Después de un tiempo en el que no
me ha sido posible dedicarme a mi blog, retomo con ilusión y ganas la tarea de
escribir, y esta vez para hablar de los hijos bambú.
Te preguntarás ¿Qué es eso de los
hijos bambú?. Piensa un poco antes de seguir. ¿Qué sabes de esa planta? ¿Será que por
su dureza me refiero a niños y niñas poco empáticos? ¿Quizás que son
inaccesibles por su dificultad para llegar a lo alto de su caña?
Voy a hablaros de un niño bambú:
José es un adolescente de 14 años con pinta de chico malo por su apariencia
exterior. No va al instituto muchos días, no recoge su cuarto y a regañadientes
ayuda algo en casa no sin antes hacer enfadar a sus padres. No parece tener
ilusión por nada que no sea salir con sus amigos y fumar de vez en cuando algún
porro. Contesta, se rebela a las normas de casa, a veces golpea la puerta e
insulta a su padre. ¿Hijo tirano, te
preguntarás?
No, no es un hijo tirano, sino un
hijo de la violencia. O mejor dicho, un chico que lleva años soportando la tiranía
(esa sí) de su padre. Años viendo y recibiendo golpes físicos y emocionales. Al
principio, de más pequeño, no podía hacer nada, se sentía impotente. Cuando
creció descubrió que podía medirse con su padre, pero no sólo para defenderse él
sino también para proteger a su madre. Daría su vida para que ella fuera feliz,
para que sonriera a toda hora, para que pudiera comer cada día tranquila sin
pensar de forma agitada cual será la discusión siguiente. Adora a su madre pero
al mismo tiempo se encuentra enfadado con ella porque no hace nada para parar
al monstruo.
El bambú japonés, dice un cuento
zen, durante los primeros siete años parece no desarrollarse, como si la
semilla plantada no diera sus frutos. Sin embargo, el séptimo año, en solo seis
semanas crece ¡hasta 30 metros!. ¿Qué hizo crecer la semilla de nuestro chico
bambú? ¿El odio a su padre o el amor a su madre? ¿Fue un crecimiento hacia
fuera anteriormente contenido y ahora guiado por el rencor o creció internamente
hasta ser lo suficientemente fuerte por dentro para sostener su historia?
Quizás lo más fácil es decir que la
rabia le hace ser ahora violento y agresivo, que por modelado imita a su padre.
Otros, los más ingenuos pueden pensar que es un adolescente poco considerado
con su progenitor que se desvive por traer el dinero para comer cada día. Que
su actitud pasiva ante la vida, su falta de responsabilidad, su desorden le
hagan ganar la etiqueta de adolescente conflictivo.
Si le conocieras bien no podrías
decir lo mismo. José es un chico sensible al que la vida, su vida, le endureció
hasta crear una capa exterior que le hace menos vulnerable. Siete años sufriendo
y padeciendo la violencia pueden hacer que se acumule mucha rabia, pero verle
rodar lágrimas por sus mejillas mientras reconoce que pierde el control cuando
su padre le pega o le amenaza, que se defiende como puede porque no va a
permitir que toque una sola vez más a su madre, a la que cuando se levanta cada
día le da un beso de buenos días, que la mira con admiración y afecto cada vez
que habla…¿responde a la descripción de un hijo tirano tal como su padre y
otras muchas personas le ven?
El bambú japonés durante los
siete años que tarda en dejarse ver desarrolla un complejo sistema de raíces,
fruto del goteo continuado del agua que su cuidador/a le proporciona. Esta madre,
afectiva y atenta, con una capacidad parental mínima y una incapacidad de
defensa máxima, ha ido regando día a día la personalidad de José, dotándole de
un afecto y un reconocimiento que en no pocas le resultó caro ante la violencia
y falta de empatía del monstruo. Su confianza en José, su apoyo incondicional,
su aceptación como persona aunque no acepte muchas de sus conductas, han creado
esa red de raíces internas que ayudan al chico a erguirse fuerte para defender
y defenderse, para proteger y protegerse.
A veces al pensar en él alguna vez he pensado en
la historia de Tim Guénard quien creció durante años obsesionado con la idea de
matar a su padre por los malos tratos recibidos. Pero en el caso de José no fue
igual, hubo un adulto, su madre, con quien logró vincularse y generar un apego
seguro. Ella le defendía siempre (incluso cuando en ocasiones no tenía la
razón), se ponía entremedias, les separaba en los conflictos. La mirada de
aprecio no se nublaba ni en los peores momentos en los que el chico se
descontrolaba. Su sensibilidad, su permanencia, su disponibilidad son los lazos
entretejidos de las raíces de José.
Le faltó siempre valentía para dejar atrás
al violento y sus agresiones, ahora ya más maquilladas por la intervención del
chico en escena. Ni siquiera en la última crisis familiar en la que se
destaparon mucho más de cara al exterior los problemas conyugales, la disfuncionalidad en la pareja (¿se
puede ser violento y funcional?) e incluso la intervención policial, hicieron que
la mujer se armara de valentía. Confía en que su hijo bambú logrará un camino distinto,
saldrá de esta violencia porque tiene dones muy preciados como la afectividad,
el sentido del humor, su fortaleza. Ella no tuvo la fortuna de ser una hija bambú, la educaron para servir, para no protestar, en un ambiente de conflicto y negligencia. Pero en algún momento de su vida logró plantar la semilla de bambú y cambiar su historia por otra más esperanzadora. La esperanza me hace a mí pensar que podrá convertirse algún día en alguna de esas plantas que el viento arranca del desierto y pueda rodar a otro lugar mejor.
Algunos niños y niñas víctimas y testigos de la
violencia son niños bambú, no todos. Los golpes fragmentan su capacidad resiliente, en ocasiones partiendo su tallo justo cuando
comienzan a crecer deteniendo así su desarrollo, y en el peor de los casos, impidiendo que crezcan fuertes
raíces sobre las que sostenerse mientras se apoyan en tutores de
resiliencia. No todos tienen la fortaleza necesaria para pedir ayuda ni adultos que les protejan. Necesitamos jardineros sociales encargados de brindar afecto, apoyo y seguridad. Es cosa de tod@s.
Conchi:
ResponderEliminarLo que más me conmueve del caso de José es la paradoja de que el vínculo con su madre que es, en cierto modo, el que le sirve de salvación es al mismo tiempo el mismo conducto por el que le entra el veneno de la relación con su padre. O de otro modo: el puente afectivo con su madre es el que le permite acceder a ella pero también recibir las bofetadas de ver que su madre tiene otro vínculo (con su marido) por donde entra la violencia y el desprecio. Le decía a Iñigo, a raíz de mi último post, que tengo muchas ganas de abordar el tema de los vínculos no sólo como puentes sino como trampas o, como diría mi ahora idolatrado Gergen, como barricadas. En todo caso la posición de Gergen, si pudiéramos comentarle este caso sería que los intentos de sincronía de José con su madre son bombardeados diariamente por los intentos de sincronía de su madre con su marido. No estoy haciendo una lectura culpabilizadora (esa mujer se tendría que separar) Las cosas no son tan simples. Simplemente quiero señalar que el caso que planteas me parece muy sugerente de esa idea de que los vínculos que me unen a una persona son también los vínculos que me unen a sus miserias y a sus desgracias. Gracias por este post (y por todos)
Javier que bien te explicas!, Tienes la habilidad/capacidad de interpretar los textos de una manera increíble. Muchas gracias!
ResponderEliminarMe encanta la lectura del caso que haces porque sin ser la idea central de lo que yo quería compartir con el post, centraliza el sentido de la historia. Cuando he releído lo que has escrito me recuerda a los puentes de madera esos que salen en las películas en los que los protagonistas pasan mil visicitudes (resbalan, se rompen tramos del suelo,etc.). Quizás esas sean las trampas cotidianas cuando el chico confronta sus afectos con los de sus padres, incompatibles por supuesto. Y por cierto, los puentes estos de que hablo están hechos con bambú muchas veces ya que este material tiene una capacidad de resistencia increíble....Sigue pensando el tema y lo compartes.
Un abrazo!