"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"

"Solamente dos legados duraderos aspiramos a dejar a nuestros hijos: uno raíces...el otro, alas"
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domingo, 16 de agosto de 2020

Dime que ves

Alberto tiene 11 años. No se ha esforzado nada para estudiar y aprobar este año, (aunque en un sprint final, en un par de semanas, ha recuperado todo lo pendiente y finalmente ha aprobado el curso, lo cual indigna aún más a su madre). Cuando le castiga sin la videoconsola por su mala conducta aprovecha cualquier descuido para cogerla y jugar. No parece tener la más mínima empatía cuando su madre le dice que no pueden seguir así, que está cansada, agotada. Muchas veces no respeta los horarios y llega tarde a casa. Ahora, además, comienza a perderle el respeto con palabras feas subidas de tono. Y le ha robado dinero justo después de, una vez más, haber “hecho las paces” con él.

 ¿Tú que dirías de este chico? ¿Tiene que tolerar la madre todo esto? ¿Qué tendría que hacer ella?

Y si te dijera que este chico está en acogimiento familiar desde hace años ¿cambiaría algo tu opinión?

“NO ES JUSTO”, dicen muchas de las personas cercanas a esta madre, quien se cuestiona en ocasiones si puede continuar con el acogimiento. Los que no han decidido acoger (o adoptar) e incluso muchos y muchas profesionales que desconocen los efectos del trauma como consecuencia de los malos tratos, la negligencia o el abuso sexual, solo pueden mirar con el prisma de juzgar “los hechos”. No es justo que un chico sea tan desagradecido y no valore todo lo que su madre de acogida hace por él. Es más, en un esfuerzo de compasión por esta madre, le dan consejos y opiniones (totalmente legítimas desde el prisma de la JUSTICIA) ante lo que supone el tan caro precio de un acto de amor como es el acogimiento, correspondido de una forma tan “despreciable” como todo lo descrito al principio (y muchas más no recogidas aquí). Si ahora es así, ¿Cómo será dentro de un par de años? Seguro que un delincuente en potencia.

Ahora te pido que dejes de leer y te pongas al otro lado de la habitación en la que estás y que te subas a una silla. Mira el centro de la habitación. ¿Ves lo mismo que antes? ¿Tienes la misma perspectiva? Imposible que me digas que ves lo mismo. Cambia el fondo. La perspectiva modifica lo que vemos¿Cuando leías al principio a quien "mirabas" mas, ¿a la madre de acogida o a Alberto?. Cuando miras el fondo teniendo delante de tí a Alberto, hay algo que no puedes ver porque con tu mirada llegas al límite que las paredes de la habitación imponen. Hay otras estancias, muchas veces desconocidas, en la vida de los niños y niñas victimizados por la incompetencia de los adultos que les dañaron, que gobiernan muchas veces sus actos. Hay que abrir la mirada para poder entender.

Alberto tiene 13 años. Es simpático, jovial, activo. Sus habilidades para relacionarse socialmente son asombrosas. El humor le acompaña siempre. Es cariñoso, pide que le abracen cuando se siente mal. Adora a su abuelo porque le enseñó a pescar. Le encantan los animales, principalmente los perros, no podría nunca hacerles daño. Ha aprendido a hacer crepes y se muestra ilusionado y contento porque ya no le pide ayuda a su madre y las hace él solo. 

Te habrás dado cuenta seguro que hablamos del mismo chico. Ese "predelincuente desagradecido" al que no pocas personas de su entorno cuestionan porque NO ES JUSTO que trate así a su madre de acogida haciendo esas cosas.

 


Si miramos desde la perspectiva únicamente de lo que se ve, focalizando la atención en el presente, en los hechos, seguramente veamos como en la primera fotografía, algo pinchudo. Si abrimos el foco, esa parte pinchuda también está, pero pierde fuerza su aspecto amenazante porque somos capaces de comprender que ese fragmento no es el todo, que su belleza es enorme si somos capaces de alejarnos y tomar distancia suficiente.


Afortunadamente esta madre de acogida de Alberto puede tener una mirada más amplia. No solo más amplia sino además diferente, y ha elegido, pese a que en algunos momentos el agotamiento es enorme y las fuerzas decaen, seguir el camino de la gracia, de darle lo que necesita que no es otra cosa que afecto desinteresado y límites.

El acogimiento (o la adopción) no es (sólo) un acto de generosidad. Es un acto de fe…en el otro. De confiar en él o ella, de creer en su capacidad de sanación a través del afecto y la resiliencia secundaria. Pero también es un acto de fe en un/a mismo/a, de confiar en que, pase lo que pase, se va a tener la capacidad de responder a las necesidades del niño o niña, aunque nos equivoquemos en ocasiones, pero desde la firmeza que otorga seguridad a los actos y decisiones que se toman. Los y las padres y madres de acogida (y adoptivos/as) no necesitan consejos de aquellos que solo son capaces de ver los hechos. Necesitan consejos de quienes les ayudan a apreciar lo que no se puede ver con los ojos porque el trauma relacional temprano hizo que su sistema nervioso esté permanentemente preparado para defenderse, o que hayan perdido la confianza en ellos mismos y en los demás y sus memorias traumáticas le lleven a tener conductas inadecuadas.

El trabajo con un niño o niña severamente traumatizado no puede centrarse únicamente con el niño o niña, hay que trabajar con el sistema de cuidados, con los adultos acogedores o adoptivos, para que estos no pierdan el rumbo y acaben en la Isla de la Justicia donde habitan los “debería ser así…”, “no te mereces esto…”, “que desagradecido/a es…”. Muchos acogimientos frustrados tienen aquí sus restos.

Necesitan un catalejo que les permita mirar hacia atrás para comprender que la experiencia sentida por los malos tratos ha generado olas enormes que hacen perder la estabilidad. Pero también mirar hacia adelante, ver los problemas, solucionarlos y seguir rumbo a la Isla de las Necesidades, allí donde viven los “te acepto incondicionalmente, aunque tu conducta no sea buena…”, “puedo ver tu sufrimiento…”, “comprendo los efectos de tus vivencias…”. Donde la mentalización, la capacidad de interpretar el comportamiento propio y el del niño o niña a través de sus estados mentales, consigue calmar y calmarse. Interpretar en términos de pasado y presente, un pie aquí y otro allá. Escuchar lo que el corazón nos dice (por ejemplo, que si a un niño no le enseñaron a querer y dar afecto de una manera sana seguramente no pueda expresar afecto como quisiéramos, pero la responsabilidad no es del niño).

Cuando se presenten crisis, flaqueen las fuerzas y aparezca el fantasma del futuro (que es peor que el del pasado, ya que este anticipa y exagera cómo va a ser cuando sea un poco más mayor si ya es así ahora), curiosear para dentro puede ser necesario. Explorar cuales son también las necesidades del adulto acogedor /a. Generalmente nuestras respuestas tienen que ver con necesidades no satisfechas. Y no podemos ver con nitidez las necesidades del niño o niña si no tenemos satisfechas las nuestras. ¿Con qué conecta esto que está ocurriendo con mi propia historia? ¿Qué siento cuando me falta el respeto o no consigo que me haga caso? ¿Qué pienso de mí mismo/a ante los comentarios y consejos de los demás? ¿Qué siento que me ha faltado antes o me falta ahora? 

Para acabar, esta imagen que representa el acogimiento desde los ojos de un niño. "El acogimiento es como un lío, pero también una unión" dijo al terminar. Bonita metáfora.Ojala ningún/a acogedor/a se quede solo con la primera parte que impide entender el todo de este precioso trabajo.



Esta entrada va dedicada a tí, Ana, por tener un catalejo cubierto de amor y comprensión. 

 

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