Después
de un par de entradas en las que me desvié del tema (esas cosas pasan siempre
en la vida, que planificas pero las circunstancias, llámense aquí "prioridades
blogueras de expresión", te cambian los planes), retomo el tema sobre el divorcio
y sus posibles efectos en los niños y niñas.
Había
pensado hacerlo de otro modo, e incluso he empezado un par de veces a escribir
esta entrada con otro formato, intentando hacer una especie de “carta de un
niño a sus padres separados”, o con un decálogo para padres y madres que empezaba
“Tú me enseñaste que…”. Pero…finalmente me he decantado por ser práctica y
aprovechar algo que seguramente yo no podría hacer mejor. Rentabilidad de
recursos. O quizás inseguridad a la hora de elegir, la misma inseguridad
supongo que tienen los niños y niñas de padres separados, que pasan horas y
horas eligiendo mentalmente cuál de los dos, papá o mamá, le quieren más. O qué
juguete se va a llevar el próximo fin de semana cuando sea la visita. O si le
dice o no a papá lo que mamá decía de él (o viceversa) y que seguro que no le
iba a hacer gracia. O si….
En fin, que mejor cojo lo que ya está bien y lo
comparto (ojalá los niños y niñas lo tuvieran tan fácil como yo y pudieran
tirar por la calle del medio en lugar de estar en medio de la calle de la vida
cargado de inseguridades, temores y dudas en eso que llaman separación o divorcio).
Comparto
con vosotros una publicación del Departamento de Servicios Sociales y Familia
de la Dirección General de Familia del Gobierno de Aragón que es algo así como
el manual que todo padre o madre debiera leer antes de hacer efectiva la
decisión de separarse, ya que de esta manera se evitaría mucho sufrimiento
infantil.
En esta Guía que tiene por nombre “Nos hemos separado… ¿y nuestroshij@s?. Guía de actuación para progenitores", escrita por Lidia Rodríguez
Benito, Sofía Espada Giner y Laura Calvo Estaún, se abordan muchos temas
interesantes como las reacciones de los propios padres y madres ante el divorcio
o separación, cómo informar a los hijos de la misma, las relaciones del niño
con la familia extensa o en el colegio después de que ocurra, etc. Por su interés, he querido extraer literalmente (bueno he omitido algún párrafo porque se hacía muy largo y la negrita la he puesto yo) el apartado que aborda de manera evolutiva el cómo afecta a los niños y niñas la situación:
MENORES DE
3 AÑOS.
Los bebés no
sienten su propia angustia, sino la del progenitor con quien viven y con quien
permanecen más tiempo o es su cuidador principal; si este progenitor está tenso
y distraído no podrá proporcionarle la cantidad de atención y estímulo
necesarios para su desarrollo cognitivo y emotivo.
No podemos
olvidar que de la consistencia y calidad de su primer apego dependerá su
sentimiento de seguridad. La ruptura de pareja plantea en esta etapa dos serios
problemas. Uno de ellos ocurre cuando el cuidador principal, que suele ser la
madre, siente pánico ante la idea de que le arrebaten a su hijo y se aferra a
él respondiendo de manera excesiva, a veces de manera enfermiza. El segundo
riesgo ocurre cuando además de formarse un apego con la persona que le cuida,
le encanta también ver al otro y jugar con él y oír su voz, que le lance al
aire, le tenga en brazos, que le cuente un cuento cuando se va a dormir y de
repente éste se va de su lado y siente su pérdida sin comprenderla.
DE LOS 3 A
LOS 5 AÑOS.
Con frecuencia
los niños pequeños tienen más dificultades para expresar emociones o
pensamientos, y suelen reaccionar ante la situación de ruptura de la relación
de sus padres con respuestas psicosomáticas, sobre todo en ocasiones
determinadas, como cuando acude con el progenitor con el que no convive
habitualmente. ¿Qué quiere decir esto?: que puede vomitar, tener dolores de
barriga, de cabeza, fiebre o dolores en las rodillas, etc. Es una forma de que
su cuerpo exprese lo que les ocurre cuando no pueden hacerlo con las palabras.
Este tipo de
comunicación no verbal, las reacciones psicosomáticas, no siempre es una señal
de preocupación, sino un lenguaje que debe descifrarse y que aporta
información, pero a veces no se interpreta de manera correcta y la madre o el
padre pueden creer que el niño se pone enfermo cuando acude a casa del otro
debido a que no le cuida convenientemente, o que simplemente rechaza el
encuentro con él. Esta forma de reaccionar no siempre es atribuible a las personas
en concreto, sino a la peculiaridad de la situación. A continuación se
describen las reacciones más frecuentes de los niños de esta etapa ante la
separación de sus padres:
• Confusión,
ansiedad y miedo: están muy desconcertados e inseguros frente a los cambios en su
vida familiar, porque con frecuencia los propios padres no saben muy bien cómo
explicar a niños de esta edad lo que está pasando. Además a estas edades tienen
dificultades en diferenciar la fantasía de la realidad y esto les hace
especialmente vulnerables. Las rabietas, tozudeces y trastornos del sueño son
alteraciones propias de estos niños; se niegan a ir a la guardería y se
resisten a dejar la casa, a esto le denominamos “ansiedad de separación”, llegando
hasta el pánico por no querer desprenderse de los seres queridos.
• Fuertes
fantasías de reconciliación, se aferran a la esperanza de que sus padres volverán otra vez a
estar juntos e inventan fantasías que los consuelen. Son producto de su
limitada capacidad para entender los confusos acontecimientos que le están
sucediendo y de su temor ante la observación de las riñas familiares, si a esto
le añadimos que los adultos no les explican nada de lo que pasa, es normal que
no acierte a comprender el presente y mucho menos el futuro.
• Aumento de la
agresividad: muchas veces el enojo infantil proviene de sentimientos de pérdida
y rechazo. La sensación de pérdida del padre o de la madre cuando, a menudo
inexplicablemente desaparece de su vida, puede hacerle reaccionar con
agresividad hacia los hermanos, los padres y los compañeros de escuela. Es
posible, incluso, que el otro progenitor esté tan preocupado por su situación
personal que ofrezca menos atención al niño, aumentando así su sensación de
pérdida y rechazo.
• Sentimientos de
culpa: muchas veces los niños imaginan que son culpables de que sus
padres no sigan
DE LOS 5 A
LOS 7 AÑOS.
A estas edades
los niños son más conscientes de los motivos y razones que tienen sus
progenitores para separarse, pero quizá lo más característico en esta etapa es
el riesgo de presentar conflictos de lealtades reaccionando defensivamente, pudiendo
negarse a mantener la relación con uno de ellos. A veces, son estos niños los
que mantienen más fantasías de reconciliación.
• Tristeza y
sufrimientos profundos: Suelen estar relacionados con el nivel de confusión en la casa;
muchos niños están intensamente tristes incluso cuando su padre o su madre no
lo están juntos, suponiendo, por ejemplo, que han sido abandonados a causa de
su propia desobediencia.
• Regresión: en algunos casos
demuestran su ansiedad e inseguridad mediante retrocesos en el aprendizaje de conductas
que ya tenían adquiridas, como el control de sus esfínteres, volviendo a mojar
la cama, o mostrando conductas excesivamente dependientes.
• Incremento de
los miedos o aparición de problemas alimentarios. Los padres,
sometidos ya a una gran tensión, pueden encontrar estos comportamientos muy difíciles
de entender y tolerar.
• Añoranza del
progenitor ausente: similar al duelo por la muerte, pero con mayores sentimientos de
rechazo. Este estado de tristeza es consecuencia de la elaboración de un
“proceso de duelo” y precisan de un tiempo para resolver adecuadamente la etapa
de “luto emocional”.
• Sentimientos de
abandono y miedo: a menudo existe el temor de ser olvidados y de perder también al
otro progenitor.
• Enojo: con frecuencia
dirigen su rabia contra aquel a quién creen responsable de la ruptura y
normalmente a aquel con quién residen, creyendo que ha echado al otro fuera de
casa.
• Conflictos de
lealtad: se encuentran en medio de dos personas que son las que más quieren
y que hasta ahora les han ofrecido seguridad y estabilidad, pero no saben cómo
ser fieles a ambos. Muchos niños se hallan bajo una fuerte presión por parte
del padre o madre con quien habitualmente viven, con el objetivo de que dejen y
olviden al otro, sin embargo y a pesar de todo siguen leales a los dos, a
menudo a costa de un gasto emocional inmenso.
• Preocupación por
la incapacidad de los padres: cuanto más conscientes son de los problemas
de los adultos para enfrentarse a la separación, más aumenta el temor de que el
progenitor en el que confiaban no sea ya capaz de cuidar de ellos,
especialmente ante la desorganización familiar.
• Fantasías de
reconciliación. Son continuas a estas edades, creen firmemente que su padre y su
madre volverán a unirse, algunos niños lo creen con tenacidad, y muchos progenitores
se muestran preocupados por ello.
DE LOS 8 A LOS 12 AÑOS.
Este es un
periodo de rápido crecimiento y los niños a esta edad adquieren nuevas
capacidades para comprender la realidad. En esta etapa son más conscientes de
las causas y consecuencias de la separación de sus progenitores, pero también
es más probable que tomen partido en los conflictos parentales porque tienen un
sentido más estricto del bien y del mal, mostrándose enfadados con su padre o
con su madre si no actúa como consideran que debe hacerlo. En este sentido
pueden tratar de culpabilizar a uno de sus progenitores, considerando al otro
como inocente o víctima.
• Suele aflorar el
sentimiento de enfado, ira extrema, rabietas de mal genio, conducta exigente.
• Sentimientos
profundos de pérdida, rechazo, impotencia y soledad.
• Sentimientos de
vergüenza, indignación moral y resentimiento frente al comportamiento de sus
progenitores.
• Miedos, fobias y
rechazo.
• Aumento de
dolencias psicosomáticas: dolores de cabeza, de estómago, trastornos del sueño. Síntomas que
expresan un alto nivel de ansiedad.
• Emisión de
juicios. Identifican un progenitor como el bueno y al otro como el malo,
rechazando a éste último.
• Alianza con un
progenitor, no necesariamente con quien se sienten más unidos. Se suelen
constituir fuertes alianzas con el que no conviven.
• Pérdida de la
autoestima. Puede tener dificultad de concentrarse en la escuela y obtener un
bajo rendimiento.
• Mala conducta de
algunos niños, sobre todo varones, y pueden mostrar comportamientos delictivos.
DE LOS 13 A
LOS 18 AÑOS.
En esta etapa es
destacable un sentimiento de pérdida que se manifiesta como rebeldía,
dificultad de concentrarse, fatiga crónica, pesadillas, etc. Son reacciones y
sentimientos habituales en los adolescentes, no sólo en aquellos que sus padres
se han separado, y que significa la pérdida de la infancia y de la seguridad
que ello suponía. A estos sentimientos de pérdida, propia de la etapa de la
adolescencia, hay que añadir el de la ruptura de la relación de sus padres. Por
tanto, nos encontramos en este periodo con las siguientes reacciones
emocionales y conductuales más significativas:
• Pérdida de la
infancia: los hijos mayores pueden adquirir nuevas responsabilidades frente
a sus hermanos menores o frente a las pretensiones de un progenitor emocionalmente
dependiente.
• Presión para
tomar decisiones: algunos padres esperan que los hijos tomen sus propias decisiones
sobre las visitas al otro progenitor o sobre la elección del progenitor con el
que quieren vivir. Otras veces se comportan de manera “adulta” y responsable y
“entienden” la separación, no tomando partido por ninguno de los dos.
• Conflicto entre los deseos
de ver al progenitor con el que no conviven y de continuar realizando
actividades con sus amigos y compañeros. En ocasiones se enfadan o se encierran
en sí mismos y reaccionan descargando emocionalmente (discusiones) su
contrariedad ante la separación de sus progenitores.
• Preocupación por
el dinero: resentimiento por recibir menos que sus amigos, presiones sobre
los padres para que compensen la situación que están viviendo con una mayor
generosidad material.
• Mayor conciencia
y turbación frente a la conducta sexual de sus padres y a la vinculación de
éstos con nuevos compañeros.
• Celos de la
nueva pareja de un progenitor.
• Miedo de
establecer relaciones sentimentales a largo plazo y de confiar en las personas.
• Depresión: introversión,
negativa a comunicarse.
• Delincuencia: hurto, robo,
consumo de drogas.
En fin, conocer todas estas cosas es cierto que no puede evitar que se den en algunas ocasiones, pero si sabemos lo que puede ser esperable por ser una reacción que se da de manera frecuente según los estudios realizados, al menos podremos COMPRENDERLES, y la comprensión es el primer paso para la solución de un problema. Que aquello del interés supremo del menor vaya acompañado de la comprensión suprema y la competencia parental y marental supremas...
Espero que os sea de interés la guía para leerla y compartirla con tod@s aquell@s que consideréis. Yo ya lo he hecho.
Feliz semana.
Me parece Conchi que no tardaremos en tener que hacer una "Guía para niños que viven con su padre y su madre" porque , aunque no sé como están las estadísticas, es más fáci que el que se sienta "bicho raro" ses este.
ResponderEliminarNos hemos acostumbrado pero a mi no me cabe duda que la separación o divorcio no es plato de agrado para ningún niño o niña. Es como hacerle comer a un nano o nana de 6 años un plato de espinacas o de brocoli. Le podemos poner muchas cosas alrededor (patatas fritas, ketchup...) para hacerselo más atractivo pero no deja de ser brocoli o espinacas.
Gracias por este post que nos recuerda que todo "No es lo mismo"
Es comprensible, no conozco ni un solo niño o niña que acepte de verdad la separación de sus padres. Otra cosa es el discurso racional (que es mejor para todos,que van a estar mejor...). El lenguaje del corazón no entiende de divorcios ni esas cosas. Por eso es tan importante que los padres minimicen su dolor con una actitud anti-conflicto ni cuestionadora del otro progenitor....ya tienen bastante brócoli como para que le pongan dos platos!!!!
EliminarUn abrazo