"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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jueves, 29 de agosto de 2013

Tejiendo vínculos, tejiendo resiliencia. De la burbuja sensorial al discurso narrativo de sí mismo

Recurrir a los clásicos es sin duda una fuente inestimable de conocimiento en este apasionante aprendizaje sobre la resiliencia infantil. Y en esta ocasión toca uno de los grandes con mayúsculas: Boris Cyrulnik. Su experiencia y formación como neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo y su propia historia de vida le convierten en todo un tótem de la resiliencia, dejando un legado al mundo con sus escritos que no dejan a nadie indiferente.

En esta entrada comparto con vosotros la contribución que este magnífico representante de la resiliencia realiza en el libro “El realismo de la esperanza”, de la Editorial Gedisa.

Una de las metáforas que más se asocian con este autor y que aquí aparece es la de la resiliencia como un tejido vincular, como un jersey que se está continuamente tricotando a través de las relaciones que se establecen con los otros.

Si me paro a recordar cuando yo aprendí a tejer con dos agujas, recuerdo lo difícil que resultaba hacer la primera fila. Primero se agarraba una de las agujas con la mano izquierda (los que somos diestros) pero para ello había que tener suficiente firmeza para sostenerla, pero al mismo tiempo una cierta flexibilidad para moverla al son que marcaba la mano derecha. Con ésta, se agarraba el hilo dejándolo pasar entre dos dedos acercándolo a la aguja y trabando un nudo que quedaba sujeto firmemente a la misma, y así sucesivamente hasta que se completaban uno a uno los nudos que se consideraban necesarios para comenzar la obra.
Después de ello venía lo más complicado: comenzar la primera “vuelta”. La dureza de cruzar una aguja con otra y pasar la hebra entre ellas es al principio complicada, porque se está tejiendo la base del jersey y se han de adaptar los elementos y la relación que entre ellos comienza a establecerse, pero una vez que se ha gestado esta primera etapa se inicia un baile, aguja con aguja, haciendo girar la hebra al ritmo que marca la destreza de las manos y el entusiasmo que quien lo realice pone en ello. Algo muy parecido a la danza afectiva que se establece entre el bebé y sus padres, a la melodía que marcan las conductas de apego y las respuestas sensibles de los cuidadores, que van haciendo anudar una relación que favorece la resiliencia. Al principio, padre y madre afrontan una labor que necesita acoplarse mano con mano, aguja con aguja. Después...la obra ha comenzado y se desarrolla según sus particularidades dependiendo del grosor del hilo, del tipo de punto que se emplee, de la habilidad de los tejedores...

¿Cuando comienza a construirse la resiliencia?

En palabras de Cyrulnik: “La resiliencia del niño se construye en la relación con el otro, mediante una “labor de punto” que teje el vínculo. La comunicación intrauterina, la seguridad afectiva desde los primeros meses de la vida y, más tarde, la interpretación que da el niño a los acontecimientos son otros tantos elementos que favorecen la resiliencia.” Es por ello que conceptos como resiliencia, apego y competencia parental están tan fuertemente unidos. Podemos decir por tanto que la resiliencia infantil comienza a desarrollarse antes incluso de que el niño o la niña nazca, con esa comunicación sensorial, que conlleva un contacto imaginario que se forja a través de las propias expectativas maternas y paternas que se tiene sobre él o ella, así como de las circunstancias que rodean a la llegada de este nuevo ser. Una vez que nace, es la base de seguridad que suponen para el niño o la niña las figuras de apego lo que irá fortaleciendo a su vez su interés por el mundo, por descubrir más allá de su yo. La formación de un apego seguro va a influir positivamente en la percepción que tenga de sí mismo, de los demás y de la relación, es decir, de la interpretación de su mundo y sus vivencias (lo que comentábamos en otra entrada de este blog que se conocía como modelo interno de trabajo).
 
Boris hace referencia también en este libro a los determinantes genéticos como el temperamento (que a diferencia del carácter es el legado biológico) bajo la premisa de que lo importante no es la distinción entre innato/adquirido sino la relación que se establece entre ambos. O lo que es lo mismo, la relación que el adulto establece con el niño o la niña la equipara en base a la siguiente metáfora:
“El temperamento designa el modo en que los bebés traban relación con un tutor, con una mano tendida, con una palabra, con la estructura sensorial que les rodea y que les ayuda a desarrollarse en tal o cual dirección. Esta es la razón de que me permita establecer una analogía entre el temperamento y un jersey”…“Regresemos a la metáfora del jersey, que consiste en decir que un niño solo no tiene ninguna oportunidad de desarrollarse, que un niño herido y solo no tiene ninguna oportunidad de convertirse en resiliente. Es preciso que, antes del hecho traumático, haya quedado grabado en el fondo de su memoria algo que haya creado una estabilidad interna que le permita hacer frente al encontronazo y reanimarse después. Es preciso que unos cuantos tutores de desarrollo ofrezcan al niño “hecho pedazos” la posibilidad de trabajar ese acontecimiento traumático, primero en la esfera sensorial, antes de los primeros 15 o 20 meses, y más tarde en la esfera verbal. Después, deberá representárselo en su discurso íntimo, en su identidad narrativa, y sobre todo en el discurso social, con el fin de favorecer el proceso de resiliencia.” El temperamento del bebé va a tener un papel importante en la respuesta del adulto. Y a su vez sobre ésta intervienen otros factores, pero lo que está claro, muy claro, es que la resiliencia no surge por sí sóla, sino que, incluso en los casos en los que aparecen acontecimientos traumáticos, se precisa una mínima base de estabilidad interna para que el niño pueda dasarrollar sus factores resilientes. La representación que el niño o niña hace sobre esos acontecimientos traumáticos no va a ser siempre fácil, principalmente si éstos ocurrieron en la fase preverbal en la que no puede utilizar el lenguaje para interpretar lo ocurrido, además de darse una mayor afectacion en su desarrollo en otras áreas. De ahí la importancia de los primeros años.

Habla Cyrulnik asimismo de una ecología afectiva en la cual va a desarrollarse el niño y que está muy influenciada por las historias del padre y de la madre en tanto que sus actitudes y modos de expresar afectos están a su vez condicionadas con sus propias vivencias:
                                                                                           
“La historia de los padres organiza la burbuja sensorial, y los niños, tanto si adquieren como si no los recursos que les habrán de permitir defenderse y reanimarse en ocasión de los inevitables pequeños pesares, lo harán en todo caso sometidos al efecto de esta expresión del medio. La estabilización de un rasgo temperamental consiste en tejer una serie de procesos biológicos y de relación. Dicha estabilización se produce de forma biológica; por un lado, a través de los sentidos: tocar, hablar, oler, acariciar, alimentar, limpiar; por otro, por efecto de la historia de la pareja parental. Por consiguiente, es la organización del medio lo que pone en marcha un rasgo de estabilidad interna, ya que el niño habrá aprendido a resistir o a ser vulnerable”.

Para Boris la burbuja sensorial del bebé se va formando con las representaciones mentales de los padres y las conductas que llevan a cabo en base a ellas, llenando así de significados el entorno. Una madre que ha vivido la maternidad como una responsabilidad enorme en un el momento de su vida en el que atraviesa una depresión posiblemente tiene una representación mental de ello del tipo "no puedo cuidarte bien", transmitiendo al bebé un mensaje que no facilita la resiliencia.

Los niños necesitan una atmósfera sensorial pautada y consistente para  poder regular y estabilizar su mundo interior. Estas pautas y los rituales que se organizan constituyen uno de los organizadores primarios de resiliencia, dan estructura y orden. Cuando estos comienzan a desarrollarse, la existencia de otras personas permiten al bebé reconocer que hay otras fuentes de satisfacción y protección disponibles y con ello descubrir nuevos vínculos afectivos que facilitan la promoción de la resiliencia.


Pero…¿y si el jersey tiene jirones, se engancha, se rompe la hebra afectiva o aparecen nudos difíciles de quitar? En este caso, Cyrulnik habla de la posibilidad de transformación del acontecimiento traumático en vergüenza u orgullo a partir de las relaciones del niño o la niña con su entorno y el mensaje que desde éste recibe:

 "Comprender los mecanismos de la agresión puede ayudarnos a comprender los mecanismos de la reparación. Desde luego, el niño conservará probablemente una huella cerebral, pero la plasticidad del cerebro es tal que este problema puede compensarse. Más tarde, entre los 3 y 7 años, el dominio del lenguaje permitirá que el niño habite una identidad narrativa: “Yo soy el que, o la que, ha padecido este descalabro en su vida”.Los mecanismos de resiliencia dependerán entonces del discurso que el niño haya hecho sobre sí mismo. Puede suceder que el descalabro quede transformado en vergüenza: “siento vergüenza por haber conocido este hecho traumático cuando era niño”. Se producirá una divergencia en la personalidad, el niño funcionará con una parte aparentemente sana de la personalidad, conservando al mismo tiempo un sufrimiento secreto durante toda su vida.

Sin embargo, esta reacción no es inevitable, ya que basta con que el discurso social cambie para que la vergüenza deje paso al orgullo. En esas condiciones, la divergencia desaparece en algunas semanas, o en algunos meses, y el jovencito o jovencita vuelven a estar “enteros” y afirman: “Consigo que me quieran por la totalidad de lo que soy”. Se observan entonces unas reanudaciones de desarrollo maravillosas, lo que ya no tiene nada que ver con la biología. Esta transformación viene provocada por el discurso íntimo de la persona y como consecuencia del efecto del discurso social”.

Cuando el discurso social y el discurso íntimo se funden dan paso a la autoimagen del niño o la niña, al concepto que de sí mismo y de su vida tiene. Cuando lo que le reflejan los otros es una representación de persona valiosa, con cualidades que no tienen por qué ser necesariamente acotadas al éxito escolar (aunque no le resto importancia al mismo), cuando le hacen sentir una alguien digna de ser querido y capaz de amar, y cuando confían incondicionalmente en él o ella como persona aunque su conducta a veces no sea adecuada, la narrativa de sí mismo comienza a cambiar y con ello aumenta su capacidad de vincularse con otras personas que le acompañen en este continuo ir tejiendo su vida.

Etiquetas si, pero positivas. Amable, simpático, generoso, gracioso, honrado, fuerte, valiente, resiliente....

martes, 20 de agosto de 2013

Adolescencia, identidad y resiliencia: encontrar un sentido a sí mismo (contado por Grotberg)

¿Recuerdas cómo eras siendo adolescente? ¿Qué cosas te preocupaban? ¿Había aspectos de tí mism@ que no te gustaban? ¿Te veías diferente a l@s otr@s? ¿Son iguales todas las adolescencias? ¿Qué es para tí la identidad?
Con esta entrada cerramos la aportación de Edith Grotberg que he querido compartir con vosotros que habla de los ladrillos de la resiliencia, refiriéndose a cómo se puede promover la misma a medida que la persona se va "construyendo" y que se recoge en su obra "La resiliencia en el mundo de hoy".  
 
Si continuáis leyendo además veréis cómo hay un aspecto que recoge Edith relacionándolo con la identidad: el temperamento y su influencia en la respuesta a las adversidades. De este modo, una vez más, herencia (entendida como rasgos heredados) y ambiente (como el apoyo, orientación y acompañamiento del adulto) confluyen en ese mágico cruce fuerzas que dan lugar a la resiliencia.

Ahí va la entrega final de esta serie:

"5. Quinto ladrillo: la identidad
Desarrollamos nuestra identidad durante la adolescencia. Las preguntas más importantes que uno se formula durante estos años son:

-  ¿Quién soy yo?

-  ¿Cómo me veo con respecto a los otros de mi edad?

-  ¿Cómo son mis nuevas relaciones con mis padres (y otras figuras de autoridad)?

-  ¿Qué he logrado?

-  A partir de aquí, ¿hacia dónde continúo mi camino?

Cuando obtenemos respuestas satisfactorias a estas preguntas estamos mostrando nuestras habilidades para controlar nuestro propio comportamiento, para comparar nuestras conductas con los estándares aceptados, para ser útiles y poder brindar apoyo a los demás, para utilizar nuestra fantasía e iniciativa con el objetivo de hacer realidad nuestros sueños y para reconocer la importancia que tiene el idealismo en el momento de pensar y planear el futuro. En otras palabras, los factores resilientes no solo deben estar desarrollados sino que debemos estar disfrutando de ellos.
Muchos adolescentes que no pueden obtener respuestas satisfactorias a estas preguntas, comienzan a dudar de sí mismos y a sentirse inseguros en cuanto a quiénes son verdaderamente. Sienten que nadie los comprende, incluso ellos mismos. Pueden encontrarse totalmente confundidos en cuanto a las actitudes que deben tomar y cuál es su papel en la vida. Estos sentimientos de inseguridad pueden generar frustraciones, enojo, sensación de desesperanza. Observamos, cada vez más a menudo, que muchos de estos jóvenes se vuelven agresivos y, de hecho, depresivos. Un número importante de adultos continúa con estos mismos conflictos, pasan incontables horas y pagan abultadas sumas de dinero tratando de descubrir su identidad. Tal vez necesiten comprender que todos cambiamos permanentemente como resultado de nuestras experiencias, de nuevos análisis interiores y de las nuevas adversidades.
El pilar de construcción de la identidad completa los cinco pilares fundamentales de la resiliencia. Toma los factores resilientes importantes de cada etapa evolutiva y los integra para utilizarlos en las situaciones donde debemos enfrentar las adversidades de la vida.
Una puerta de entrada para comenzar a promover la identidad puede ser ayudar en el desarrollo de las capacidades interpersonales y en aquellas que ayudan a la resolución de conflictos. Lo podrían hacer discutiendo acerca de las capacidades interpersonales que tienen los individuos y aquellas que necesitan. Las capacidades sociales incluyen el hacer amigos que nos desafíen de manera constructiva, aprender a escuchar y a saber cómo expresar nuestro enojo, decepción, desacuerdo y empatía. Tal vez tendremos que comenzar a trabajar con un vocabulario sobre las emociones. Muy pocos adolescentes (y adultos) pueden describir con precisión sus sentimientos y contarle a alguien cómo se sienten exactamente. Algunos desconocen cómo ser un buen amigo y necesitan ayuda para lograrlo: mostrar lealtad, compartir, ayudar, confiar.
Gran cantidad de adolescentes necesita ayuda para llegar a un acuerdo sobre su tendencia a involucrarse en actividades que los sobreestimulan. Casi todos ellos disfrutan de la excitación, de las nuevas experiencias y de las conductas que involucran correr riesgos. Sin embargo, esto puede volverse autodestructivo, y uno debe ayudarlos a ver los potenciales peligros. Podemos sugerirles que busquen hacer amigos para disfrutar de actividades excitantes y divertidas pero no autodestructivas. Este  tipo de amistades pueden ayudarlos a evitar el aburrimiento mientras mejoran sus capacidades sociales. Los adultos que no están seguros de su identidad o disfrutan de seguir siendo “adolescentes”, generalmente continúan desarrollando conductas riesgosas.
Podemos también brindar ayuda para que estos adolescentes mantengan sus lazos familiares, pero con algunos cambios en sus relaciones. Podemos hablar con ellos sobre su necesidad de mayor privacidad, sobre la necesidad de que sus ideas sean tenidas más en cuenta y sobre su deseo de poder negociar algunas de las reglas de comportamiento. Ayudémoslos a encontrar los caminos para poder dialogar con sus familias sobre estas nuevas necesidades que ellos experimentan.
Las siguientes pautas pueden ser tenidas en cuenta para promover la resiliencia en jóvenes adolescentes:
1.      Equilibrar la autonomía con la ayuda, que debe estar siempre disponible pero no impuesta.
2.      Moderar las consecuencias de los errores con amor y empatía, de manera que el joven se permita el fracaso sin sentir demasiado estrés o temor a la pérdida de la aprobación o del amor.
3.      Dialogar y negociar sobre algunos límites para aumentar la independencia; conservar sobre las nuevas expectativas y los nuevos desafíos.
4.      Incentivar al adolescente a aceptar la responsabilidad de las consecuencias de su comportamiento, mientras se le demuestra confianza y optimismo sobre el resultado esperado o deseado.
5.      Alentar y moderar la flexibilidad para elegir distintos factores resilientes cuando una situación adversa cambia. Por ejemplo, ante una situación muy difícil, buscar ayuda y no permanecer solo. Demostrar empatía en lugar de continuar ofuscado y miedoso. Compartir los sentimientos con un amigo en lugar de continuar sufriendo solo.

Un resumen de indicaciones para promover la resiliencia en los jóvenes incluye que usted:
a)  Construya confianza

b)  Se concentre en la persona, no en el conflicto

c)  Mantenga una actitud positiva

d)  Establezca grandes expectativas y provea la ayuda necesaria para que el joven pueda alcanzarlas.

Examine la resiliencia haciendo lo siguiente:
-  Proporcione oportunidades para un trabajo serio y un compromiso comunitario

- Comprometa a los padres

- Genere un sentido comunitario.

Podemos también ayudar tanto a los jóvenes como a los adultos a trabajar en un plan de amplio alcance. Necesitan planear no solo para mañana sino a largo plazo. Podemos sugerirles que consideren sus opciones e identifiquen a aquellos que podrían ayudarlos con sus planes a largo alcance. Debemos incentivarlos para que consideren las adversidades a las que posiblemente se enfrenten –falta de dinero, falta de cumplimiento con los requisitos solicitados, tener que asistir a cursos distintos de las materias que desearían tomar- y ajustar sus planes para enfrentar dichas adversidades. Los adultos que se encuentren en situaciones similares en sus vidas podrán sacar beneficios de este tipo de ayuda.
El temperamento de cada persona determina, de alguna manera, cuáles son los factores resilientes que les resultan más naturales para utilizar, cuáles resultan difíciles de promover y cuáles fueron las acciones que se realizaron. Básicamente el temperamento es la velocidad con la que una persona reacciona al estímulo.
En otras palabras, ¿reaccionamos casi sin pensar cuando algo sucede? ¿O respondemos muy lentamente, casi sin movernos a la hora de actuar?. La diferencia resulta muy importante, ya que si reaccionamos de una manera rápida, necesitaremos promover la determinación de límites y el manejo de la conducta con un control más estricto que en una persona que reacciona de forma lenta y que, de hecho, necesita aprender a reaccionar más rápidamente, en especial frente a situaciones críticas. El temperamento es parte de nosotros y no cambiará. Sin embargo, podemos aprender a reconocer nuestra tendencia a reaccionar muy rápidamente y aprender cómo debemos manejar nuestras respuestas para no actuar de forma precipitada. Si somos lentos para reaccionar, tal vez queramos practicar formas de respuesta a situaciones amenazantes, de manera que no nos veamos conmocionados por la velocidad en que suceden las cosas."
En definitiva, lo que Grotberg nos invita es a mirar a los niños y niñas como seres en construcción que necesitan de la ayuda de personas que les orienten, les guién, vayan acompañándoles a su propio ritmo en su "edificación"personal, respetando las diferencias y particularidades marcadas por esa individualización que nos caracteriza, pero dentro de unos parámetros que favorezcan su integración con los demás.

Espero que haya sido de vuestro interés. Para mí así ha sido.
 

viernes, 9 de agosto de 2013

Promover la resiliencia infantil es cuestión de ¿ladrillos?. Aplicándonos en la construcción...

Continúo esta  semana compartiendo con vosotros la aportación poco conocida de Edith Grotberg en relación a la promoción de la resiliencia. Si habéis leído las entradas anteriores, recordaréis que en el libro de la editorial Gedisa, La resiliencia en el mundo de hoy, la autora decía que se puede incentivar la resiliencia en cualquier etapa de la vida y que para ello podemos pensar en términos de “ladrillos” para la construcción y el crecimiento. Además, estos ladrillos corresponden  a las edades y etapas del desarrollo de las personas y son la confianza, la autonomía, la iniciativa, la aplicación y la identidad. Hemos visto ya los tres primeros y hoy toca hablar de LA APLICACIÓN, un término poco usual (al menos para mí).



Transcribo primero el texto y luego comentamos:

4. Cuarto ladrillo: la aplicación
Definimos la aplicación como el llevar adelante una tarea de manera diligente; esta se desarrolla generalmente durante los años de colegio, mientras se perfeccionan tanto las habilidades académicas como las sociales. El ser exitoso es muy importante para los logros académicos, para las relaciones interpersonales y para la imagen que uno tiene de sí mismo. Uno desea ser visto por sus maestros como alguien competente, desea ser aceptado en su entorno social como una persona amistosa y quiere también sentirse orgulloso de sí…

La aplicación es un pilar muy poderoso y se ve potenciado por su conexión con otros factores resilientes. De la categoría YO TENGO resultan importantes los buenos modelos a imitar y el estímulo de ser independientes. De la categoría YO SOY, lograr objetivos y planear para el futuro resulta muy útil, como también ser responsable de nuestras acciones. De la categoría YO PUEDO, mantener una tarea hasta finalizarla, resolver los problemas y pedir ayuda cuando se necesita, refuerzan y contribuyen a promover los factores resilientes. Sin embargo, aquello que resulta distinto es aprender a diferenciar no solo cuáles son los factores resilientes o protectores que se deben utilizar en una determinada circunstancia sino también cómo deben utilizarse.

Por ejemplo, utilizaremos en el colegio factores resilientes diferentes de aquellos que utilizamos en nuestros hogares. Tal vez sea más apropiado decir que utilizamos los mismos factores pero de diferentes maneras. Podremos, tal vez, ponernos en el lugar del otro en nuestros hogares abrazando a un hermano, a una hermana o a nuestra madre, pero no podemos hacer lo mismo cuando mostramos empatía por un maestro. Uno puede discutir con sus familiares en momentos en los que se deben tomar decisiones pero debe ser cauteloso cuando discute con el director del colegio. También podremos demostrar nuestros temores y ansiedades en el entorno familiar pero no nos gustará hacerlo en público. Podremos mostrarnos enojados dentro de nuestro hogar, y nos tolerarán, pero estar ofuscados en nuestro ámbito de trabajo seguramente significará tener que buscar otro empleo.

Muchos niños y jóvenes no desarrollan la capacidad de la aplicación. No logran perfeccionar las habilidades académicas y sociales que necesitan, y en consecuencia desarrollan sentimientos de inferioridad. También es posible que se hayan sentido engañados, ridiculizados o excluidos de un grupo a causa de sus fracasos. Sus sentimientos de frustración y fracaso pueden llevarlos a querer dejar de asistir al colegio o convertirse en personas que causan problemas. Los adultos que no han logrado desarrollar esta etapa de la aplicación son, en general, aquellos que han abandonado el colegio debido a sus fracasos, incluso el fracaso social.

Seguramente estas personas a menudo experimentan el rechazo y la burla, por lo que perdieron el deseo de mejorar sus habilidades, no quieren enfrentarse más a ningún otro fracaso y entonces deciden abandonar. Un gran número de adultos que pasaron por tal experiencia tiene dificultad para enfrentarse a otros modos similares o más sofisticados de ser rechazados.

Un punto de partida para comenzar a promover la aplicación como factor resiliente es concentrarse en el manejo de habilidad para resolver situaciones problemáticas y dominar el ámbito interpersonal regresando a los pilares de crecimiento que correspondan.
Podemos incentivar a las personas a volver sobre sus pilares de crecimiento de autonomía e independencia ayudándolos a realizar sus trabajos, a completar sus tareas, formulándoles preguntas cuando un tema no está claro, podemos también brindarles ayuda para asumir las responsabilidades de sus trabajos y hacer que se sientan orgullosos de sus logros.

Podemos hablar con ellos para que busquen desarrollar la cooperación mirando a su alrededor y decidir con quién podrían trabajar en conjunto y sentirse cómodos. Al implementar la cooperación, podrán también resolver conflictos que se generan al pensar y tomar decisiones.
 
Podremos señalar que la capacidad para resolver problemas implica tener voluntad para tomar iniciativa y ser capaces de enfrentar las consecuencias.
 
Podremos ayudarlos a mejorar sus capacidades comunicativas mediante la práctica para sentirse seguros y aprender a escuchar…”.

Hasta aquí Edith Grotberg por hoy...Comentario personal:

Cuando en alguna ocasión he escuchado de alguien que dicen de él/ella que es aplicado/a lo he entendido siempre como cuidadoso, esmerado, trabajador…Más bien relacionándolo con la realización de un trabajo o de un estudio. O lo que es lo mismo, con lo que Edith llama “habilidades académicas”, pero yo me pregunto ¿se valoran igual las habilidades académicas que las habilidades sociales?.

Conozco muchos chicos y chicas con una gran habilidad social,  con actitudes y conductas camaleónicas que le permiten relacionarse con profesores/as, psicólogos/as, vendedores/as, compañeros/as, …pero con deficientes habilidades académicas. Para estas existen las calificaciones escolares que precisan de una evaluación continua al menos todo el tiempo de su escolarización. Pero ¿alguien evalúa las habilidades sociales, el ser “aplicado” socialmente? ¿Y no son precisamente las habilidades sociales más necesarias a lo largo de la vida que las académicas? Es más, los fracasos académicos conducen en no pocas ocasiones a fracasos sociales por las indeseables etiquetas. “Es un vago”... “No sirve para nada”… “ Es un burro”…

Y de todo eso nada. No se puede medir a los niños y niñas por sus logros académicos desdeñando sus grandes esfuerzos para adaptarse a los contextos en los que se desenvuelve de manera adaptativa, aplicada, diligente. Quizás no sea tan fácil aprobar un examen cuando la madre de uno/a está enferma mental y hace cosas que no se pueden entender; o cuando los gritos y conflictos conyugales resuenen cada día a golpe de despertador de la vida alterando la paz de los pequeños; o cuando las tareas de cuidar de los hermanos, comprar, tender la ropa y preparar el bocadillo para ir al colegio sustituyen cada día a las matemáticas, la lengua y el inglés.

Es cierto que deben existir criterios educativos/académicos básicos que se han de tener en cuenta. Pero también aquellos otros que contemplen lo aplicados que son los niños y niñas que sobreviven como pueden en hogares caóticos o negligentes, intentando reforzar sus logros, el tener iniciativas, el  que puedan confiar en ellos mismos y en su entorno.  

Mirarles con gafas progresivas, que se les pueda ver “de cerca” y “de lejos” en una misma lente que facilite una visión total, que permita verles como personas válidas y competentes aunque en la zona de cerca a veces sea borrosa la visión, comprendiendo que necesitan adaptarse y las circunstancias óptimas que faciliten la nitidez (comprensión, apoyo, conocimiento, normas y límites, responsabilidad, etc).

En la siguiente entrada acabamos con el último ladrillo...la identidad.

 

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