"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

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martes, 24 de septiembre de 2013

Un cuento para hablar con los niños y niñas sobre el cáncer

Te propongo una tarea de esas que todos hemos realizado alguna vez: mira estos dos dibujos y encuentra las diferencias entre uno y otro. Tómate tu tiempo…



Quizás hayas descubierto pronto que en el primer dibujo la anciana se apoya sobre un bastón y no sobre un paraguas como en la lámina inferior. Seguramente también hayas visto que el carro de la compra se apoya sobre más ruedas en el primer dibujo mientras que la sujeción en el segundo se limita a una sola hilera de ruedas. Y además en el dibujo superior el coche tiene un espejo retrovisor que permite tener mayor visibilidad, mientras que en el segundo dibujo este elemento no está presente.
Bastón para apoyarse, ruedas para circular mejor y retrovisor para mirar atrás sabiendo que el camino por el que se va es seguro porque se ven los posibles peligros. Todos ellos elementos de seguridad y de apoyo que pueden desaparecer de repente modificando con ello no sólo el contexto sino también la historia que se desarrolla en ese contexto. Y algo parecido a esto es lo que ocurre cuando en las vidas de las familias ocurre una adversidad de gran magnitud: el CÁNCER.
Aparentemente todo sigue igual o los adultos se esfuerzan para que los niños vean que todo sigue igual…pero no es así. Los niños son extremadamente sensibles a los cambios y aunque se hagan ingentes esfuerzos por parte de los mayores para que no se den cuenta que algo grave está pasando, o para al menos minimizar el impacto que puede tener una enfermedad como el cáncer, ellos y ellas se dan cuenta de que existen diferencias, que faltan apoyos, que el camino por el que se circula es más incierto…

En este cuento que comparto hoy, "Nos lo dijo Pepe", (pincha en el título o en la portada de bajo), escrito por Katrine Leverne y publicado por la Sociedad Española de Oncología Médica, se lleva a cabo una de las pocas iniciativas en las que los niños y niñas son tenidos en cuenta como co-protagonistas involuntarios de esta adversidad familiar como es el cáncer.


Al finalizar el cuento, se incluyen una serie de orientaciones a pacientes y familiares para abordar el tema de la enfermedad con los niños (dirigido especialmente a madres con cáncer de mama). Como aspecto importante a resaltar es, que a pesar de la angustia y la incertidumbre, hay que decirles la verdad por varias razones:

a)                     Para que no se sientan responsables, ya que a veces creen que ellos tienen  la culpa de la enfermedad porque se han portado mal y han hecho sufrir a su mamá.
 
b)                     Porque así podrán verbalizar su sufrimiento (seguro que sufren ante una situación así aunque no se les explicite lo que pasa) y con ello sentir alivio.

c)                      Porque aunque lloren eso no es más que la manifestación de una emoción que, si se externaliza, puede ser sanadora de su inquietud.

d)                     Porque el silencio intensifica su desasosiego y aumenta sus miedos porque imaginar a veces es peor que la propia realidad e incluso pueden aparecer signos como agitación, agresividad, trastornos del sueño, de la alimentación, del aprendizaje escolar que hay que saber interpretar relacionados con lo que está ocurriendo.
 
e)                     Porque es importante que estén informados por sus familiares y no por terceras personas que seguramente no sabrán darle más que una información distorsionada y aumentará su desconfianza por no haber venido dicha información de sus personas más significativas.

f)                      Porque de todas maneras, ellos y ellas acaban sabiéndolo pues es difícil ocultar los síntomas y consecuencias que tiene la enfermedad y su tratamiento.


Hablar sí, pero ¿Cuándo? Preferiblemente, lo más pronto posible, pero también hay que tener en cuenta que para ello hay que estar preparado para que no sea transmitida la mala noticia de una forma demasiado brusca.

Resulta más fácil contárselo al principio de la enfermedad para que puedan seguir progresivamente su evolución, sea cual sea. Sin embargo, se incide que nunca es demasiado tarde,  explicándoles por qué no se hecho antes: no había intención de engañarlos, sino que era algo muy difícil.

Se aconseja también que incluso si se les ha hablado desde el principio, es necesario ir informando a los niños de todos los elementos nuevos e importantes que van surgiendo a lo largo de la enfer­medad.

“A menudo, los padres esperan que sean los niños lo que pregunten para hablarles, pero la situación de tensión que perciben hace que los niños no se atrevan, en muchos casos, a preguntar. Cada uno quiere proteger al otro y, al final, nadie está protegido de la tristeza y del miedo. Todo el mundo es víctima de una conspiración de silencio y, cuanto más tiempo pasa, más difícil es salir de ella.”

Y lo más difícil ¿Cómo decírselo? Los niños dicen a menudo que quieren “la verdad, con palabras amables”. Como orientaciones a la persona que va a informar a los niños se propone:
 
Hace falta que haya una adecuación entre lo que pien­sas, tus sentimientos y lo que dices". Ser uno mismo y utilizar palabras exactas y verdaderas: explicarles las cosas tal como son.
 
La información debe adaptarse a las diferentes fases de la enfermedad:

-Al principio, puedes comenzar a partir de un acon­tecimiento significativo, con ello, los niños comienzan a comprender la situación, lo que abre un verdadero diálogo. Al llegar a este punto, dejarse llevar por las preguntas de los niños: ellos irán marcando el ritmo de la conversación, notando cómo se les invita a seguir hablando. El sólo hecho de saber que pueden expresar su preocupación ya les resulta tranquilizador y calma su inquietud.

En este estadio de la enfermedad, tras haber expli­cado el diagnóstico, los tratamientos y sus efectos secundarios, es muy importante hacer ver a los niños que todo el mundo hace todo lo posible para “cuidar” al padre o a la madre enfermos. Es muy importante que no utilizar la palabra “curar”, pues sea cual sea el desarrollo de la enfermedad, no se debe pro­meter algo que no se puede estar seguro de cumplir y que no depende de uno mismo/a, ya que se corre el riesgo de desacreditarse ante ellos.

En este mismo sentido, aunque la medicina haya progresado mucho y cada vez sean más los cánce­res que se curan, una vez finalizado el periodo del tratamiento es preferible hablar de “mejoría” que de “curación”.

-Si hay una recaída, explicar todo lo que se ha hecho para cuidar a mamá o a papá y no olvidar recalcar que “todo el mundo hace todo lo que puede, pero no estamos completa­mente seguros de poder conseguirlo”. Esta etapa les permitirá empezar a dudar de la posi­bilidad de una curación total por lo que, si la enfer­medad evoluciona de manera desfavorable, no les cogerá por sorpresa.

-Si la enfermedad avanza, si se agotan las posibi­lidades de tratamientos curativos y los médicos anuncian / comunican la entrada en una fase de cuidados paliativos, explicar a los niños que “todo el mundo ha hecho cuanto ha podido, cuanto ha sabido hacer para ayudar a papá o mamá, pero no se ha conseguido”. Antes o después se planteará la cuestión de la muerte más o menos cercana del padre o la madre; es muy importante ir avisando de este hecho de manera progresiva, porque el niño tiene que ir preparándose. El choque será menos brusco para él si ha podido pensar antes en ello. Aunque uno/a mismo/a esté totalmente bloqueado con su propio sufrimiento, hay que dejar que otros ayuden y ayudar al mismo tiempo a los niños a proyectarse en su futuro para que puedan crecer.

Otras cosas a tener en cuenta:
  • Algunos niños se muestran aparentemente indiferentes. Si se da esta situación cuidado con no equivocarse. En realidad el niño está totalmente conmocionado.
  • Si se les ha informado bien no sentirse molesto si buscan a otro adulto con quien desahogarse; con ello, lo que buscan es proteger a su mamá.
  • En las conversaciones, es importante cuidar las palabras con el fin de evitar ciertos errores que más tarde harían sufrir a los niños:
       -No mentirles: decir que papá o mamá está de viaje, mientras está en el hospital.

-No hacer chantaje con la curación: si estudias, si eres bueno, si rezas mucho… papá se va a curar.

-No prohibirles ir al hospital.

-No permitir que los niños ocupen el lugar del padre o madre enfermos, ni pedírselo.


Seguro que, además de todo lo anterior, y volviendo al inicio de esta entrada, no podremos evitar que existan diferencias entre un antes y un después, pero quizás podamos ayudar a los niños y niñas a apoyarse firmemente con un paraguas aprovechando el cobijo que puede dar, a rodar por la vida caminando con alguna rueda deteriorada o en reparación (o quizás sin esa rueda pero sí con las que le quedan) y a circular con espejos interiores a pesar de faltar uno de los retrovisores o encontrarse temporalmente fuera de servicio...

martes, 17 de septiembre de 2013

Soñar volando, volar con sueños : un relato sobre los recursos de los niños

Mientras sigo leyendo el último libro de Boris  Cyrulnik (del que ya compartiré nuevas cosas), ha caído en mis manos un relato que me ha encantado. Primero, porque lo escribe una buena amiga, de esas que te acompañan en tu propia biografía mientras te haces mayor sin darte cuenta y de la que descubres cualidades desconocidas después de mucho tiempo, y una de ellas es su capacidad para transmitir. Y segundo, porque describe maravillosamente las emociones, anhelos, esperanzas y sobre todo, el despliegue de recursos de los que es capaz de hacer un/una niño/a para sentirse sentido, para buscar los afectos, para tener un lugar en el corazón de sus adultos significativos, para no sentir el miedo al abandono o a no sentirse querido/a (y que el niño o la niña interior que todos llevamos dentro cuando nos hacemos mayores insiste en recordarnos).

Ella es Margarita Agueras y tiene un blog http://llera-relatos.blogspot.com.es/ que os invito a explorar. De momento, permitidme este adelanto que Margarita me ha dado permiso para compartir en este espacio:

 "La niña que aprendió a volar"

Muchas noches soñaba que podía volar. Sólo tenía que impulsarme un poco y mi cuerpo liviano de niña se incorporaba a las corrientes del espacio. Me movía como si tuviera un timón incorporado al cerebro que obedecía mis órdenes sólo con pensarlas. Un ligero movimiento y cambiaba de dirección.
Allí arriba todo era más fácil.
 

No competía con los pájaros, al contario, me integraba y pasaba desapercibida. Aunque lo que más me gustaba era la libertad de movimientos en un gran espacio vetado al resto de personas.

En la brevedad de mis vuelos no había turbulencias. Si, alguna nube que sorteaba por debajo o por encima. La altura de mi vuelo era limitada. Nunca sentí frio, ni calor, ni vi cerca la lluvia, sólo sensación de libertad.

Yo era especial, me sentía única e integrada en un medio que no era el mío, pero que a ratos, en mis sueños me pertenecía. Era, quizá, el único momento que no parecía invisible.
 
Al despertar me invadía una sensación extraña y contradictoria, entre decepción y satisfacción. Una porque despertar y darme cuenta de que sólo había sido un sueño me hacía ver la realidad, y la otra porque había podido experimentar la libertad que se siente al volar.

Así, entre contradicciones empezaba un nuevo día que sería diferente a los demás, a todos lo que había sobrevivido. Ahora tenía una ilusión: volver a soñar que volaba.

Las noches que siguieron a aquella no hubo suerte y, aunque cerraba los ojos con fuerza y lo intentaba, los sueños venían cuando querían. Morfeo jugaba conmigo al escondite, a no dejarme soñar lo que yo deseaba.

De vez en cuando, sin esperarlo ni ya casi desearlo, me acostaba rendida y allí estaba de nuevo, en el espacio, sintiendo la libertad, volando por las alturas, viendo la belleza de mi pueblo, divisando las montañas, los animales, los campos recién sembrados en la primavera, las inmensas superficies de trigo salpicadas de amapolas.
 
Y volaba, y volaba ajena a todo y a todos, dejando que la brisa acariciara mi cara y que el aire inodoro y puro entrara por mi nariz y purificara mi cuerpo y me llenara de energía y de vida y de libertad. ¡Cómo me gustaba esa sensación!

Si hubiera sido capaz de sobrevivir en aquel medio no hubiera vuelto, porque los pájaros me aceptaban, piaban a mi paso, las nubes me sonreían y se abrían cuando me veían venir. 

Un día, después de mucho tiempo sin volver a soñar que volaba, noté otra sensación extraña, pero esta vez no era un sueño, estaba segura, lo había vivido, pero no podía contarlo por miedo a que alguien pensara que era extravagante o que había perdido la razón: Ocurrió una tarde de verano, cuando el calor del día daba paso al fresco del atardecer y los vecinos de mi calle salían a tomar el fresco. Era esa hora de la tarde en que las luces de las farolas aún no estaban encendidas y los últimos rayos de sol se perdían en el horizonte, donde se formaban mil siluetas al amparo del ocaso.
 
Aprovechando que mi madre hablaba con la vecina yo rodeaba su cintura con mis brazos y la sentía sólo para mí, ella, siempre esquiva, seguía hablando haciendo caso omiso de mi caricia. Yo notaba su olor a madre, a ropa recién lavada, a comida recién cocinada, a seguridad y protección de sueños, a refugio de soledades. Tenía un olor único, como todas las madres.

Ella, por unos instantes me abrazaba sin darse cuenta, yo volvía a sentirme libre, como en mis sueños, cuando volaba. Entonces sucedía algo imprevisto, una conversación entre adultos; mi madre, indolente, me separa de ella y me decía que me fuera a jugar. De pronto dejaba de oler su aroma y me transportaba a la calle de abajo, pero no lo hacía caminando, ni corriendo, ni volando. Todo ocurría en unos segundos: de pronto estaba agarrada a la cintura de mi madre y en unos instantes, sin saber cómo, estaba en la calle de abajo preguntándome a mí misma que hacía yo allí. A oscuras, entre la tapia de del jardín de una casa, los árboles que la rodeaban y el terraplén que separaba mi calle equidistante del jardín. En apenas unos segundos volvía a estar arriba, al lado de mi madre, mis amigos y el resto de vecinos. Nadie había notado mi ausencia, no me preguntaban donde había estado. Quizá, entre tanto niño, era difícil notar la falta de uno y como siempre ocurría al atardecer, cuando las luces del día se perdían, era más difícil echarme de menos.


Después, durante muchos años pensaba que habría sido un sueño, como cuando volaba, pero siempre tuve la certeza de que era verdad. Me transportaba de un lugar a otro sin saber cómo. La sensación era extraña, pero nunca sentía miedo, al contrario, hacía que me volviera a sentir libre, especial, única. Estaba segura de que a nadie le ocurría lo mismo que a mí. Por ello callaba, mantenía en secreto eso a lo que no sabía ponerle un nombre.

El tiempo fue pasando y a medida que me independizaba de la indiferencia de mi madre, las sensaciones y los sueños que sentía como únicos desaparecían.

Sin embargo, un día me levanté después de haber estado soñando toda la noche con un primo al que hacía más de cinco años que no veía y del cual no sabía anda. Le estaba contando el sueño a mi madre y cuando acabé fui al balcón me asomé y allí estaba mi primo, llamando a la puerta. Mi madre se rio pensando que le estaba gastando una broma, pero dejó de reírse cuando llamaron a la puerta y mi primo estaba allí.

Una casualidad, dijimos, a la vez que nos reíamos contado la anécdota. 

A los pocos días, cuando mi primo se fue, mi madre muy misteriosa dijo que había algo que nunca había querido contarme para que no me asustara. Se me cortó la respiración y sentí que en ese momento me iba a confesar que había volado de verdad y me había transportado. Quizá ahora iba a saber que tenía el don de la ubicuidad, el poder de desdoblarme y verme a mí misma desde el ángulo que yo quisiera. ¡Lo deseaba tanto! Pero no fue así. Lo que me confesó que algo más simple.

Me dijo que la comadrona que atendió mi parto le dijo muy misteriosa que los nacidos ese día veían a los muertos y tenían un don especial.

Yo era evidente que no lo tenía, nunca en mi vida había visto a un muerto, si a un difunto, pero a lo que se refería aquella mujer. Mi madre había dudado toda la vida en decírmelo para que no me asustara, pero ella que tenía miedo de todo, no lo creía a ciencia cierta, lo dejaba en el aire, como muchas cosas que no controlaba.

El tiempo pasó y en algunas ocasiones me pasaban cosas para las que no encontraba explicación.

Cuando me sentía amenazada por algún problema, cuando los proyectos no salían como yo quería, el miedo al fracaso daba paso a una catarsis sin precedentes. Todo apuntaba al pasado, el miedo al desamor, al fracaso, a no sentirme querida, al prejuicio de los demás. Entonces el miedo entraba en mi como una posesión maléfica y me dejaba petrificada y sin recursos.

Pero yo era fuerte y, siempre, cuando estaba al borde del abismo, surgía una extraña fuerza en mí que daba, sino la solución, si las pistas suficientes para emprender el camino de vuelta a mi propio yo.

Y así fue como un día, después un episodio oscuro en mi vida, empecé a atisbar la solución.

Necesitaba desdoblarme. Salir fuera de mí, verme desde otro ángulo, desde la perspectiva que podían verme los demás.

Lo intenté de todas las maneras: En sueños, como en la infancia, cuando volaba, al atardecer, como cuando me transportaba, pero no resultó. Hasta que me di cuenta de que debía hacerlo de manera figurada, es decir, sólo en mi pensamiento.

Volví a intentarlo y tampoco dio resultado.

El tiempo pasaba y yo seguía inmersa en un mundo de tristeza, de desamor, en un lugar al que no me acostumbraba, rodeada de personas que no entendía ni me comprendían. Me sentía igual que cuando era niña, invisible para los ojos de los demás, hasta para los de mi madre.

Un día, o quizá fuera un atardecer o una noche, por fin lo conseguí: Me vi desde fuera, como desdoblándome y saliendo de mi cuerpo, como en las imágenes que el alma abandona el cuerpo después de que el individuo muere. Entonces me di cuenta de muchas cosas, fui capaz de verme por primera vez en mi vida. Era como ver mi imagen en un espejo, pero desde todos los ángulos posibles. Como si tuviera una hermana gemela que reprodujese mis movimientos delante de mí.

Seguía mi propia trayectoria, me perseguía a mí misma por miedo a perderme. Al final comprendí cual era mi falta, por qué a mi vida le habían faltado tantas cosas. Porqué, de niña, había soñado continuamente que volaba, porqué esa necesidad de sentirme libre a cada momento. También comprendí porqué me había transportado, porqué necesitaba alejarme de mi madre en el momento que ella me lo pedía.

Comprendí, desde fuera, lo que nunca había podido ver desde dentro: Mi vida había estado llena de carencias afectivas, de enorme socavones que me llevaban a querer ser especial para que alguien me quisiera, para que mi madre se fijara en mi cuando volaba, cuando me transportaba, cuando adivinaba que alguien venía a casa antes que llamara a la puerta. Necesitaba urgentemente usar todos los recursos posibles para impresionar a mi madre, para que me quisiera, y así dejar de ser invisible, aunque sólo fuera un rato.

El tiempo pasó inexorable y los sueños se mezclaron con la realidad hasta que ya no pude discernir entre una cosa y otra.”


Podría ser el relato de alguna de las personas que tenemos a nuestro alrededor,de un ejercicio de instrospección "con carácter retroactivo" y efectos presentes, de anhelos, pero también de fortalezas....

 

 

 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Reordenando el baúl de los recuerdos

Nada se borra, simplemente creemos haber olvidado”. Así dice una de las frases con que Boris Cyrulnik nos deleita en su último  libro “Sálvate, la vida te espera”, de la editorial Debate, que desde ahora podemos disponer en español. Toda una joya de libro que he comenzado a leer en el que Boris, desde su propia autobiografía nos relata una infancia marcada por la adversidad. En la contraportada del libro definen al autor como “profundo conocedor de la mente, vivió una infancia traumática. Separado de sus padres, que fueron asesinados en campos de concentración, vivió como fugitivo, escondido en casas de familias de acogida y en orfanatos”. Una infancia dura pero con final feliz que merece ser conocida en esta más que aconsejable lectura.

La memoria y su funcionamiento es uno de los temas que trata en el libro. Pero, paremos un momento. Veamos cómo vas tú de memoria. ¿Recuerdas ese juguete que presidía muchas tardes de domingo llamado Super Cinexin? ¿Tuviste la oportunidad de tenerlo?¿Recuerdas el sonido del mecanismo con una manivela que hacía accionar el aparato y que era, por cierto, el único sonido que se escuchaba pues solo proyectaba películas mudas?. Lo particular de este proyector y que le daba un valor añadido era que tú podías elegir la velocidad a la que querías proyectar la película moviendo tan sólo la manivela más o menos rápido. Pero lo mejor, sin duda, era poder accionarla en sentido contrario y retroceder en las escenas, todas las veces que quisieras, recrearte, pararte, avanzar, volver al inicio. E interpretar la historia pues sólo había imagen. Algo así como nuestra propia memoria sobre nuestra vida, que podemos de manera voluntaria (e incluso a veces de forma involuntaria) recrear escenas concretas conectando unas con otras con diferente tipo de nitidez.

Te invito a ver una de esas películas del Cinexin pinchando encima de la imagen (tiene una calidad bastante mala, por lo que te aconsejo que no pongas la opción de pantalla completa).
 ¿Cuál es el mensaje que pretende transmitir?¿Qué recuerdos afloraron en ti? ¿Alguna emoción en particular? ¿Conectaste con alguna escena de tu vida? Posiblemente si todos y todas respondierais no diríais lo mismo, sino que en función de la propia experiencia (incluso si sois más jóvenes y no ha formado parte de vuestros juegos), vivencias, conocimientos…habría diferencias.  Seguramente la primera pregunta tendría respuestas más parecidas pero el resto no. Y , si tuvieras que organizar tus recuerdos en una película, ¿Qué recuerdos enlazarías?¿ Coincidirían con los recuerdos de las otras personas que han compartido esos momentos contigo? .
 
Según Boris Cyrulnik “Nadie otorga el mismo significado al mismo hecho. La emoción atribuida a la escena conservada en la memoria depende de la historia del sujeto, lo que significa que, ante una misma situación, cada uno se construye recuerdos diferentes…Es el contexto el que atribuye un significado al hecho presente.”
 
Y luego está cómo la mente organiza esos recuerdos.
Cuando Boris habla de sus vivencias y las analiza llega a la conclusión de que había organizado sus recuerdos para dar coherencia a la representación del pasado, para poder soportarlos sin angustia. La representación de los hechos le tranquilizaba, pensar que había personas que se habían interesado por él aunque otros quisieran matarle por ser judío restaba sentimientos dolorosos y aumentaba los sentimientos de esperanza.

Cuando la memoria es sana construimos una representación de nosotros mismos coherente y tranquilizadora. La persona que tiene una memoria sana pone de relieve algunos objetos, algunas palabras y algunos acontecimientos que constituyen una representación clara. Una memoria traumática no puede construir una representación de uno mismo que proporcione seguridad, porque al evocarla se rememora de nuevo la imagen del choque. En la memoria traumática, un desgarro increíble fija la imagen pasada y enturbia el pensamiento.”
 
La memoria traumática es una alerta constante para un niño herido: cuando ha sido maltratado, adopta una actitud de vigilancia inmóvil.” En mi trabajo con niños y niñas en situación de riesgo o que han vivido experiencias traumáticas constato en una gran mayoría de casos un estado de hipervigilancia (continuo estar alerta, pendiente de todo) que muchas veces es etiquetado como TDAH. ¿Cómo no van a estar alterados en su conducta, cómo van a atender en el aula, si su contexto de vida no le garantiza la seguridad mínima que necesita cualquier persona para desarrollarse…o si su memoria traumática está en continua activación interfiriendo en prácticamente todas las áreas de su vida?.
 
Dice Cyrulnik que “esta influencia de la memoria traumática provoca reacciones que alteran la manera de relacionarse….Prisionero de su hipermemoria, fascinado por una imagen terrible, el herido no está disponible para lo demás. Ha perdido la libertad de tratar de comprender y de hacerse comprender. Aislado entre la gente, se siente solo, expulsado de la condición humana: “No soy como los demás…¿un monstruo tal vez?” . Esa es la etiqueta que se/le pone él mismo y/o su entorno cuando no hay respuestas coherentes a su conducta.
 
Hace poco escuché en televisión, a propósito de un proceso judicial sobre un caso mediático en el que se cuestionaba que en el sumario no había determinados documentos que siguiendo la máxima del derecho “lo que no consta en sumario, no existe”. ¿Podemos decir eso de la vida de niños y niñas que han pasado situaciones muy adversas, algunas terribles, y que no constan nada más que en su memoria, que es la parte que no se puede “probar”? ¿Dejan de ser importantes para explicar su conducta por no estar explícitas?
 
Lo importante: existe esperanza de poder sanar e incluso existe la esperanza de proteger  y ayudar a los niños antes de que ocurra la adversidad. En el primer caso, Boris afirma que “ese tipo de memoria parecida a una huella biológica no es inexorable, aunque esté grabada en el cerebro. Evoluciona en función de las relaciones que hacen que el cerebro reaccione de manera diferente. Cuando el medio cambia, el organismo que recibe otros estímulos ya no segrega las mismas sustancias.”. Luego la resiliencia secundaria es sinónimo de esperanza y mejora.
Por otra parte, afirma Cyrulnik que “los dos factores de protección más valiosos son el apego seguro y la capacidad de verbalizar. El hecho de ser capaz de hacerse una representación verbal de lo que nos ha sucedido y de encontrar a alguien a quien dirigir ese relato facilita el control emocional. El sentimiento de seguridad impide que la memoria visual se apodere del mundo íntimo e imponga en él imágenes de horror. Todos los traumatizados tienen una buena memoria de imágenes y una mala memoria de palabras….El desarrollo que debilita el alma, y en caso de desgracia, permite que se origine un síndrome traumático está determinado por un aislamiento sensorial y una dificultad para verbalizar, que son anteriores al trauma. Eso explica por qué, en una situación de horror, quienes han adquirido seguridad y han aprendido a comunicarse están menos traumatizados. Sin embargo, cuando hay que sobrevivir en condiciones adversas, los microtraumas repetidos a diario, puesto que aíslan e impiden la palabra, acaban por imbuirles una vulnerabilidad de la que antes se habían librado. Vivir en condiciones adversas provoca alteraciones neurobiológicas análogas a las de un trauma manifiesto: reducción del volumen hipocámpico que altera la memoria e impide controlar las emociones.
 
En la memoria traumática se impone un recuerdo. La persona aislada ha adquirido una vulnerabilidad neuroemocional. Si además domina mal el instrumento verbal o si su medio le impide hablar, se reunirán todas las condiciones del sufrimiento traumático; una vez fijada en la memoria, el sujeto prisionero de su pasado no puede dejar de pensar en él y de padecer la evocación de los recuerdos.”
 
"Si antes del trauma el sujeto había adquirido seguridad y hablaba correctamente, si después del trauma obtuvo el apoyo necesario y fue escuchado, la memoria evoluciona porque está sana. En ese caso, la representación de lo que le ha sucedido cambia con el tiempo y según el contexto familiar y cultural. Cuando la memoria está sana, los recuerdos se organizan.”

Apego seguro y verbalización, dos poderosas armas para defenderse ante acontecimientos desestabilizadores o traumáticos….
Vuelve a la película Cinexin con los recuerdos de tu historia de vida. Ponle ahora no sólo imágenes sino también verbalizaciones asociadas  a los recuerdos. Pásate al cine sonoro pero esta vez detente en aquellos momentos que supusieron una adversidad para ti y piensa el sentido que tenía entonces y la interpretación que ahora das de aquello. Investiga preguntando a otras personas sobre aquellas situaciones...Quizás compruebes, como dice Boris, que ¡retocaste tu memoria para hacerla más soportable!

Seguiré con la lectura y continuaré compartiendo.

 
 

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