"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"
"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

lunes, 17 de julio de 2017

Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol

Después de un tiempo de silencio forzado vuelvo (o al menos lo intento), a retomar el escribir en mi blog. Y digo forzado porque, aunque por diferentes causas, no era mi intención desaparecer o dejar de escribir todo este tiempo. Simplemente la vida te da momentos, unos de calma, otros de bloqueo, unos cuantos más de ocupación y preocupación. Pero en el fondo siempre queda la posibilidad de decidir dejándote llevar por la ilusión, y empiezo de nuevo a tenerla.
Llevaba días pensando cómo retomar el tema, pero no encontraba algo suficientemente interesante para ello. Pero anoche, volviendo a ver la película de Disney, “Brave”, encontré la añorada inspiración. Conceptos como destino y vínculo son, en mi opinión, dignos de formar parte de nuestras reflexiones, al menos por un tiempo.
Si habéis visto la película, hay dos grandes cuestiones sobre las que trata. Por una parte, la necesidad de la protagonista, Mérida, de poder decidir sobre su vida (querían casarla con alguien a quien ella no amaba siguiendo una antigua tradición) y por otro, el amor entre madre e hija y el vínculo creado entre ambas, imposible de romper pese a las adversidades. 
“Algunos dicen que nuestro destino está conectado a la tierra, que es parte de nosotros como nosotros de ella.
Otros dicen que el destino está entretejido como una tela, entrelazando el destino de uno con el de muchos otros, es aquello que más buscamos o luchamos por cambiar, algunos nunca lo encuentran, pero hay otros que… son guiados a él”.
Más allá de cuestiones trascendentales o filosóficas sobre el destino, creo firmemente que los vínculos que se van forjando en el niño o niña, y más concretamente, el vínculo con sus padres o cuidadores es, con mucho, el mapa cartográfico que va a ir diseñando el camino a recorrer cuando llegue a adulto. Destino y vínculo están emparejados con la resiliencia infantil (que da nombre a este blog). 
Dicen mis estimados Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan que “La resiliencia infantil, es una capacidad que los niños y los adolescentes pueden desarrollar cuando sus recursos naturales se desarrollan y se potencian gracias a las competencias y habilidades de adultos significativos que satisfacen sus necesidades y les respetan como sujetos de derechos”. Cuidar, proteger y educar están a la base de todo ello. Un vínculo que se transforma en apego como fuente de seguridad y confort cuando el adulto es sensible, cercano y coherente en sus manifestaciones explícitas e implícitas en su relación con el niño o la niña. El objetivo primordial del apego, en tanto que sistema relacional, es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza con el fin de conseguir seguridad, consuelo y protección. Cuando ese apego es seguro, es posible explorar el entorno, hacer frente a los desafíos que la vida presenta en diferente formato. En definitiva, en desarrollar la resiliencia.
Yo nunca antes me había preguntado, o al menos de forma muy consciente, qué hemos hecho mi marido y yo en esta labor educadora, protectora y cuidadora con nuestras hijas para que hoy en día, que ya son adultas, podamos sentirnos tan orgullosos de cómo son y de sus logros. Es decir, qué es aquello que nos caracteriza como familia más allá de las funciones propias de cualquier padre o madre que ha hecho que se promueva en ellas estos factores de resiliencia de los que hablamos. Comentándolo hoy con mi marido me ha respondido "querernos mucho y querer estar siempre juntos". Y no lo decía solo en sentido de pareja, sino más allá, de disfrutar en familia, de hacer excepcional lo cotidiano cada día. Siempre me ha sorprendido lo felices que nos hacen las pequeñas cosas: un paseo juntos, una comida familiar, compartir una noticia o algo que nos ha pasado, reirnos de cualquier cosa (incluso de nosotros mismos). Infinitas cápsulas de felicidad que inundan de un sentimiento especial la relación familiar.

Si tuviera que elegir una frase que resuma lo que hemos intentado transmitirles seguramente sea una que hace poco encontré de forma casual: "La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace". Siempre hemos apoyado sus sueños (los posibles, sin perder el grado de cordura que se ha de mantener para ser un padre/madre competente). Que hicieran siempre lo que quisieran pero porque deseaban hacerlo y les hacía felices. No pretendo ni mucho menos ser ejemplo de familia, solo compartir una reflexión en voz alta. Quizás nunca estimulamos a nuestras hijas como otros padres hacían enviándoles a campamentos, a estudiar a Inglaterra, a cultivar deportes como el tenis o la danza, pero el resultado de lo que hicimos descontando lo que dejamos de hacer que acabo de señalar, han dado como producto dos seres excepcionales que no dejan de sorprendernos sobre todo ahora en momentos difíciles. Nunca imaginé lo que las dos son capaces de hacer, de conseguir unir aún más a la familia, de expresar sus capacidades resilientes.

Volviendo a Mérida, la protagonista de la película Brave, con su ímpetu, valentía, arrojo y un sin fin de cualidades positivas, podemos tomarla como un ejemplo de resiliencia. No aceptó el destino que le venía escrito, sino que quiso reescribirlo de algún modo para enseñarle a la vida que las experiencias van cobrando forma hasta promover cualidades quizás nunca antes pensadas de uno mismo. Factores ligados a lo biológico como es el temperamento, no condicionan de manera prefijada una forma de ser o personalidad. El hijo de tigres rayado nace dice el dicho, pero posiblemente sus rayas sean bien distintas o se desdibujen, incluso se lleguen a borrar por efecto del contexto. Es inestimable el poder del entorno, y el entorno es algo sobre lo que podemos intervenir y modificar.

Lo importante, lo verdaderamente importante, es que cada niño o niña pueda ser lo mejor de sí mismo/a, pueda desarrollar sus potencialidades, pueda vincularse a los demás de forma positiva para disfrutar de la capacidad de socialización que por naturaleza le viene dada, pueda ser capaz incluso de cambiar su destino porque tuvo unos lazos de afecto que hicieron de él o ella una persona capaz de transitar por la vida de forma segura.

“Algunos dicen que la suerte está más allá de nuestro control, que no somos dueños del destino, pero yo sé que no es así. Nuestro destino vive dentro de nosotros, sólo hay que ser valiente para verlo”. Con esta bonita y profunda frase termina la película. La valentía debería ser una asignatura en la escuela, no tanto para enfrentarse a miedos e inseguridades (que también), sino para aprender a afrontar las adversidades y salir fortalecidos. Pero también en la familia debe trabajarse la valentía, esa que supone aceptar (no resignarse) lo difícil y complicado que nos sucede, a confiar en uno mismo, a saber pedir ayuda y prestarla, a reconfortar al otro y pedir consuelo cuando lo necesitamos, a nos rendirse por dura que sea la batalla, pero sobre todo, a forjar un vínculo que nos permita ser de alguna manera protagonistas en nuestro propio destino. No podemos evitar el viento, pero podemos construir molinos.


Quiero compartir con vosotros/as como cierre este cuento titulado "Sueños de semilla" de Jorge Bucay, para seguir pensando sobre el tema:
 "En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una semilla, de alguna manera pequeña e insignificante pero también pletórica de potencialidades.
…Y veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida en proceso de desarrollo.
En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después. Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje, llenándose de flores y de frutos, para poder dar lo que tienen que dar.
Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son los sueños secretos. 

Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y darse a luz, morir como semillas… para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que oigamos nuestra voz interior, que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada hecho, en cada momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y en los placeres, en los triunfos y en los fracasos. Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta. 

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez  cegadora.

Y así crecemos, nos desarrollamos,  evolucionamos… Y un día, mientras transitamos este eterno presente que llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles, y desplegarán sus ramas que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo trazo nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,… una sabiduría interior las acompaña… porque  cada semilla sabe… cómo llegar a ser árbol…".

Si los padres o cuidadores sabemos cuidar y mantener vivas todas esas semillas posibles en nuestros hijos e hijas podremos sorprendernos, llegado el momento, de la belleza, fortaleza, frondosidad y magestuosidad de las potencialidades que tenían y a las cuales se les ha brindado la oportunidad de desarrollarse.
Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol...si tiene buenos jardineros, tierra donde echar raíces, un abono que le ayude a crecer y un entorno favorable que mitigue los vientos huracanados y le permita nutrirse de la luz y el calor necesarios para ser el árbol que estaba esperando y deseando ser.

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