"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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lunes, 29 de abril de 2013

Como una lenteja entre granos de arroz


La forma en cómo se expresan los niños acerca de sus propias experiencias son muchas veces fuente de sabiduría que puede darnos a los adultos lecciones de vida. En forma de metáfora pueden narrar su historia o episodios de la misma de forma más accesible, menos comprometida, al poder distanciarse de la responsabilidad/dificultad de asumir sus propias emociones pero con la distancia justa como para identificrrse con el protagonista.


María es una niña adoptada de 12 años. Su historia, como la de otros niños y niñas como ella, tiene una primera parte marcada por el abandono y la institucionalización en un orfanato durante los primeros años hasta que unos ángeles protectores la rescataron cuando tenía 5 años. El prólogo de su vida, esa primera parte de su historia que explicaría en gran medida cómo va a transcurrir la existencia de la protagonista, qué tipo de relaciones van a narrarse en la obra, qué situaciones extremas va a vivir, está escrito desde el mismo momento en que comienza a escribirse su historia.
 
Pero la tinta utilizada no es indeleble, puede borrarse para poder reescribir capítulos más bonitos, para cambiar el curso del argumento que parecía abocado a un final desgraciado, incluso para escribir finalmente un epílogo que permita a María, y a otros niños como ella, hacer un resumen positivo sobre el giro de su vida y dedicar tiempo a los agradecimientos de los que pudieron ser tutores de resiliencia así como elogiar su propia valentía y capacidades.

Acerca de cómo se sintió María cuando llegó a nuestro país, me regaló una metáfora maravillosa que quiero compartir con vosotros. Explicaba que su llegada a nuestro país fue bastante dura para ella, y que se sentía como una lenteja entre granos de arroz.
Eso era así no sólo por el color de su piel, que era diferente y más oscura que la de sus compañeros de colegio al proceder de una zona del mundo en la que todos tienen una pigmentación mucho más intensa.


Tampoco era únicamente porque no entendía nada del idioma de los que querían acercarse a ella para hablar o jugar y de los cuales pensaba que les pasaba algo raro en la boca ya que no conseguía descifrar lo que le decían.
 
Unido a todo lo anterior, se sentía una lenteja entre tanto granos blancos y estirados de arroz por  el hierro, típico de esta legumbre y que le daba energía para sentirse más fuerte. Lo que pasaba era que ese hierro se traducía en constantes agresiones y peleas en el colegio y fuera de él. Era como sentirse fuerte, invulnerable ante los otros, dura e impenetrable como un escudo con sus actos. Continuaba diciendo en su discurso “cuando yo empecé a ser buena persona al darme cuenta que no podía pegar” … Esta parte de la narrativa comenzaba a adquirir un cariz diferente en el que me sentí en la responsabilidad de parar su narrativa y explicarle a María que ella siempre había sido una niña buena, pero que su MIEDO le llevaba a tener conductas inadecuadas como pegar.


Siegel explica de una manera sencilla al tiempo que rigurosa cómo entender la conducta de María y la de otros niños. Señala que la mayoría de nosotros no toma en consideración que nuestro cerebro tiene muchas partes distintas, cada una con diferentes cometidos. El lado izquierdo nos ayuda a pensar de una manera lógica y a organizar los pensamientos para construir frases, pone orden, utiliza la lógica, da  sentido a los sentimientos y recuerdos. Por su parte, el lado derecho nos ayuda a experimentar las emociones y a interpretar las señales no verbales, contribuye mediante las sensaciones corporales, las emociones no procesadas y los recuerdos personales para tener una impresión general.

Tenemos así mismo un cerebro “reptil que nos permite actuar intuitivamente y tomar decisiones relacionadas con la supervivencia en milésimas de segundo, y un cerebro “de mamífero” que nos orienta hacia la conexión y las relaciones. Es como si nuestro cerebro tuviera múltiples personalidades, unas racionales y otras irracionales; unas reflexivas y otras reactivas. A través de la INTEGRACIÓN se coordina y equilibra las distintas regiones del cerebro manteniéndolas unidas.




Cuando los niños no están integrados se encuentran superados por las emociones, están confusos y actúan de forma caótica. No son capaces de responder de una manera serena y competente a las situaciones a las que se enfrentan. Las pataletas, las crisis, la agresividad, son el resultado de una pérdida de integración. De ahí que María tuviera esas reacciones tan desproporcionadas cuando sus compañeros le hablaban e incluso antes de ello, ya que el miedo le inundaba a nivel emocional haciendo que sus respuestas correspondieran a reacciones ante una percepción de amenaza del medio.

Si las rabietas, agresiones y falta de control ocurre en todos los niños, incluso en aquellos que han vivido experiencias de buenos tratos al no haber desarrollado suficientemente la capacidad de integración de su cerebro, en el caso de los niños víctimas de maltrato esto se da en mayor medida. ¿Por qué?.
 La experiencia moldea nuestro cerebro. Cuando vivimos una experiencia se va cambiando la estructura física del mismo, reconfigurándolo. La integración consiste en ese proceso de configuración y reconfiguración, al facilitar por parte del adulto experiencias para crear conexiones entre las distintas partes del cerebro. Un cerebro integrado da lugar a una mejor toma de decisiones, un mayor control del cuerpo y las emociones, una mejor comprensión de sí mismo, unas mejores relaciones y un buen rendimiento escolar. En el caso de niños que no han recibido la estimulación y el afecto necesario para la maduración y organización cerebral, la integración no puede tener lugar de manera satisfactoria.

Habla también Siegel de otra forma de comprender el cerebro. Si antes hablaba del mismo centrando la atención en el cerebro izquierdo y derecho, otra forma de verlo se refiere viéndolo de arriba abajo o en realidad de abajo arriba. Imagina que el cerebro es como una casa, con una planta inferior y otra superior. La planta baja, el cerebro inferior, incluye el tronco cerebral y el sistema límbico, siendo los que se ocupan de funciones básicas (la respiración y el parpadeo), de reacciones innatas e impulsos (como la lucha y la huida) y de las emociones fuertes (como la ira y el miedo). El cerebro superior es muy distinto. Se compone de la corteza cerebral y sus distintas partes incluida la conocida por corteza prefrontal media. Esta parte del cerebro está más evolucionada y allí tienen lugar procesos complejos como el pensamiento, la imaginación y la planificación. Es el responsable de que los niños puedan:

-        Tomar decisiones y planificar con sensatez

-        Controlar las emociones y el cuerpo

-        Entenderse a sí mismo

-        Sentir empatía

-        Tener sentido de la ética




Cuando el cerebro superior funciona bien, el niño puede regular sus emociones, plantearse las consecuencias, pensar antes de actuar y tener en cuenta los sentimientos de los otros, lo cual le ayudará a afrontar de manera adecuada las dificultades cotidianas. El cerebro funciona mejor cuando la parte inferior y superior están integradas. Pero así como el cerebro inferior está plenamente desarrollado ya al nacer, el superior no alcanza la madurez completa hasta después de muchos años, se construye en los primeros años de vida y luego va remodelándose a lo largo de la vida. Todas las funciones que se han señalado anteriormente no están desarrolladas en los niños y su grado de madurez va a depender de los cuidados y atenciones que recibe en base a la respuesta sensible, sincronizada, calmada y afectiva del adulto.

Volviendo a María, la amígdala, una parte del cerebro que tiene el tamaño y la forma de una almendra y que forma parte del sistema límbico, hacía que procesara y expresara rápidamente las emociones, sobre todo la ira y el miedo. En los momentos en que ella intuía peligro (prácticamente ante cualquier acercamiento o cuestionamiento de sus actos), la amígdala asumía por completo el control, actuando antes de pensar.
De ahí la importancia de explicarle que ella no era una niña mala, sino una niña con miedo que se defendía. El modo en como los niños se refieren a sí mismos, la representación que hacen de ellos mismos en su relación con los otros es algo que los adultos no pueden pasar por alto, pues no sólo va a condicionar su conducta posterior en base a lo que creen que se espera de ellos, sino que su autoconcepto se verá afectado de forma negativa.

Se me ocurre que quizás podríamos cambiar la pregunta que nos hacemos ante el comportamiento desproporcionado e inadecuado de los niños. En lugar de preguntarnos ¿Por qué?, cuya respuesta va acompañada casi siempre de adjetivos calificativos del tipo “porque es malo/a”, “porque es un maleducado/a”, “porque es un desastre”, “porque es rencoroso/a”…. podríamos plantearnos la pregunta ¿PARA QUÉ?,  ya que su respuesta conlleva explicaciones más positivas como “para defenderse cuando tiene miedo”, “para llamar la atención cuando se siente solo/a”, “para sentirse escuchado/a”.

La metáfora de María concluía, no obstante, de una manera preciosa. Explicaba que el hierro y la fortaleza de la lenteja finalmente consiguió hacer que se encontrase mejor con sus compañeros. Seguía siendo una lenteja pero logró que de ella surgiera un tallo verde que germinó. Una bonita manera de transformación. Seguía siendo lenteja pero no hacía falta ya que el hierro actuara salvo para garantizar su crecimiento.

Se puede ser una espectacular lenteja entre un montón de granos de arroz. La cuestión está en que los adultos que se encuentran en el entorno de esa lenteja la miren no como el elemento disonante del contexto, sino como una parte más del mismo con necesidades posiblemente distintas pero con posibilidades de integrarse con los blancos granos de arroz.
 

lunes, 22 de abril de 2013

¿Vínculo o apego?

Mientras trabajaba en una sesión con el papá de un niño, pongamos que se llama por ejemplo Sergio de 8 años, debatía con él cómo podía ser posible que, a pesar de que le repetía mil y una vez que no debía pegar, que tenía que mantener ciertos hábitos, etc., el chico no hacía caso, mientras que su otra hija, cuatro años mayor que él, era un encanto, obediente, cariñosa, educada. Claro está, la historia de Sergio no era la misma que la de su hermana.
Carla había nacido en un contexto en el que ni su mamá ni su papá pudieron o supieron hacerse cargo de ella y había permanecido en acogimiento familiar con sus abuelos maternos desde los tres meses aproximadamente hasta el día de hoy. Desde ese momento la pequeña recibió el afecto, atenciones y cuidados que le han permitido tener unas relaciones con su entorno positivas, seguras, confiables.

Sergio, por el contrario, nació de otra mamá diferente pero con importantes incompetencias parentales igualmente. En esta ocasión el bebé permaneció en un contexto familiar caótico, desorganizado, gobernado por la inconsistencia y la improvisación. Sergio estuvo un año aproximadamente en ese entorno hasta que intervinieron los servicios de protección, pasando entonces a una familia educadora durante ocho meses; posteriormente un acogimiento en familia extensa año y medio más, y…volvió con su progenitora porque “aparentemente” habían cambiado las condiciones y competencias para proveerle de cuidados.


En todo ese tiempo su papá y su mamá habían decidido separarse, por lo que volvió a un hogar en el que no había una figura parental estable (sí muchas de ida y vuelta) y en el que no encontró su lugar porque la llegada de un hermano, fruto de otra relación de su madre, acabó por destronarle de un reino que nunca fue seguro. Y así permanecíó con una mamá que difícilmente podía hacer bien sus funciones durante ¡cuatro años más!

Y ahora, después de que el padre recuperara no en sí una custodia, sino un hijo desconocido del que se había perdido todos los años maravillosos en los que se va dotando a los niños de las herramientas cognitivas, emocionales y conductuales para interactuar en el mundo, se preguntaba por qué tenía esos comportamientos agresivos, esas respuestas de desconfianza y mentiras, esas divergencias entre su conducta y la de su hermana…. El padre afirmaba que todos en su familia querían mucho a Sergio, que veía con frecuencia a sus tíos y abuelos, que él le decía que siempre había sido importante en su vida a pesar de no haberle tenido: no entendía el comportamiento del niño.
Lo que Sergio tiene en la actualidad son personas que le ofrecen una  vinculación afectiva en un entorno algo más estable y seguro que antes, cuando como cualquier niño, y en base a una necesidad propia de todos los seres humanos, fue elaborando un estilo de apego. Pero la ruptura relacional con las diferentes figuras de apego que han formado parte de su universo afectivo desde que nació, posiblemente experimentadas como vivencias de abandono todas ellas (unido a la negligencia y abandono reales) han dejado una huella difícil de borrar.


¿Es lo mismo vínculo afectivo que apego?

A lo largo de la vida se van formando vínculos afectivos importantes con distintas personas:

-apego entre una persona que recibe cuidados y su cuidador (de los hijos hacia los padres)

-amor romántico

-amistad

-vínculo fraternal entre hermanos o vínculo parento-filial de los padres hacia los hijos

-vínculo de los abuelos hacia los nietos y de los tíos hacia los sobrinos.

Luego el APEGO es un tipo de vínculo afectivo.

Todos los vínculos afectivos poseen unas características en común como señalaba ya Mary Ainswoth, psicóloga de referencia en el tema del apego:

·  Poseen una naturaleza esencialmente afectiva. En las relaciones implicadas aparecen las emociones y sentimientos (tristeza, alegría, celos, ira, seguridad, temor, ansiedad, etc) tanto en la etapa de formación como a lo largo de su mantenimiento o con motivo de una separación, ruptura o pérdida.

·  Son perdurables en el tiempo. Cualquier vínculo afectivo es persistente y no meramente pasajero. Si bien una relación de apego pasado un tiempo puede que concluya si no ha estado bien establecido, no es en  sí corta o transitoria. Un apego bien establecido persiste en el tiempo aun cuando ocurra un alejamiento geográfico, muerte,enfado, etc.

·  Son singulares, porque se dirigen hacia un núcleo reducido de personas, por el papel central que desempeñan las mismas y por el trato especial y la preferencia con que se las distingue.

·  Generan el deseo de búsqueda y mantenimiento de proximidad y contacto hacia las personas con las que se ha formado.

·  Producen ansiedad cuando ocurre una separación no deseada. La ansiedad de separación es una respuesta intrínseca a cualquier amenaza real o potencial de abandono, no sólo en la infancia, sino en cualquier etapa de la vida.

·  Los vínculos surgen de la interacción continuada y prolongada. No nacemos vinculados a nadie.

·  Los vínculos surgen entre dos personas. Aunque se hable en el lenguaje cotidiano de que uno puede vincularse o apegarse a un animal, a un objeto o a un lugar.

·  Su calidad depende de la calidad de la interacción.

 

Junto a los requisitos compartidos con los demás vínculos afectivos, un vínculo de apego debe cumplir adicionalmente un requisito más: la búsqueda de protección, cuidado, seguridad y bienestar dentro de la relación (Ainswoth, 1989).

 
Por otra parte, amor y amistad son dos tipos de vinculación que generalmente comparten un buen número de atributos con el apego (búsqueda de proximidad, ansiedad de separación, perdurabilidad, etc.) pero solo se puede hablar de vínculo de apego si hay una búsqueda de protección y proporciona la sensación de seguridad y bienestar.

 
La principal función del apego es obtener la protección frente al peligro. Por tanto, podemos hablar de vínculos afectivos de padres a hijos y en cambio de vínculos de apego de los hijos hacia los padres.

 
Cuando se activa en el niño un estado de insatisfacción, se promueve un comportamiento que actúa como señal para que el cuidador responda. Este ciclo se repite constantemente a lo largo de los primeros años, generando unas expectativas acerca del cuidador en función de la lectura que éste haga de las señales, el tipo de respuesta que aporte y su eficacia a la hora de promover la regulación emocional en el  niño. Sensibilidad, disponiblidad, aceptación y valoración del niño son las palabras clave para el establecimiento de un apego seguro.

 
 
Cuando los adultos responsables del cuidado y protección del niño no cumplen sus funciones y se aplica una medida de protección, el paso de un contexto negligente o maltratante a otro en el que se le ofrece una atención acorde a sus necesidades (ya sea adopción o acogimiento familiar) viene acompañada de una separación y pérdida de figuras de referencia y la creación de nuevos vínculos, como en el caso de Sergio.
 
La experiencia de maltrato introduce una distorsión en las relaciones emocionales básicas, y afecta a distintos niveles de desarrollo infantil como el funcionamiento cognitivo, el rendimiento escolar, el desarrollo emocional y el social. Es por eso que Sergio desarrolla en la actualidad respuestas que tienen que ver con su historia de supervivencia en tiempos pasados, con mecanismos de defensa que se han gestado en base a las representaciones que de sí mismo, de los otros y de las relaciones se han ido construyendo en su mente.
 
Pero aunque su estilo de apego primario inseguro seguirá mediando en su desarrollo cognitivo, social y emocional, afortunadamente en la actualidad se encuentra vinculado afectivamente con otros familiares y personas cercanas a él que pueden contribuir al desarrollo de la resiliencia secundaria que confío le permitirá, a su vez, establecer vínculos afectivos sanos con los demás.

 

martes, 16 de abril de 2013

Los niños y la muerte: Lo que piensan, lo que saben, lo que sienten


Quizás por la propia connotación que el tema de la muerte despierta en nuestra cultura, esta mañana cuando le comentaba a mi compañera el tema de mi siguiente post ella me comentaba con sorpresa si me atrevía a hablar de la muerte en la infancia. ¿No es eso hablar también de resiliencia infantil?¿Qué diferencia hay entre este y otros temas en los que se han de promover los recursos de los niños? Y es que hablar de este concepto no es habitual ni en los contextos familiares ni mucho menos en otros entornos educativos, ni siquiera divulgativos, …pese a que se trata de algo del que todos tenemos experiencia directa o indirecta.

Dice el psiquiatra Luis Rojas Marcos (2010):“ Por más que deseemos evitarlo, la realidad es que casi nadie se libra de sufrir alguna desgracia a lo largo de la vida. Según cuantifican varios estudios epidemiológicos, los habitantes de los países de Occidente no abandonan este mundo sin antes haber afrontado, por término medio, dos serias adversidades que pusieron en peligro su integridad física o mental. Ni siquiera los niños”. Distingue este psiquiatra entre desdichas comunes y desdichas excepcionales, situando la pérdida de un ser querido como una desdicha común que viene a ser uno de los “gajes desafortunados del oficio de existir”.

Y es que la muerte, a pesar de ser algo UNIVERSAL es un tema tabú, a pesar de que en TODAS las familias hace su aparición en algún momento, muchas veces cuando los niños o niñas son pequeños. De cómo vivan los padres el tema de la muerte va a  depender, en gran medida, la respuesta de los niños ante esta adversidad. La gestión que hagan antes, durante y después del evento que conlleva una pérdida va a influir de manera directa en que el niño o niña pueda desarrollar sus recursos resilientes…o que suponga un suceso traumático que conlleva una importante afectación emocional, conductual y relacional.

 

Yo reconozco que en mi caso no es precisamente un tema del que haya hablado siempre con facilidad posiblemente desde mi creencia remota de que hay que evitar el dolor, el propio y el ajeno. Recuerdo que el periquito que teníamos cuando mi hija era pequeña “se escapó volando por la puerta de la jaula para buscar amiguitos”. Y no volvió.

Más tarde el fallecimiento de un familiar muy cercano y querido de forma prematura fue vivido posteriormente sin grandes conversaciones, desde la resignación pero también desde el dolor contenido para que no sobrepasara la barrera de lo controlable, ya que había que evitar la emoción negativa que pudiera invadir a una niña que no podía apenas comprender por qué paso. Si no éramos capaces de hablar del periquito para evitar el sufrimiento, ahora...

Claro, que el no hablar de ello no significa que no haya ocurrido. Ni que los niños y niñas no tengan curiosidad y necesiten respuestas  a sus preguntas. Es más, muchas veces no es necesario que haya ocurrido alguna muerte en la familia o en su entorno para que dichas preguntas existan, al menos en su pensamiento. Ellos y ellas inventan sus propias historias sobre la vida y la muerte, unas veces de la mano del pensamiento mágico; otras de respuestas de otros que, como ellos, no disponen de las mejores explicaciones; y en algunos casos de las propias experiencias de terror que han podido experimentar autoculpándose por sentirse responsables de la muerte de algún familiar por su conducta.

Recuerdo a una adolescente que llevaba años arrastrando el fantasma de la culpa porque su mamá, años antes, se suicidó el día siguiente de haber tenido una fuerte discusión con ella. No  alcanzó nunca a entender que su madre tenía una depresión crónica que le llevó al fatídico final porque a esa edad no se entiende de depresión si no es que algún familiar te recoge, protege, explica y tranquiliza diciéndote que los niños no tienen culpa de la muerte de nadie, que es la enfermedad la responsable. Y ella no lo tuvo, nadie le explicó y acompañó en su duelo pues sus padres se encontraban separados y, añadido al dolor de la pérdida de su madre se sumó el dolor de la pérdida de sus amigos, de su colegio, de sus rutinas, al marcharse a vivir con un padre que hacía años la veía una vez cada quince días en los anteriores cuatro años a la muerte de su mamá.

La importancia de saber en este tema es algo incuestionable. Saber cómo viven los niños la muerte según la edad. Saber qué es lo esperable. Saber cómo hablar con ellos. Saber  ofrecerles un apoyo y afecto inconmensurables a pesar de las circunstancias. Saber dónde podemos saber más.


En este post quería presentaros una Guía muy útil, ahora o en un futuro, para todos aquellos que tienen niños. La Guía tiene por nombre Explícame qué ha pasado. Guía para ayudar a los adultos a hablar de la muerte y el duelo con los niños, está elaborada por Loreto Cid Egea, psicóloga y psicoterapeuta infantil, y ha sido editada por la Fundación Mario Losantos del Campo (2011).
 
 

Como dice la autora es de vital importancia saber cómo va adquiriendo el niño el concepto de muerte y de "estar muerto" a lo largo de su desarrollo evolutivo. Es importante saber qué entiende, qué se pregunta y con qué fantasea a cada edad, para poder ayudarle a que se aproxime a esta realidad de una manera veraz y menos angustiosa. Estar en duelo es doloroso, pero más doloroso y angustioso es estar en duelo y dejar que tus fantasías te aterroricen.

Algunas de las cosas que recoge la Guía y que son de sumo interés son:

·        Comprender la muerte requiere un proceso largo y emocional, porque saber no es lo mismo que asimilar lo que se sabe.

 
·        Todos los niños deberían comprender cuatro conceptos sobre la muerte:

 1.      Es UNIVERSAL. Todos los seres vivos mueren. ¿Cómo decirlo sin asustarles? De forma gradual y según lo que el niño pueda o no asimilar en el momento evolutivo en el que se encuentre. La muerte es un concepto que se va digiriendo poco a poco y que requiere de ciertas defensas para sobrellevarlo, pero en ningún caso debe explicarse con mentiras. La respuesta ha de ser asumible emocional y cognitivamente para el niño.
 
2.      Es IRREVERSIBLE. Cuando morimos no volvemos a estar vivos nunca. Es un estado permanente y no un estadio temporal. El duelo es un proceso doloroso que implica redefinir nuestros lazos con la persona que ha fallecido. Un primer paso esencial en este proceso es aceptar que la pérdida es permanente y definitiva. En los dibujos animados, en los videojuegos, se mueren solo un rato y esto deriva en una comprensión errónea.
 
3.      Todas las funciones vitales terminan completamente en el momento de la muerte. Cuando morimos el cuerpo ya no funciona. Esto no es fácil de comprender por los pequeños por su propia limitación cognitiva y emocional, y a veces por la explicación del adulto  (piensan que la persona que fallece sigue sintiendo como si estuviera dormida).
 
4.      Toda muerte tiene un porqué. Si no le damos una explicación de lo sucedido, elaborará su propia teoría dejándose llevar por el pensamiento mágico, lo cual puede generarle más angustia. Importante hacerle comprender que los pensamientos, los sentimientos de enfado, de rabia o de celos NUNCA pueden provocar la muerte. Cuidado con las metáforas: “El abuelito se ha quedado dormido y ya no va a despertar” puede provocar en el niño un gran temor  irse a la cama y a quedarse dormido; “Tu hermanita era buena y se ha ido al cielo, puede hacer sentir al niño mucha confusión sobre si portarse bien es bueno o malo. Por otra parte, hablarle de la parte espiritual de la muerte y de lo que significa para nosotros es necesario, pero no suficiente.

 
·        Los niños van a comprender y reaccionar de diferentes maneras ante la muerte, dependiendo de su edad, su momento evolutivo, sus experiencias vitales, su desarrollo cognitivo, su grado de madurez, su mundo emocional y su capacidad de conceptualizar.

 
·        Lo que los niños alcanzan a comprender de manera distintas en las distintas etapas de su desarrollo:
 
      Ø  Del bebé al niño de 2 años:

-        La muerte es sólo una palabra, no comprende su significado, pero al ir desarrollando la noción de pertenencia de objeto, son capaces de sentir la ausencia

-        Perciben los cambios en su entorno y sus rutinas

-        Son sensibles al estado de ánimo negativo de los cuidadores como consecuencia de la muerte de un ser querido.

 Ø  De los 3 a los 6 años:

-        Subjetividad y pensamiento mágico.

-        Muerte como estado temporal y reversible, semejante a ir a dormir o una forma de sueño.

-        Creen que la muerte es contagiosa y que otras personas de su entorno también pueden morir.

-        No comprenden aún la universalidad de la muerte. Piensan que ellos mismos o sus padres no van a morir.

-        Interpretan de forma literal cualquier explicación que le demos de la muerte.

 Ø  De los 6 a los 10 años:

-        Hacia el final de la etapa (9-10 años) ya son capaces de tener una noción completa de lo que significa verdaderamente morir. La muerte es definitiva e irreversible.

-        Hacia los 7 diferencian fantasía de la realidad. La muerte va siendo más real.

-        Pueden experimentar sentimientos de culpa creyendo que la muerte puede deberse a algo que ellos hayan dicho, hecho o pensado.

-        Pueden mostrar el deseo de asistir al funeral del familiar fallecido (es fundamental acompañarle y explicarle con antelación en qué consiste).

       Ø  De los 10 a los 13 años:

-        Son plenamente conscientes de su propia mortalidad y les puede producir inquietud.

-        Se muestran interesados por el más allá, así como por las creencias religiosas o culturales sobre la muerte.

-        Tienen mayor conciencia de los cambios que la muerte traerá a sus vidas y a su futuro.

-        Suelen mostrarse reacios a hablar de lo que piensan o sienten sobre la muerte.

        Ø  Los adolescentes:

-        Tienen plena conciencia de lo que significa la muerte y puede formarse tanto una explicación desde el punto de vista biológico y científico, como desde una perspectiva filosófica, ideológica o religiosa.

-        Teorizan sobre la muerte a medida que adquieren las capacidades para el pensamiento formal y abstracto.

-        Pueden negar su propia mortalidad a través de conductas de riesgo y provocaciones, o bien mostrar ansiedades hipocondríacas ante los cambios corporales que van sufriendo.

-        Importante integrar al adolescente en todos los ritos de despedida que vayan a tener lugar y ofrecerle la posibilidad de participar activamente en ellos.
 

·        Acerca de cómo comunicar la muerte de un ser querido:

-        La noticia de la muerte de un ser querido debe ser transmitida al niño lo antes posible y siempre por medio de una persona en la que confíe y sienta cercana, a ser posible sus propios padres.

-        Ninguna de las explicaciones que se den al niño o al adolescente tienen porqué darse “de golpe”: podemos ir haciéndolo poco a poco y siempre completándolo con las preguntas, dudas y observaciones que él mismo quiera hacer (deben saber siempre la VERDAD de lo sucedido, pero esta verdad debe abordarse en función de la capacidad cognitiva y emocional que el niño posea para poder comprenderla e integrarla).

-        La primera verdad que debe saber un niño es que la persona ha muerto y que nunca más volveremos a verla.

-        Siempre que sea conveniente, hay que asegurarse que el menor tenga claro que no es responsable de la muerte de su pariente.

-        Es importante brindarles seguridad y protección, especialmente a los niños más pequeños, para combatir su temor a que otro familiar cercano pueda morir.

-        En la medida de lo posible, hablarles y calmarles acerca de la continuidad de sus vidas: sus amigos, sus actividades, sus rutinas, sus juegos, sus cumpleaños…van a seguir como siempre. Ayudarles a que sientan seguro su mundo para que puedan elaborar adecuadamente el duelo, sin complicarlo con sentimientos añadidos de incertidumbre e intranquilidad por la situación futura y su estabilidad emocional.

-        Los niños necesitan compartir y escuchar de los demás que la persona fallecida siempre va a estar en nuestro corazón, en nuestros recuerdos y en nuestra memoria. No hablar del fallecido solo complica el duelo de los mayores y de los niños.

-        También necesitan aprender a expresar lo que sienten y, entre estos sentimientos, está el dolor por la muerte del ser querido. Si lloramos aprenden que llorar no es malo y que la tristeza aparece en forma de llanto.

 
·        El DUELO es el proceso emocional que atraviesa una persona tras sufrir algún tipo de pérdida. Hay que entender que el duelo es...

§  Un proceso normal, no una enfermedad. Además es esperable.

§  Un proceso dinámico, implica cambios en el estado físico, psicológico y social. Son normales los altibajos.

§  Un proceso íntimo, privado y a la vez social.

§  Un proceso activo que implica un trabajo personal.

 
·        La intensidad y duración del duelo depende de muchos factores: tipo de muerte (esperada o repentina, apacible o violenta), la intensidad del vínculo con el fallecido, el tipo de relación con la persona perdida (dependencia, conflictos, ambivalencia), la edad, etc.

 
·        Podemos decir que hemos completado un duelo cuando somos capaces de recordar al fallecido sin sentir dolor, cuando hemos aprendido a vivir sin él o ella, cuando hemos dejado de vivir en el pasado y podemos invertir de nuevo toda nuestra energía en la vida y en los vivos.

 
Esto son sólo unas pinceladas de esta interesantísima obra elaborada por Loreto Cid. En la Guía aparecen desarrolladas además de las ideas anteriores otros aspectos muy interesantes como creencias erróneas sobre el duelo en los niños, las características de los procesos de duelo en la infancia, pautas de actuación ante el duelo en las distintas etapas, el niño que atraviesa un duelo en el aula, así como un listado con bibliografía recomendada para padres, profesores y niños según la edad.

 
En definitiva, toda una joya para leer ahora y guardarla en el kit de herramientas para cuando sea necesario desempolvar. O prestar.
 
El modo en cómo los adultos resuelven la pérdida de un ser querido ayuda a promover la resiliencia en los niños y que estos entiendan que la muerte es un suceso normativo que tiene lugar tarde o temprano en la vida de las personas. Si la vida es un proceso en el que se suceden etapas, una de ellas es la muerte. Si les preparamos para su primer día de colegio, para su primer partido de fútbol, para su primer campamento lejos de la familia ¿por qué no prepararles desde muy pequeños para algo que inevitablemente salpicará su vida tarde o temprano?

 

 

 

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