Un pequeño
cactus lloraba silenciosamente.
El cactus le
dijo: “Estoy triste porque desde que nací nadie me ha abrazado, ni siquiera mi
madre, porque estas espinas me lo impiden”.
El zorro,
impresionado ante tal enigma intentó ayudarlo sacando con el hocico algunas de
las espinas, pero cada vez que lo intentaba o el cactus se quejaba o él mismo
se pinchaba la nariz.
Ya vencido, el
zorro se dedicó a pensar.
De pronto,
saltó de emoción y dijo: ”Vengo en un momento”.
Poco tiempo
después, el zorro volvió junto con una gran alpaca lanuda, tan lanuda que al
abrazar al cactus sus espinas no pudieron dañarla.
Este precioso
cuento escrito por Iván
Manuel Valdivia Gandur e ilustrado por Alex Pelayo, además de didáctico es un
perfecto ejemplo de la realidad de muchos niños y niñas y adolescentes de esos
(no sé si bien llamados) multiproblemáticos.
Los cactus son plantas que
desarrollan mecanismos de supervivencia para pasar largas temporadas de sequía,
se adaptan para soportar condiciones extremas. Fijaros si es grande la
adaptación que las hojas se convierten en espinas pues de otro modo no podrían
sobrevivir. Y lo mismo podríamos decir de muchos/as niños/as y adolescentes que viven
en contextos de desafección, en un desierto emocional en el que la nutrición
afectiva no existe, en familias que no saben o no pueden proveer de un entorno
sano y favorecedor. Aparecen por tanto las espinas.
¿Qué como son las espinas? Es
fácil verlo. Por ejemplo, María “pincha” en clase siendo insoportable, llamando
la atención de manera continuada, provocando a los profesores para ser
expulsada y que le envíen al aula de convivencia. Pablo enseña sus espinas
cogiendo a un compañero del cuello tirándole al suelo cuando alguien le
insulta, o cuando va por la calle rallando un coche al pasar, o cuando “coge
prestado” el estuche de su compañero de al lado que es mucho más bonito que su
triste portalápices agujereado. Luis no para de echar en cara a sus acogedores
que ellos no son sus padres ni mandan de él, que va a hacer lo que le dé la
gana, que no soporta que se metan en su vida….
Si supiéramos más de botánica
los que nos relacionamos habitualmente con niños y adolescentes nos iría
seguramente mejor. Debiéramos saber que las apariencias engañan en la Madre
Naturaleza. Que preciosas setas pueden ser mortíferas de igual modo que uno de
los más preciados trofeos naturales como la trufa se encuentra en el interior
de la tierra y hay que ser muy avispado para saber encontrarlo. Que hay que
saber no solo ver, sino también mirar de forma adecuada.
Hay una de esas "adolescente-cactus" que
en los últimos días ocupaba una buena parte de mis pensamientos. Absentista,
provocadora, rebelde, contestona, maleducada….yo me pregunto ¿por qué siempre
viene a mis citas? ¿porque jamás me ha hablado mal a mí?¿por qué no solo admite
algunos consejos sino que además reflexiona sobre sí misma como si fuera otra
persona irreconocible para los que dicen conocerla bien?¿por qué siempre me
agradece, mira con cariño y se despide de mí diciendo lo afortunadas que son
mis hijas porque tienen quien las escuche y de cariño? Y con esto no me estoy
tirando flores en un afán narcisista, os lo aseguro.
Me encanta conocer esa parte de
ella, agradezco que me permita entrar en su esencia, en su perfume
penetrable que embriaga la sala de
sonrisas y alegrías desde que entra por la puerta hasta que se marcha. Sus
espinas no me llegan, no me pinchan, no hacen daño cuando el contexto es seguro
y poco amenazante. ¿Os imagináis un cactus con espinas retráctiles?
Pero ¿qué puedo hacer yo para
que los demás vean una rosa con espinas donde todo el mundo ve un cactus que
molesta y estorba? ¿Cómo transmitirle a los demás que ella sufre, que las
espinas también son interiores, que le duele en el alma haber sido repudiada,
abandonada, maltratada, humillada y despreciada por los que le dieron la vida?
¿Pudo haber desarrollado otras estrategias de supervivencia?
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Empecé a escribir hasta aquí
esta entrada hace unos días y paré.
Algo pasó después que puedo decir que una
vez más me ha transformado. Esto de aprender sobre (y con) la infancia y la
adolescencia permite una continua revisión e incorporación de planteamientos
que hace que sea un proceso continuo de descubrimiento apasionante. Hablo de un
ENCUENTRO, de esos que dejan huella. He podido descubrir personalmente a un mago de la
intervención en terapia familiar con niños y adolescentes multiproblemáticos, en
un Seminario que se celebró en Castellón este fin de semana. Se trata de
Maurizio Aldolfi, un médico y psiquiatra infantil.
Reconozco haber llegado al seminario sin saber demasiado de él, tan solo su renombre y reconocimiento en el plano profesional. Una de esas figuras relevantes a las que siempre una se quiere acercar leyendo sus obras pero que se va postergando porque como dice un amigo: "la vida no me da para más".
De una manera magistral Maurizio nos mostró su
forma de acercarse en terapia a los niños y adolescentes, desde una posición de
total cercanía, reconocimiento, respeto y confianza. Sin señalamientos, sin etiquetas. Atendiendo a algo que para mí es fundamental: cada problema del niño es un problema familiar.
Presentó su último libro
traducido al castellano escrito conjuntamente con la terapeuta Anna Mascellani y que tiene como título "Historias de la adolescencia" de la editorial Gedisa.
Toda una joya en la que me sumergido que aborda un tema poco frecuente en la bibliografía existente como es el trabajo con adolescentes desde una perspectiva sistémico-relacional, y de la que en esta entrada quería compartir con vosotros la particular aportación de los autores quienes ofrecen algunos puntos clave para
comprender la adolescencia (y añado yo, sea quien sea el adolescente y tenga la familia que tenga):
- La
adolescencia no es una enfermedad. Parece que muchos padres tienen la
percepción de que la adolescencia de sus hijos es mucho más cercana a una
enfermedad que al placer de una nueva fase de crecimiento.
- El
adolescente no es un niño superdesarrollado. Si el niño no es un adulto en
miniatura, un adolescente no es un niño grande. Es un sujeto de competencias
aunque éstas sean a veces de ambivalencia.
- La
adolescencia no es la edad de la liberación: la necesidad de separación del
adolescente es tan fuerte como la exigencia de pertenecer. Un buen terapeuta
sabe comprender que siempre que el adolescente proclama a gritos su
independencia y asume posturas despectivas con respecto a la familia y a sus
reglas, afirmando que lo mejor es estar fuera, en realidad está afirmando lo
contrario: su miedo de crecer es mucho y su necesidad más fuerte es la de poder
sentir que debe reconstruir sus pertenencias (grupos en los que siente que
pertenece).
- El
adolescente lleva esculpida dentro de sí la historia familiar. Lo que el hijo conoce
en relación con el pasado y, por lo tanto, con el presente, acerca de su
familia no es tanto un conjunto de hechos o eventos, sino más bien el producto
relacional que los significados de tales eventos han inducido en su familia.
- El
adolescente es el brazo armado de los conflictos familiares. En las familias no
nos damos cuenta de que la guerra se da en el plano parental y que el problema del
adolescente es la pistola humeante, es decir, la evidencia de lo que sucede en
la generación anterior.
- Las
señales verbales del adolescente son contradictorias. Cuando el adolescente habla
es más importante escuchar aquello que subyace a lo que dice que el simple
contenido verbal (dada la ambivalencia comentada antes). Para él la regulación de
las distancias, la aceptación de sí mismo, y la coherencia son todavía
objetivos por alcanzar desde el momento en que tiene una identidad en
formación.
- Las
señales no verbales del adolescente son complejas y contradictorias. A menudo
el lenguaje corporal del adolescente subraya aquellas actitudes provocativas
que tienen que ver con lo que él querría
ser, más que con modalidades relacionales y posturas que podrían revelar
sus necesidades reales de afecto y de cercanía.
- El
grupo de los coetáneos es un laboratorio de conocimiento y de experimentaciones
fundamental para el adolescente. La frecuentación del grupo de pares es
fundamental en la adolescencia porque constituye el otro polo de la realidad,
tan necesario para crecer como el polo familiar.
En próximas entradas seguiré compartiendo estas interesante aportaciones de Maurizio Andolfi. Mientras tanto, a intentar ser alpacas peludas que podamos acercarnos a los y las adolescentes.
Muchas gracias por recoger este cuento que de manera tan breve explica tantas situaciones y casos de niños/adolescentes que son rechazados.
ResponderEliminarLo utilizaré con varios casos, que al igual que tu comentas, en la terapia se muestran receptivos y dialogantes, siendo lo contrario en otros contextos como el residencial, social, escolar.
Anabella me alegra saber que te será de utilidad y que pueda ser usado en terapia. La adolescencia no es sólo un sunami de emociones negativas y conflictos, sino también una maravillosa etapa de crecimiento en la que hay que saber estar cerca para darles afecto en la forma en que lo necesitan.
EliminarUn abrazo
Saludos Cordiales, bueno, me habían mencionado este blog y por supuesto quise pasar por aquí y agradecer mucho la interesante y, porque no decirlo, emocionante aplicación de este pequeño cuento, sobre todo porque soy padre de una chica adolescente y su mundo. Soy Ivan Valdivia, el creador del cuento "el desconsuelo del cactus" que has empleado con tan maravillosa contextualización. Hasta la próxima.
ResponderEliminarIván que ¡¡honor contar con el autor del cuento en esta entrada!!! Ante todo felicitarte por mostrar un mensaje tan hermoso y cierto en tan pocas líneas como hiciste en el cuento "el desconsuelo del cactus". Cuando lo leí me encantó y pensé que no podía quedármelo yo sola, sino que estaba hecho para ser compartido.
EliminarGracias por tus palabras sobre la entrada, me alegra pensar que este bonito cuento y su autor formen parte de este blog.
Espero que con "hasta la próxima" quiera decir que escribirás más cuentos y podremos compartirlos. Y si no es así, puedes pasar por aquí siempre que lo desees.
Un abrazo