añadiendo a su relato historias muy
duras de abusos, negligencias, desprecios y abandonos en su infancia. Para
todos/as ellas/os considero que sería gratificante la lectura de este libro.
¿De qué trata? Creo que la mejor
manera de explicarlo es a través de un fragmento de Guillen Feixas, quien
realiza un prólogo que recoge muy bien la idea central. Lo transcribo:
“¿Dónde está mi pasado ahora
mismo? En mi sistema de memoria y éste está relacionado con mi sistema de
significados que me permiten interpretar y dar sentido a mi experiencia momento
a momento. O sea, que pasado y presente no están tan lejos. Está claro que
están muy relacionados.
En la memoria semántica guardamos
los conocimientos y significados extraídos de las experiencias vividas, y es
clave para interpretar los acontecimientos de nuestra vida actual. Si en el
pasado alguien “aprendió” por ejemplo, que confiar profundamente en otro
conlleva con el tiempo la traición y/o el abandono, es probable que interprete
así cualquier nueva oportunidad de vinculación afectiva que la vida le ofrezca.
Pero ese aprendizaje se puede reestructurar. La memoria semántica no es inflexible.
Al igual que nuestro cerebro, dotado de
gran plasticidad, está abierta a nuevas experiencias que pueden modificarla y
transformar esa actitud reticente ante las relaciones. Y así, la persona puede
recordar los hechos negativos de su pasado sin que necesariamente queden
fijadas para siempre las conclusiones que en aquel momento derivó de ellos en
su sistema de significados con el que interpreta la realidad en el presente.
Luego, lo que cambia, no son los hechos del pasado (memoria autobiográfica),
sino su significado y relevancia actual (memoria semántica). () Tener un pasado
difícil no supone necesariamente una condena de infelicidad para el resto de la
vida”.
Según lo anterior, podemos
encontrar sentido a esas emociones contrarias que tienen algunos padres y madres y que
les hace sufrir tanto cuando relacionan, de manera inconsciente, la maternidad/paternidad con su propia
historia plagada de emociones y sensaciones que les hicieron sentir mal,
dañados, heridos no sólo por fuera sino también por dentro. Y lo peor, con la
etiquetas asociadas a esos hechos de no poder ser una buena madre o un buen
padre, de no ser merecedores de afecto, de no poder respirar paz cuando lo que
se respiran hondamente son los recuerdos del pasado que se personifican en el
presente, cobrando forma y vida.
Además, el libro es un claro
ejemplo de vida, de historias reales que rompen con prejuicios que circulan en
las mentes de muchos, como que los padres y madres que han sufrido malos tratos
tienen necesariamente que maltratar a sus hijos/as. Como dice el autor: “correlación
no es lo mismo que causa”. Sin duda es un factor de riesgo a tener en cuenta,
pero no hay una clara determinación de que ello vaya a ser así en todos los
casos. Personalmente yo conozco muchos casos en que no es así, aunque no es fácil vivir con ese lastre. Una vez más, parafraseando a
Boris Cyrulnik, una infancia infeliz no determina una vida…
Otro de los aspectos que recoge
el libro es lo interesante y terapeútico que es el enfoque narrativo, el contar la historia
de uno mismo, como estrategia reconfortante para reelaborar la historia, darle
otro sentido. Yo misma le digo a muchas/os de los papás y mamás que contactan
conmigo o con los que trabajo directamente que narren su historia, que escriban
sobre ello no solo para liberarse en muchos casos de secretos inconfesables,
sino para traer al presente, con la mirada que da la experiencia vivida pero
también el tiempo transcurrido, la interpretación más objetiva posible de lo
ocurrido. Contar los hechos pero sobre todo los sentimientos, las emociones asociadas. Pasar de víctima a superviviente, reconocer que lo ocurrido no fue
responsabilidad del niño/a herido sino de un adulto, saberse inocente y por tanto
no culpable del sufrimiento sentido y de sus consecuencias en forma de
conductas desadaptadas, fracaso escolar, dificultades con los iguales, etc. ¿Cómo se
puede vivir y sobrevivir al mismo tiempo?
Para finalizar, os comparto que
el autor recogió a lo largo del tiempo más de 300 cartas con testimonios de personas que
habían tenido una infancia difícil y les pidió que respondieran a tres
cuestiones, que son las siguientes:
¿Qué factores le ayudaron a
sobrevivir a una infancia difícil?
¿De qué le ha servido todo lo que
tuvo que soportar de niño?
¿Cómo se las ha arreglado para
disfrutar de las experiencias que se le negaron en su infancia en momentos
posteriores de su vida?
Os lanzo yo el mismo reto que el autor del libro, si queréis responder a estas cuestiones contando vuestra historia y enviármelas,quizás descubramos algo que no es nuevo: la capacidad de una gran cantidad de personas que no sólo han conseguido superar una infancia difícil, sino salir fortalecido/a.
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