¡Se me apelotonan en la cabeza las
ideas sobre posibles nuevas entradas! Este recién nacido blog aspira a ser un
baúl de reflexiones, recursos, información y experiencias sobre el apasionante
mundo de la resiliencia infantil y todo aquello que gira en torno a la misma:
apego, parentalidad positiva y buenos tratos.
Y tenía muy claro hasta hace unas
horas (pese a la efervescencia de ideas) que la siguiente entrada iba a ser
sobre los buenos tratos, pero una solicitud de amistad en el Facebook me ha
hecho cambiar de decisión. Bueno, más que cambiar, reestructurar el contenido. ¡Niels
Peter Rygard ha solicitado ser mi amigo en Facebook! Se trata de un psicólogo
danés que es todo un referente en el trabajo con niños y niñas que padecen
trastornos del apego. Su libro El niño abandonado. Guía para el tratamiento delos trastornos del apego (Editorial Gedisa, 2008) ha sido uno de los manuales
de referencia en mi formación, por lo que os podéis imaginar la ilusión que me
ha hecho recibir ese mensaje (aunque finalmente se trate de una de esa
solicitudes automatizadas y no haya sido el propio Rygaard quien lo hiciera).
Así que he decidido flexibilizar
mis intenciones y hablar hoy tanto de los protagonistas
(o al menos uno de ellos) que favorecen la resiliencia primaria, los BUENOS
TRATOS, como de los antagonistas o detonadores
del bienestar infantil el ABANDONO y la NEGLIGENCIA, por aquello de aprovechar
las oportunidades.
¿Si yo te preguntara qué es para ti
el buen trato qué me dirías? Seguramente responderías que el buen trato hacia
los niños y niñas consiste en responder de forma sensible y adaptada a sus necesidades.
Necesidades fisiológicas, necesidad de lazos afectivos seguros y continuos, necesidades
cognitivas, necesidades sociales, necesidad de valores. O lo que es igual,
cuidarles, protegerles, abrazarles, educarles, respetarles, ser y hacerles ser
tolerantes, etc.
Al igual que en ocasiones se
habla de indicadores de desprotección infantil cuando se detectan situaciones
familiares que comprometen el bienestar de los niños, podríamos ofrecer -siguiendo
a Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan- una serie de indicadores de la relación de
buenos tratos de los padres con sus hijos:
§ “Los
madres y padres competentes ofrecen a sus hijos un apego seguro y reaccionan
con empatía frente a las demandas de satisfacción de sus necesidades, pero al
mismo tiempo mantienen la “dominancia” o, en otras palabras, la autoridad necesaria para protegerles y educarles.
§ La
proximidad física, las manifestaciones afectivas y las demostraciones de ternura
son vividas placenteramente.
§ Los
padres tienen un sentimiento de echar de menos a su hijo o hija cuando está
lejos o ausente, pero son capaces de respetar sus procesos de autonomía.
§ Demuestran
explícitamente la alegría y el placer de su presencia. Sonríen, favorecen
contactos físicos con él y se dan tiempo no sólo para hablar, sino también para
conversar con sus hijos e hijas.
§ Manifiestan
interés y placer al descubrir cómo sus
bebés se comunican con el entorno. Por ejemplo, sonreír, seguir con la mirada,
balbucear, llorar para obtener lo que necesitan.
§ Les
emociona constatar los esfuerzos que hacen para avanzar en el desafío de su
desarrollo. Por ejemplo, tratar de moverse en la cuna, intentar sentarse, los
ensayos antes de alcanzar la posición bípeda o caminar…
§ Más
tarde se interesan por la emergencia de la palabra en sus hijos, no sólo de lo
que dicen, sino también las explicaciones que se construyen sobre lo que van
descubriendo y sobre los interrogantes que se plantean.
§ Les
protegen en situaciones de peligro y previenen los riesgos inútiles organizando
su entorno.
§ Son
sensibles a su sufrimiento emocional.
§ Los
padres conocen a su hijo: sus gustos, sus intereses, sus amigos, sus
costumbres, etcétera.
§ Los
padres no sustituyen a sus hijos e hijas, ni les dejan solos por el éxito
profesional, por poseer bienes materiales o por sus aficiones deportivas.
§ Los
hijos e hijas tienen un importancia trascendental en sus vidas, y, por esto son
capaces de respetar sus procesos de diferenciación, acompañándoles en los
momentos de progreso y de regresión”.
Seguramente mientras leías todo
lo anterior, si eres madre o padre, te hayas visto identificado y, para tu
tranquilidad, has podido confirmar que formas parte de ese grupo de
padres/madres bientratantes. Si aún no eres padre o madre, posiblemente te hayas
reconocido asintiendo con la cabeza como hijo/a bien tratado o has pensado en
alguien cercano a ti que ejerce una parentalidad positiva. Claro, eso es el buen trato. Una parentalidad competente y los buenos
tratos en forma de acciones, actitudes y cogniciones que buscan el bienestar
del niño o niña son los cimientos de la resiliencia primaria. Pero…¿y cuando no
se da lo anterior?
Volvemos a retomar a mi nuevo “amigo
de Facebook” Niels Peter Rygaard. En su libro se centra en el trastorno de
apego reactivo grave, no de niños que han vivido acontecimientos traumáticos
únicos, sino aquellos que han experimentado múltiples acontecimientos
traumáticos, quizás hambre, y con una continua carencia de cuidados y atención parental
en sus primeros años. La característica común de los niños con trastorno de
apego reactivo grave es una habilidad muy reducida para responder emocional y
socialmente de una manera adecuada. La privación, la negligencia y el abuso han
sido el elemento más importante de la infancia temprana. Lo que es lo mismo, el
Antagonismo de la resiliencia.
De las cosas importantes que
escribe en su libro una de las frases que más me gusta es la que dice que “es
importante comprender que estos niños son normales, y que un entorno temprano anormal
ha sido la causa de sus comportamientos anormales”. Y esto es fundamental
comprenderlo...aunque debe ser mucho más difícil aceptarlo y convivir con ello.
Padres y madres adoptivos o acogedores se atormentan a sí mismos muchas veces
cuestionándose qué es lo que ellos han hecho mal, o porqué su deseado y
esperado hijo se porta así, esperando un milagro que nunca llega.
Rygaard señala la idea
fundamental de que el hecho de ser capaz de amar y de sentir afecto hacia los
otros depende muy estrechamente de los contactos físicos (y por ende emocionales)
que hayamos tenido (y hayamos sido capaces de experimentar) tempranamente en
nuestra vida. El niño con trastorno de apego reactivo ha tenido tan pocos
contactos o no ha sido capaz de vivenciar los mismos, hasta el punto de que no
es capaz de formar relaciones mutuas duraderas.
Los diferentes tipos de privación
sensorial, desatenciones y otras situaciones traumáticas afectan al desarrollo del
cerebro en formación y dan paso a disfunciones
principalmente al incrementar las hormonas del estrés como la adrenalina y el
cortisol (pero sobre este tema ya hablaremos
de forma más desarrollada en otra entrada).
Continúa diciendo Rygaard que “un niño con
trastorno de apego reactivo es minusválido en el sentido de que carece o tiene
una capacidad pequeña para inhibir o modificar una sensación o un impulso, una
vez que el mismo se ha puesto en marcha. No puede contener o estabilizar su energía
emocional largo tiempo (…) En ciertos casos, la defensa no es solo una parte de
la personalidad, sino la personalidad misma. El niño aprende a imitar no importa
qué rol, modelos de comportamiento o emociones sin ninguna experiencia interna
que le corresponda. Está obsesionado por el control de un mundo que percibe
como hostil.”
Seguramente también al leer esto algunos
que sois padres adoptivos o acogedores hayáis visto reflejados a vuestro hijo o
familiar -espero que muy pocos-. Habréis asentido igual con la cabeza pero esta
vez con el semblante triste, pues esas vivencias, su historia temprana, han
hecho de detonador de sus habilidades de relación, de su dificultad para
vincularse y para mostrar empatía hacia los otros.
El protagonista es el personaje
principal de una historia, el que actúa en la mayor parte de las escenas. Por el
contrario, el antagonista es el principal oponente del protagonista, quien
representa o crea obstáculos que el protagonista debe superar. Es esa lucha con
el opositor lo que hace al protagonista sacar una fuerza interior a veces casi
impensable, buscar la ayuda de actores secundarios y pensar un final mejor en
el que quepa la esperanza.
Los buenos
tratos a la infancia de la mano de padres y cuidadores, en conjunción con los
buenos tratos de otros referentes externos a la familia –profesionales o no- van
reelaborando el guión de la historia de cada niño salvando continuas luchas con
las apariciones de gatilladores o disparadores emocionales que ponen en escena
la memoria emoicional del abandono y la negligencia.
Habrá quien diga aquello de “con
el amor no basta”, pero mientras haya amor incondicional el protagonista seguirá
esa lucha permanente favoreciendo en el niño o niña factores de resiliencia que
pueden lograr que el desenlace sea más
feliz que en el borrador inicial de su historia.
Cuando el protagonista es mayor de edad y los antagonistas han estado a su lado siempre de la mejor manera que han sabido y el protagonista continua haciendoles sufrir. Esa incondicionalidad es probable que se les haya acabado. Estan secos y puede que les cueste dar más amor. Ayer me lo comentaba una familia con un acogimiento que les esta haciendo sufrir 12 años. Ojala el sistema hubiera invertido el tiempo y la energía en este tipo de fracasos. Donde todas las partes han resultado heridas.
ResponderEliminarRoser
Tienes toda la razón. La impotencia agota la capacidad de comprensión y de solución a los problemas del día a día en muchos casos. La lucha es muy fuerte contra la agresión, la ausencia de empatía, la búsqueda de riesgos innecesarios...pero es que el daño de la negligencia es muy grande y el "procesador" de las relaciones interpersonales en estos chicos tiene un lenguaje hostil, sus circuitos están condicionados desde niños a una guerra que no se puede comprender cuando se da amor y se recibe todo lo anterior.
ResponderEliminarY en lo que respecta a los acogimientos son los grandes olvidados del sistema. Como si por tener una familia que acoga al chico o la chica el problema ya estuviera resuelto!!! El problema cambia de traje, pero si no se trabaja bien apoyando a los acogedores y dando una visión más comprensiva de la realidad (un niño dañado, una familia biológica que muchas veces interfiere porque no acepta la pérdida del chico y una familia acogedora que no sabe, ni puede a veces dar respuesta a todo),pues ocurren fracasos sin vuelta atrás.
Un abrazo