"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"
"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

lunes, 22 de diciembre de 2014

Las huellas doradas

Se acerca la Navidad y al igual que el año pasado quisiera felicitaros estas Fiestas con un cuento. En esta ocasión me gustaría compartir con vosotr@s el cuento de Jorge Bucay "Las huellas doradas". No es un cuento de Navidad pero sí un cuento para reflexionar. Es ahora cuando hacemos balance del año, cuando de manera introspectiva echamos la vista atrás. 

Solo que ahora te pido no que mires hacia atrás, sino hacia arriba, al firmamento, para ver la cantidad de estrellas que iluminan nuestro camino, nuestra noche. Esas luces aportan belleza, alegría, similar a la que sienten de manera ingenua y dulce los niños y niñas ante el árbol navideño decorado. La Navidad es tiempo de paz, de ilusión, de esperanza, de reflexión... Te acompaño con el cuento:

LAS HUELLAS DORADAS

"Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo. De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino. Casi todo el tiempo se sentía en paz y feliz, ensombrecía su ánimo, algunas veces, esa sensación de estar demasiado en función de sí mismo.


Él había aprendido a hacerse cargo de sí y se amaba suficientemente como para intentar procurarse las mejores cosas. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no dañar a los demás, especialmente a aquellos de sus afectos. Quizás por eso le dolían tanto los señalamientos injustos, la envidia de los otros o las acusaciones de egoísta que recogía demasiado frecuentemente de boca de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer?

¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual?

¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores?

¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?

Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.

Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para aunque sea en ausencia ser en los demás un buen recuerdo.

En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solidaria.

Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro

Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte.

Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez.

Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.

- Por una moneda te alquilo el catalejo.

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora se lo ofrecía con una mano, mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo, que desplegó el catalejo y se lo dio. Después de mirar durante un rato consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos de la lente, parpadeó varias veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.

- ¡Qué raro! – exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.

- ¿Qué es lo raro? – preguntó el viejo.

- El punto brillante – contestó -. Ahí, en el patio de la escuela. Es demasiado temprano para armar el árbol de Navidad.


Martín tendió el telescopio al viejo para que viera lo que él veía.

- Son huellas – dijo el anciano.

- ¿Qué huellas? – preguntó Martín.

- Tuyas – dijo el anciano-. ¿Te acuerdas de aquel día…? Debías de tener siete años. Tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en el patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clase. ¿Recuerdas? Él había perdido el dinero y lloraba a mares.

Martín buscó infructuosamente en su memoria. El viejo, después de una pausa, siguió.

- ¿Te acuerdas de lo que hiciste? Tú tenías un lápiz nuevo que ibas a estrenar aquel día. Pero te acercaste al portón de entrada y, cerrando la puerta sobre el trozo de madera, cortaste el lápiz en dos partes iguales. Luego le sacaste punta a la mitad cortada y le diste el medio lápiz nuevo a Javier.


- No me acordaba – dijo Martín-. Pero eso, ¿qué tiene que ver con el punto brillante?

- Javier nunca olvidó aquel gesto, y ese recuerdo se volvió importante en su vida.

- ¿Y?

- Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros – explicó el viejo. Las acciones que contribuyen a la felicidad de los demás quedan marcadas como huellas doradas…


Martín volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la acera, a la salida del colegio.


- Ese fue el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo morado y un bolsillo de guardapolvo arrancado.


- Ese que está ahí, en el centro – siguió el viejo – es el trabajo que le conseguiste a don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica… Y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que reuniste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez. Las huellas que salen a la izquierda son de cuando interrumpiste tu viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y querías estar con él.


Martín apartó la vista del telescopio y, sin necesidad de él, empezó a ver como aparecían miles de puntos dorados desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas."

Cuando mires hacia el cielo esta Navidad recuerda que muchas de las luces que iluminan el firmamento son tus huellas doradas, que recuerdan las miradas de aprecio y los gestos de afecto que tuviste para con otros. A menudo nos olvidamos de lo importante de los encuentros interpersonales, de lo que damos y recibimos de manera casi imperceptible. Del amor, la amistad, la solidaridad, la ayuda, el respeto, la comprensión y un montón de invisibles regalos que espero lleguen a tu puerta y te acompañen en el camino el próximo año y todos los demás.

¡¡Feliz Navidad !!


2 comentarios:

  1. Feliz Navidad Conchi y un abrazo muy fuerte.
    Mercedes Moya

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Igualmente Mercedes!!! Te deseo unas Felices Fiestas y que el Nuevo Año sea Próspero y lleno de Paz y Amor. Un abrazo

      Eliminar

Contacta conmigo

resilienciainfantil@gmail.com