Pocos niños son tan conocidos en
la literatura como el personaje creado por Saint-Exupéry, El Principito, ese pequeño y entrañable ser que un día surgió de la nada y más tarde desapareció
sin dejar rastro pero dejando sin embargo una huella emocional en quien
tuvo la oportunidad de conocerle, ese aviador que le encontró. La gran mayoría hemos tenido la oportunidad de leer este libro, convertido hace tiempo en texto de obligada lectura, y nos emocionamos con sus cortas pero intensas páginas.
Hoy 20 de noviembre de 2014, Día
Universal de los Derechos de la Infancia, ha pasado mucho tiempo desde que nació
este pequeño gran príncipe en su primera edición en 1946, y si retornara
seguramente lo haría ya convertido en un Pequeño Rey, habiendo abandonado con
el paso del tiempo la ingenuidad y la inocencia que solo la niñez hacen surgir.
Me pregunto cuáles serían ahora sus incesantes preguntas, si continuaría
ocupado cuidando de su rosa o si habrá inventado algo para impedir que los
corderos se la coman. O por el contrario si el paso del tiempo, la adultez, le
ha llevado a tener una visión diferente de la vida y se muestra apático y desmotivado por las cosas que antes le hacían vibrar.
Decía Saint-Exupéry en la dedicatoria
de su libro “Todas las personas grandes han sido niños antes (Pero pocas lo
recuerdan)”. Y ese es el gran error que cometemos muchas veces. Quizás este
Pequeño Rey retornado, convertido en adulto, respondería a ese cliché descrito
por el autor cuando decía: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí
solas, y es agotador para los niños tener que darles siempre y siempre
explicaciones”. Aunque prefiero pensar que hacerse mayor le sirvió para
desprenderse de la etiqueta que al propio creador del personaje le limitó su
expresión artística. Espero que haya podido desarrollar su talento para ser
pintor, y que ahora pueda pintar cuantas serpientes boas desee digiriendo elefantes sin tener
que admitir que son sombreros para callar a los otros.
Quisiera imaginarme al Pequeño Rey como ese
adulto consciente, realista, sensible, pero también con ese resto del niño que fue y que continúa siendo,
como todos los mayores, por mucho que intentemos tapar.
La niñez, la infancia, es y debe
ser la etapa más bonita de la vida, los pilares donde se asientan las historias
futuras, donde se empiezan a construir proyectos de vida (¿quién no ha soñado
de pequeño ser alguien a quien se admira?), donde se moldean las experiencias
que van configurando a la persona social.
Por eso, si de verdad regresa ese
Pequeño Rey de la historia, quiero pedirle que se lleve consigo antes de
marcharse otra vez una nota, dirigida a todos los mundos y planetas existentes. Una carta que
represente a todos y cada uno de nosotros, los que por edad son niños/as y los que
lo fuimos hace tiempo y aún conservamos lo importante, la esencia, lo esencial
que no es visible a los ojos:
“Me dirijo a ti, adulto que
tienes bajo tu cuidado y protección a un niño o niña como yo. Seguramente no sepas
nunca lo afortunado que eres de tener el más bello ejemplar de su especie, por
mucho que puedas verle bajito/a, travieso/a, torpe y poco agraciado/a. Nadie como él
o ella existe y por tanto, merecen protección y cuidados al tratarse de un
ejemplar sin par. Dedícale todo tu amor y dedicación posibles porque solo así
podrá desarrollarse de forma sana por dentro y por fuera. Puede que desarrolle
espinas para protegerse al igual que pasó con la rosa de El Principito, y no
has de verlo como una amenaza. Sólo con ellas puede defenderse de algunos
peligros, pero tú, con cuidado, sabrás tocarle sin pincharte para apreciar su
aroma.
Edúcale para que sepa respetar a
los otros, pero para eso debes dar ejemplo: NUNCA le maltrates ni abandones
cuando te necesite. Enséñale a tener su propia opinión de las cosas, a ser
crítico/a, a ir formando su propia identidad.
Atiende a sus señales (él o ella
sabrá dártelas, solo has de estar atento), cubre sus necesidades cotidianas y
aquellas otras que surgen en situaciones especiales.
Facilítale que aprenda a
cuidar su cuerpo y su mente para que tengan una evolución positiva y pueda sentirse orgullo/a de sí mismo/o y de tí.
Transmítele
el valor de la familia, lo importante de sentirse que pertenece a un grupo que
le quiere y que le cuida. Y sobre todo, no se te olvide nunca que el principal
derecho que tiene un niño o niña es, precisamente eso, ser, actuar, y sentir
como un niño o niña”.
“Lo que embellece el
desierto-dijo El Principito-es que esconde un pozo en cualquier parte”.
Ójala
los adultos tengamos la sensibilidad necesaria de encontrar en cada niño o
niña su riqueza interior.
¡Feliz Día de los Derechos de la
Infancia!
Precioso!! Bonita manera de empezar el día.
ResponderEliminarGracias por invitar a la reflexion:saber escuchar, respetar, acompañar, incondicionalidad...
Buen día.
Mabel
Gracias Mabel!! Siempre que contribuya a reflexionar para el bienestar de los niños y niñas es una buena inversión (no dejaré de hacerlo). Tus palabras son muy bonitas, las tomo con cariño y agradecimiento. Un abrazo
EliminarMuy emocionante Conchi, muy sutil, sentido y sobre todo respetuoso. Muchas gracias por el post.
ResponderEliminarIñigo gracias por tus palabras. Se ve que me ha salido con suficiente tono sobrio de adulto para invitar a la reflexión...pero con la ingenuidad e impulsividad de la niña que llevo dentro (afortunadamente) para seguir soñando. Un abrazo!!!
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