"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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martes, 21 de julio de 2015

Recalculando ruta

“Como decíamos ayer…” . Permitidme que irónicamente comience esta entrada emulando a Fray Luis de León quien, tras cinco años de encarcelamiento, retomó las clases con sus alumnos diciendo estas mismas palabras. Y no es que aspire a equipararme con este religioso humanista, ni que mi ausencia haya sido (afortunadamente) tan larga. Me basta con haberme sentido al igual que él encarcelada pero… del tiempo y las tareas. Mes y medio alejada del blog, de responder a mensajes, de leer por gusto, de disfrutar haciendo lo que me apetece en lugar de “lo que tengo que hacer” (o mejor dicho, además de lo que tengo que hacer) debido a una sobrecarga extra en mi trabajo en la universidad junto con el resto de trabajos habituales, ha tenido un efecto en mí que hoy quiero compartir para calentar motores y retomar  la marcha.

Lo bueno que tiene parar un poco es que tomas perspectiva, algo difícil de lograr cuando vas viendo pasar kilómetros y kilómetros en este tren de la vida. A veces hacemos cosas sin darnos cuenta, por inercia, o por “improvisación” como digo yo a menudo cuando me refiero a lo difícil que es compaginar la parte técnica, con la administrativa, con la relacional, con la gestora de emociones propias y ajenas. 

Pero llega un punto en el que es imposible seguir con todo al mismo ritmo y entonces, una tachuela del destino ¡¡plaff! te invita amablemente a parar para cambiar la rueda. El tema está en que cuando la cambias y miras nuevamente al horizonte te das cuenta que has perdido la ruta. Y entonces sacas tu GPS. Pero como ahora son tan modernos estos aparatos, te encuentras que al activarlo te dicen no sólo que marques tu destino, sino que elijas la ruta más corta, la más rápida o la más económica. Y entonces ya no tienes un problema que es haber parado, sino dos…has parado y necesitas recalcular la ruta y elegir una de ellas.

No, no he pensado dejar el blog (es mi válvula resiliente). Tampoco puedo dejar mis trabajos que no solo me reportan dinero sino además muchas bonificaciones afectivas y aprendizaje experiencial. ¿y entonces? Pues me he dado cuenta en primera persona que en función de mi situación personal-profesional las coordenadas en mi propio mapa habían ido modificándose en base a las situaciones del terreno por el que circulaba sin que yo me diera cuenta, de ahí mi desorientación al parar. Me explico. Estoy habituada a ir poniendo a prueba el motor continuamente, con períodos en los que acelero más y parece que llegue a todos los sitios conservando intacto el peinado a pesar de la velocidad. Además, llegar a la meta tiene sus ventajas: satisfacción personal, reconocimiento y elogios externos, ganas de continuar el tour. Pero el coste es que vas tan rápido que no te paras a observar otras cosas igualmente importantes pero no perceptibles cuando estás en marcha. Por eso, tienes que levantar la vista dos veces para ver bien y saber seguir, pero apreciando las señales del camino.

La primera, la que te indica las renuncias que conlleva llegar a tanto, como por ejemplo, disfrutar más a menudo con “conciencia plena” de las personas que quieres.  Sentarse en el sofá, ir de compras, pasear, no hacer nada que no sea estar y ser (madre, esposa, amiga….). Siempre decimos esa socorrida frase que dice que no importa la cantidad del tiempo que se pasa en familia sino la calidad. Yo empiezo a dudar de la misma. La familia es una inversión y como tal hay que cuidar su capital, reinvertir, recoger beneficios, arriesgarse también pero con la garantía de avales tan potentes como la cohesión, la comunicación, el sentimiento de pertenencia, los rituales, los afectos. Y para eso hace falta tiempo además de calidad.



La segunda señal que puedes observar cuando paras son tus propias reacciones. Al principio de inquietud por no llegar a los objetivos. "Quiero escribir una entrada pero no tengo tiempo, he de priorizar en cinco o seis cosas que van primero"…y eso un día y otro y otro. Luego la inquietud da paso al enfado porque intentamos buscar responsables que tengan la culpa de lo que nos pasa o de lo que no podemos hacer. Del enfado se pasa a la desidia. “Bueno, pues si no puedo, ¿qué puedo hacer?". El problema es cuando de ahí se pasa a la resignación pero sin plantearte metas. Importante tomar conciencia que se acabará algún día la limitación temporal, hay que confiar en uno mismo para salir airoso de una parada y que no se note apenas. Perseverancia, paciencia, esperanza, templanza.

Y finalmente la tercera señal, lo que yo en ocasiones digo: aprender lo bueno de lo malo. ¿qué es eso? Pues que todas las situaciones incluso las más estresantes, reportan aprendizajes, no solo de contenidos, sino también de formas de actuación. No volvemos al mismo lugar del que partimos antes de la dificultad, nos fortalecemos pero además crecemos. Y no sólo eso. Como yo interprete lo que me pasa y por lo que paso puede modificar lo que viene a continuación.     


Si traduzco todo lo anterior tenemos que en el último mes y medio la adversidad en forma de tsunami laboral me ha permitido poner a prueba las tres claves que dice Cyrunik: disposición de recursos externos (mi familia principalmente, de la que he disfrutado, y mucho, pese a la adversidad y en la que pienso seguir invirtiendo), adquisición de recursos internos (introspección, reconocimiento de mis propias emociones y sobre todo, la confrontación con las mismas que me ha posibilitado darme permiso a experimentar todas ellas como parte integrada de mi propia persona sin que por ello me sienta mal), y sentido (creo haber aprendido a ser mejor profesora con mis alumnos porque las circunstancias me han forzado a ello en estas semanas, luego no me puedo quejar sino más bien agradecer el aprender a enseñar a hacer mejor sus trabajos).

Y entonces ahora que ya ha pasado todo ¿qué ruta tomo? ¿la rápida, la económica o la corta?. Pues cuando deje de escribir esto recalcularé nuevamente hacia dónde voy sabiendo que en cada destino la elección va a depender de mí pero también del camino a recorrer. Y habrá ocasiones en las que tendré que seguir corriendo por la ruta rápida pero aprendiendo de mi experiencia para no tener sustos, otras en las que tendré que ir más despacio y con ello mi consumo personal resultará más barato, es decir, el coste podrá ser asequible…y otras en las que tendré que decidir saltarme paradas en el camino diciendo que no a veces para que la ruta resulte corta y más llevadera.


Para seguir mi camino lanzo una pregunta ¿Cómo aplicar esta metáfora de las rutas en las relaciones familiares padres-hijos?

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