domingo, 16 de octubre de 2016

La magia existe. Carta a mi hermana de acogida

La vida regala momentos únicos, impensables en la biografía inicial de un niño. Solo la magia de la resiliencia, del vínculo establecido entre el niño herido y quienes con su amor sanan día a día sus heridas, puede explicar la transformación.
Hace un tiempo conocí a un niño muy especial. Su historia también lo es, pero no la que se remonta a tiempos muy lejanos (quizás tristemente parecida a otras en las que la incompetencia parental tiene efectos devastadores), sino a su evolución, al modo en que la entrega, el afecto, la aceptación y la esperanza han hecho que, en contra de lo esperable, nuestro niño esté logrando avances espectaculares. Su familia de acogida son los responsables del maravilloso cambio. Bueno, eso y sus ganas de aferrarse a la vida cogiéndose con fuerza al tren de la constancia, el esfuerzo y a esa preciosa palabra llamada familia . Dice una frase que recientemente he leído: El sentido es un hilo que cose nuestros momentos para bordar una historia. Y esta es la historia de un acogimiento especial. 
Siempre he admirado a las familias de acogida. Hoy mi admiración quiero centrarla en los hermanos de acogida, héroes sin batalla, arco iris en la oscuridad de quien no han podido experimentar la grandeza de los buenos tratos. Con su sola presencia son capaces de calmar angustias y temores, con su amor consiguen reparar heridas.
De la mano de una gran profesional y también amiga me llegó hace unos días la carta que a continuación comparto, escrita por su hija ¿biológica? (dudo que su hijo de acogida no pueda compartir el mismo adjetivo pues si conocierais la historia estaríais de acuerdo en que le ha dado nuevamente vida). La sensibilidad con que está escrita es tan solo un ejemplo de la conexión empática que hay entre ella y su pequeño hermano. Lo cotidiano no es por ello menos abrumador que lo excepcional. El miedo al abandono, a no saber que habrá o quienes estarán cuando el nuevo día despierte, forma parte del camino en muchos niños y niñas acogidos. Esta admirable hermana de acogida nos invita, desde su reflexión, a que por unos momentos podamos meternos en la piel del pequeño y sentir como siente, pero sobre todo, la confirmación de que la magia existe.
Sin más, os invito a disfrutar de la carta:

"Es hora de irse a dormir.
Busco cualquier excusa para no irme a la cama.
No me gusta la noche. Me asusta dormirme. Me horroriza lo que pueda encontrarme al abrir los ojos. Me siento inseguro en la oscuridad.
No quiero, no quiero.
Gracias a la alineación de los astros en esta lluviosa noche de octubre, mi hermana mayor decide hacerme una visita a la cocina justo antes de marchar, entre sollozos, a mi habitación a dormir.
Me lleva a su habitación, me sienta en el suelo, y me enseña, explicándome con palabras que no alcanzo a entender, de donde son las piedras de su cuarto que yo tanto admiro. Por fin, después de meses, me deja cogerlas, habiéndome negado siempre del goce del olor a río.
Yo me río.
Mientras, mi teta me sigue explicando los distintos tamaños de las piedras. Yo no la entiendo, pero me río. Soy feliz con estas pequeñas perlas entre mis manos.
Mi hermana me mira, me sonríe, sé que no puedo entender lo que dice, pero sí su mirada.
Me quiere. 
Me quiere y le gusta verme reír, y más aún cuando ella es el motivo de mis sonrisas.
Emocionada por mi ilusión, me levanta y me lleva de la mano hasta la cocina. Por el pasillo los dos reímos, como dos hermanos locos el uno por el otro.
Nos ponemos delante de la pila y ella moja las piedras.
No entiendo lo que hace, que pretende, pero me río.
Mágicamente, al mojar las piedras cambian de color.
Yo no lo entiendo, pero me río. Veo en sus ojos una extraña sensación de admiración, de orgullo...de magia.
Entonces yo, que desde el primer momento me he encantado con la piedra más grande, consigo hacerme con ella y llevarla hasta mi habitación. Con mi teta de la otra mano, claro.
Las arrastro a las dos hasta mi cama, cojo a mi hermana y, haciéndole gestos, le indico que acerque la piedra a la lámpara.
Debe brillar en la oscuridad, pienso convencido.
Pero esta vez es mi hermana la que no me entiende. Ella no sabe valorar la magia que posee esa piedra, al contrario que yo. 
Pero aún así, ella sigue mis indicaciones, y aún con cara de desconcierto, convierte esa piedra en la piedra más mágica que jamás ha existido.
Acaba de crear un nuevo sueño. Acaba de soñar conmigo, de hacer magia.
Y entonces lo entiendo. 
La magia no está en la piedra, está en las personas, está en mi hermana, está en mí...está en nosotros, en el lazo que nos une.
Pero, es hora de irse a dormir. Mi cabeza vuelve a la realidad y el miedo, junto a la rabia, vuelven a inundarme.
Lloro, grito, pataleo.
Pero no importa, porque mañana será otro día.
Porque mi mamá, mi tete y mi hermana volverán a hacerme creer en la magia.
Y entonces...entonces olvidaré que tengo miedo."

Muchas gracias Bea

miércoles, 12 de octubre de 2016

Resiliencia, la esencia inmarcesible

“Dotar a la vida de un sentido es lo que diferencia existencia y vida, momento o historia, trascendencia u olvido. Es lo que define si eres capitán o barco, veleta o viento. Es, en resumidas cuentas, la respuesta a “qué pinto yo en este alboroto llamado mundo”.

No es que me haya vuelto filósofa en este tiempo en que he estado desconectada de mi blog. Tan solo - y nada más y nada menos- la vida me ha tenido ocupada, siendo veleta y barco, dejándome llevar por unas circunstancias, algunas elegidas y otras no tanto.

En estos meses de retiro ha habido tiempo para todo. Para la alegría compartida que nos invade cuando las personas más importantes de tu vida ven cumplir sus proyectos o simplemente te hacen reir, soñar, disfrutar de su presencia y su existencia. También ha habido pérdidas muy importantes en este tiempo. La más grande ha sido sin duda el perder a mi querida figura de apego en la infancia, referente absoluto, padre incondicional y respetuoso, piedra angular de mis primeros años y fiel estrella que me acompañará siempre.

La vida da para mucho en poco tiempo…Muchas veces he pensado en retomar las entradas de mi blog sin encontrar el cómo ni el cuándo. El estrés laboral lo ha ocupado todo. Digamos que mi faceta bloguera ha estado en barbecho, no ha podido producir en este período (aprovecho para agradecer a los lectores del blog la gran cantidad de visitas que habéis seguido manteniendo pese a no haber actividad).Pero hoy por fin me he decidido a ser de nuevo capitán, a redirigir mis energías administrando de nuevo aquello que me hace sentir bien. Vuelvo a ser viento, a soplar difundiendo aquello que me gusta y por lo que adquirí un compromiso, a hablar de la resiliencia infantil y su promoción.

La vida es un camino de encuentros y hoy, volver a encontrarme a mí misma en el muro de mi estimado amigo y colega José Luis Gonzalo Marrodán ha encendido la chispa de nuevo. Gracias amigo, has logrado re-animarme con tu recuerdo.

Dos cosas quisiera compartir hoy con vosotros. La primera, en un intento de dar sentido y significado a este blog que calienta motores, es la definición de resiliencia infantil.

“La resiliencia infantil, es una capacidad que los niños y los adolescentes pueden desarrollar cuando sus recursos naturales se desarrollan y se potencian gracias a las competencias y habilidades de adultos significativos que satisfacen sus necesidades y les respetan como sujetos de derechos . Así definen mis estimados Maryorie Dantagnan y Jorge Barudy la resiliencia infantil. Ellos supieron transmitirme el interés y admiración por el tema. Gracias a ellos mi labor como psicóloga de familia e infancia dio un giro muy positivo, ayudándome a mirar con la lupa de los buenos tratos, con la mirada comprensiva y realista hacia quienes cada día se muestran ante mí como personas vulnerables, en ocasiones con etiquetas que tapan historias incontables y que comparten conmigo confiando en que un cambio es posible.

Otra definición de resiliencia en la infancia viene de la mano de Boris Cyrulnik: “La resiliencia del niño se construye en la relación con el otro, mediante una “labor de punto” que teje el vínculo. La comunicación intrauterina, la seguridad afectiva desde los primeros meses de la vida y, más tarde, la interpretación que da el niño a los acontecimientos son otros tantos elementos que favorecen la resiliencia. Preciosa definición que nos habla de ese ir tejiendo afectos, bordar relaciones desde el nacimiento pero también a lo largo de la vida. Y como no, del sentido o interpretación que se da a las experiencias, de las narrativas personales que se convierten en historias reinventadas cuando la resiliencia secundaria aparece, transformando el dolor en algo con lo que se puede vivir, integrando vivencias y organizando emociones.


Finalmente y desde la humildad que deben tener mis palabras al lado de profesionales tan grandes como los anteriores, os comparto la definición que hace tiempo elaboré acerca de la resiliencia infantil:

"Resiliencia infantil es el proceso que hace posible el despliegue de los recursos personales del niño o niña para afrontar adversidades de tipo personal, familiar o social gracias a la presencia (real o sentida) de adultos sensibles que de forma consistente y coherente permanecen atentos a sus necesidades e intereses, ofreciéndoles afecto, escucha, consejos y límites a su conducta, de manera que puedan desarrollar un sentimiento de pertenencia a un grupo donde sentirse amados/as, consciencia de su propio self y de su realidad y la capacidad de poder experimentar vivencias que favorezcan su autoconocimiento y regulación. Todo ello, si se da desde los primeros años hace que puedan desarrollar actitudes y aptitudes inteligentes que les permita adaptarse y superar dificultades y retos mediante el aprendizaje de competencias para la vida a partir del desarrollo de la resiliencia primaria. En caso contrario, siempre queda la esperanza que el niño o niña encuentre en su camino tutores de resiliencia que le ayuden a retomar su proceso de desarrollo gracias a la resiliencia secundaria que surge de la relación intersubjetiva y genuina."  

Otra aportación que quería haceros hoy es una palabra poco conocida, pero muy interesante.

La palabra es INMARCESIBLE.  Me la regaló mi princesa guerrera, una joven resiliente, ejemplo de fortaleza y de transformación. Significa “que no se puede marchitar”, y marchitar a su vez quiere decir "hacer que una persona pierda la belleza, la fuerza y vitalidad". Pensaréis qué tiene que ver con la resiliencia: tampoco se marchita y se acaba nunca la capacidad de los niños y niñas de atravesar adversidades y salir fortalecidos, transformados. Puede que escojan mecanismos de defensa para protegerse de entornos inseguros o amenazantes, y que por ello se muestren agresivos, sumisos, ausentes, complacientes, se inventen amigos imaginarios o cualquier otra forma de poder seguir estando en el mundo.


Inmarcesibles, inmarchitables, resilientes. Solo necesitan adultos que rieguen con afecto sus heridas si han sido dañados. Jardineros atentos y sensibles llamados también tutores de resiliencia. 

Inmarcesible también el recuerdo de los buenos tratos guardados en la memoria implícita desde los primeros momentos y posteriormente, con la aparición del lenguaje, en forma de narrativa, de imágenes, palabras, afectos y emociones que van configurando desde incluso antes de nacer la forma en que nos vamos a relacionar con los demás en las etapas posteriores de la vida. Si se va forjando un apego seguro este recuerdo inmarcesible hará que la persona disponga de las herramientas necesarias para desenvolverse en la vida desarrollando la sociabilidad, el amor a los demás y así mismo.

Resiliencia es entonces la esencia inmarcesible del niño o niña que le invita al crecimiento y transformación, a la esperanza, a confiar en el despliegue de sus capacidades y, en definitiva, a caminar por la vida sabiendo que a su paso encontrará adultos que hagan germinar su semilla.