sábado, 27 de diciembre de 2014

¿Adivinas qué encierra esta entrada de fin de año?.

Aceptando el reto de despedir el año con un acróstico que me lanzó hace unos días mi estimado amigo y compañero Apega, el psicólogo José Luis Gonzalo Marrodán (seguro que todos le conocéis ya, y si no es así no podéis perderos su preciado blog Buenos tratos), me he puesto manos a la obra y he aquí lo que ha salido. 

Siempre es bueno pararse a pensar y si la reflexión es compartida, mucho mejor. Por eso, os regalo mis pensamientos en este fin de año con esta pequeña osadía de definir, a través de este acróstico, algunas palabras que encierran en este año 2014 que termina lo que forma de alguna manera parte de este blog y de mi propio trabajo, con el que disfruto y aprendo continuamente.

¿adivinas las palabras escondidas? 

Reto. Cada nuevo niño o niña, cada familia, cada persona que entra en mi camino profesional suponen un reto, un desafío, una oportunidad de ayuda en la que se ponen en juego habilidades, capacidades y conocimientos confiando que puedan traducirse en pequeñas dosis de alivio emocional, en grandes cantidades de promoción de sus recursos y en millones de partículas de esperanza, aceptación, ilusión, confianza, empatía, libertad, etc. que hagan posible la revinculación afectiva, la posibilidad de creer en la relación de ayuda y volver a poder crear lazos de afecto que sanan heridas y entretejen nuevas miradas del pasado y preparan nuevos diseños del futuro.

Esperanza. De poder creer en el cambio entendido como la búsqueda de pedacitos de felicidad,  de mirar adelante confiando en un futuro capaz de ofrecer a nuestros niños y niñas oportunidades para disfrutar de la vida. La vida es bonita para los que se sienten amados aunque sea solamente por un adulto capaz de hacerle sentir importante, grande por dentro. De este modo podrán afrontar mejor las adversidades. Mejor si les acompaña la preciosa frase “si tienes un porqué para vivir encontrarás casi siempre el cómo”.

Sonrisa. Lo que nunca debe faltar en la cara de un niño o niña. Hay mil razones para sonreir cada día, solo hace falta verlas o pensar en ellas. A veces imaginarlas como posibles. El poder de una sonrisa es inmenso, conecta con nuestras neuronas espejo de manera inmediata. ¿Eres capaz de resistirte a sonreir cuando ves que lo hace un niño o niña?. El lenguaje de la felicidad.

Ilusión. Según la RAE puede tener como acepción “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos” o también “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”.  Permitidme que ofrezca mi propia definición de ilusión - como recogía en una entrada anterior http://resilienciainfantil.blogspot.com.es/2014/01/el-sembrador-de-estrellas-o-lo-que-tu.html-, como la posibilidad de modificar el significado de las cosas ( y las historias) modificando el entorno. Mirar desde diferente perspectiva a veces para ver las luces y fortalezas de las personas. Que aunque la persona no lo vea, la luz que deja a su paso en un futuro iluminará el camino. Pensar que a veces tenemos estrellas junto a nosotros aunque no las veamos. Que ante la oscuridad/adversidad siempre sale una luz interior de la que no éramos conscientes en otros momentos de nuestra vida. Y lo mejor, que la ilusión no tiene edad ni sabe de diferencias.

Libertad. Sensación de hacer y decir lo que uno quiere. Saber que te puedes alejar pero que hay vuelta posible. Elegir, no sentirse coaccionado ante exigencias de otros. En mi caso, libertad es realizar las cosas que me gustan, compartir, poder expresarme, inventar o tomar de otros lo que me parece bonito, sentarme ante el ordenador y dejarme llevar. Un sueño que quisiera fuera compartido con todas las personas que sufren mientras esperan el momento de escapar de su jaula sea cual sea ésta.

Inocencia. La esencia de los niños y niñas. No hay maldad en ellos, solo estrategias de supervivencia generalmente aprendidas de los adultos para escapar de algo o para dejar de ser invisibles ante ellos. Nunca un niño o niña es culpable de su sufrimiento, no hay nada que justifique un maltrato activo o pasivo.

Empatía. Calzarse los zapatos del otro. Sentir como sienten pero sin perder de vista ese “como si” que decía Carl Rogers. Comprender como sienten y piensan los niños y niñas y sus familias manteniendo la suficiente distancia mínima para que no nos invadan sus sentimientos de forma viral, pero teniendo la suficiente aproximación como para entender sus emociones en función de sus coordenadas personales.

Niñez. Período de la vida que debería ser siempre maravilloso pero que en ocasiones se ve enturbiado por circunstancias familiares, porque existen padres y madres que no pueden, o no saben o no quieren desempeñar su rol. Gracias a la existencia de tutores de resiliencia esos nubarrones pueden desplazarse y ver que el sol sale cada día, ¡¡pese a que vuelvan a aparecer las nubes acompañadas de rayos y truenos!!. La creación de paraguas resistentes con varillas flexibles capaces de resistir los azotes del viento y fuertes tejidos impermeables que permiten avanzar en el camino de la niñez enturbiada y encontrar la luz del sol gracias a personas significativas que les acompañan en su crecimiento. La mejor etapa de la vida.

Confianza. Nada más bello que la capacidad de ofrecer a los otros un espacio seguro donde poder sentirse sentido y reconocido, de escuchar sus palabras diciendo “tú me entiendes” o “siempre voy a confiar en ti”. Esa confianza se traduce en compromiso, en una especie de conexión invisible que hace que fluya un canal de comunicación genuina, de revelar sentimientos, destaparse ante el otro porque se siente que no te hará daño. Nuestros niños y niñas han sufrido muchos desengaños en su vida, muchas veces por parte de quienes debieran ser sus protectores y cuidadores…y sin embargo siguen confiando en quienes saben mirar más allá de lo visible, quienes no se quedan con sus actos inadecuados o sus respuestas desproporcionadas. Como decía Saint- Exuperié: lo esencial es invisible a los ojos.

Ingenuidad. Lo que nunca quiero perder. La capacidad de asombrarse de sorprenderse incluso por lo evidente. Lo que permite dar pasos adelante pisando baldosas de confianza. Compañera de la inocencia y amiga de la ilusión. Capacidad que se pierde con experiencias que hacen daño.

Aceptación. Somos lo que somos por las experiencias vividas y la interpretación que de las mismas hacemos. Solo aceptando a la persona, con su historia y la mochila que lleva podemos ofrecer una relación de ayuda. Pero no siempre es fácil. Se entremezclan juicios de valor, resonancias personales, limitaciones para tolerar a quien es distinto a uno mismo.


Imaginar. Crear, construir en la mente, idear rutas que lleguen a buen puerto. Planificar. Vivir con el pensamiento lo que queremos vivir en la realidad. Inventar mundos posibles. Reinventar el pasado.

Naturalidad. Ser uno mismo, sin impostar. Reconociendo las debilidades y limitaciones y, ¿por qué no? elogiando nuestros puntos fuertes, lo que sabemos hacer bien. Espontaneidad, asertividad, ser capaces de decir lo que sientes o piensas de manera respetuosa. Los años me han hecho ser cada vez más natural, incluso a veces puede que demasiado. Siento la necesidad de pensar en voz alta ante las personas, niños y adultos con los que trabajo. Compartir hipótesis que me ayuden a ayudar, sin que ello signifique que lo sepa todo o que no me equivoque.

Familia. Grupo social capaz de transformar lo posible en real, de ofrecer afecto, consuelo, seguridad, valores, y  dar sentido a nuestro proyecto de vida. Espacio de laboratorio social donde se germinan las relaciones futuras, se practica para hacer frente a las dificultades y se aprende a disfrutar de las cosas bonitas. Relaciones vinculares donde comienza a desarrollarse la resiliencia primaria.

Apego. Un tipo de vínculo afectivo que se diferencia de los otros en que mediante el mismo se busca la protección, el cuidado, la seguridad y bienestar en la relación. La sensibilidad, la disponibilidad, la aceptación y la valoración del niño o niña por parte del adulto promueven el apego seguro. La inconsistencia, la negligencia, el maltrato, la falta de disponibilidad tienen como consecuencia el desarrollo de apegos inseguros con graves consecuencias a lo largo de la vida. Sentirse apegado a alguien forma parte de los tesoros de la vida.

Narrativa. Historia que hacemos de nuestra historia. Explicación y representación de mi vida y mis circunstancias. Importante en muchas ocasiones reelaborar la historia, darle otro sentido, otra significación que permita integrar las experiencias vividas y sentidas de manera adaptativa, sin que el dolor impida o bloquee la expresión de los recursos personales de la persona. Un cuento de uno mismo. El final podemos construirlo, el principio no.

Tiempo. Bien escaso muy necesario. Las relaciones necesitan tiempo. Los avances necesitan tiempo. La cicatrización de heridas necesitan tiempo. “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que le hizo tan importante”, leíamos en  El Principito. Mientras esperamos el paso del tiempo transformamos nuestras circunstancias.

Introspección. Mirarnos para adentro, pensar y sentir de manera autocentrada. Aprender a conectar con nuestro mundo interior para poder comprender y entender al prójimo. Paso previo a la mentalización, solo puedo sintonizar contigo si manejo y se modular mi frecuencia.


Luciérnagas. Otra metáfora de la resiliencia. Todos sabemos de estos fascinantes gusanos de luz, capaces de brillar en la oscuridad con luz propia. Emitir rayos de fortaleza aun cuando desconocemos el futuro inmediato. Iluminar nuestros entorno para hacernos ver y para ver a los otros. 


Os deseo un Feliz Fin de Año y que el 2015 os traiga buenos momentos de Felicidad, Paz y Amor.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Las huellas doradas

Se acerca la Navidad y al igual que el año pasado quisiera felicitaros estas Fiestas con un cuento. En esta ocasión me gustaría compartir con vosotr@s el cuento de Jorge Bucay "Las huellas doradas". No es un cuento de Navidad pero sí un cuento para reflexionar. Es ahora cuando hacemos balance del año, cuando de manera introspectiva echamos la vista atrás. 

Solo que ahora te pido no que mires hacia atrás, sino hacia arriba, al firmamento, para ver la cantidad de estrellas que iluminan nuestro camino, nuestra noche. Esas luces aportan belleza, alegría, similar a la que sienten de manera ingenua y dulce los niños y niñas ante el árbol navideño decorado. La Navidad es tiempo de paz, de ilusión, de esperanza, de reflexión... Te acompaño con el cuento:

LAS HUELLAS DORADAS

"Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz, ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo.


Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer?

¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual?

¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores?

¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?

Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para aunque sea en ausencia ser en los demás un buen recuerdo.

En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria.

Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte.

Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez.

Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- Por una moneda te alquilo el catalejo.

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora se lo ofrecía con una mano, mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo, que desplegó el catalejo y se lo dio. Después de mirar durante un rato consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos de la lente, parpadeó varias veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.

- ¡Qué raro! – exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

- ¿Qué es lo raro? – preguntó el viejo.

- El punto brillante – contestó -. Ahí, en el patio de la escuela. Es demasiado temprano para armar el árbol de Navidad.


Martín tendió el telescopio al viejo para que viera lo que él veía.

- Son huellas – dijo el anciano.

- ¿Qué huellas? – preguntó Martín.

- Tuyas – dijo el anciano-. ¿Te acuerdas de aquel día…? Debías de tener siete años. Tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en el patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clase. ¿Recuerdas? Él había perdido el dinero y lloraba a mares.

Martín buscó infructuosamente en su memoria. El viejo, después de una pausa, siguió.

- ¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tú tenías un lápiz nuevo que ibas a estrenar aquel día. Pero te acercaste al portón de entrada y, cerrando la puerta sobre el trozo de madera, cortaste el lápiz en dos partes iguales. Luego le sacaste punta a la mitad cortada y le diste el medio lápiz nuevo a Javier.


- No me acordaba – dijo Martín-. Pero eso, ¿qué tiene que ver con el punto brillante?

- Javier nunca olvidó aquel gesto, y ese recuerdo se volvió importante en su vida.

- ¿Y?

- Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros – explicó el viejo. Las acciones que contribuyen a la felicidad de los demás quedan marcadas como huellas doradas…


Martín volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la acera, a la salida del colegio.


- Ese fue el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo de guardapolvo arrancado.


- Ese que está ahí, en el centro – siguió el viejo – es el trabajo que le conseguiste a don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica… Y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que reuniste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez. Las huellas que salen a la izquierda son de cuando interrumpiste tu viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y querías estar con él.


Martín apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver como aparecían miles de puntos dorados desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas."

Cuando mires hacia el cielo esta Navidad recuerda que muchas de las luces que iluminan el firmamento son tus huellas doradas, que recuerdan las miradas de aprecio y los gestos de afecto que tuviste para con otros. A menudo nos olvidamos de lo importante de los encuentros interpersonales, de lo que damos y recibimos de manera casi imperceptible. Del amor, la amistad, la solidaridad, la ayuda, el respeto, la comprensión y un montón de invisibles regalos que espero lleguen a tu puerta y te acompañen en el camino el próximo año y todos los demás.

¡¡Feliz Navidad !!